Por David Andersson

Después de las manifestaciones de la Marcha por Nuestras Vidas que movilizaron a millones de personas, el objetivo principal de los activistas de control de armas es ganar poder político. Esta es una gran dirección, buscando involucrar a la gente en el proceso democrático, y fue realmente la pieza que faltaba en el Occupy Movement (Movimiento de Ocupación) hace unos años.

Vemos organizaciones progresistas que piden a la gente que se registre para votar y que escuche a los estudiantes que amenazan a los funcionarios electos con perder sus escaños si no aprueban una ley que prohíba las armas semiautomáticas, que aumente la edad mínima para comprar armas y que establezca una verificación de antecedentes más exhaustiva. Nuestra democracia formal da más poder a los funcionarios electos que a las personas que votan por ellos y esta estrategia diluye el movimiento al esperar que los políticos presionados hagan lo correcto. Cuando se elige a la gente, el juego cambia para ellos: ya no se trata de ganarse a la gente, sino de mantener el propio escaño, asegurándose de que el partido de la oposición no gane espacio y de que uno esté lo suficientemente alineado con su propio partido para ganar las primarias.

Nada ha cambiado desde Columbine y nada cambiará después de Marjory Stoneman Douglas si no hacemos algo a nivel del Movimiento de Derechos Civiles. No podemos creer ingenuamente que unas cuantas marchas producirán algún cambio. Para hacer este tipo de cambios necesitamos perturbar el poder económico y político en su centro.

Tenemos que hacer una nueva propuesta que vaya más allá del voto y aborde el problema central de nuestra sociedad, que es la VIOLENCIA. El número de armas de fuego en nuestro país es una locura, pero el nivel de pobreza y falta de hogar, la disparidad entre pobres y ricos, el nivel de gasto militar, la concentración económica y tecnológica de los recursos, la concentración y manipulación de los medios de comunicación, la parálisis ante el cambio climático, la discriminación contra las minorías raciales, religiosas y sexuales, y el declive total de los derechos humanos son aún más absurdos, amorales y despreciables.

Necesitamos una nueva generación de jóvenes sinceros y valientes que se presenten a las elecciones, que creen un frente político no violento para ganar poder social y político directo contra la máquina política establecida. Esto ya se ha hecho en Chile: después de las protestas estudiantiles de 2006 llamadas la Revolución de los Pingüinos, el movimiento se transformó en muchas pequeñas formaciones políticas creadas y dirigidas por los propios estudiantes. Muchas de estas organizaciones lanzaron recientemente un frente político común llamado Frente Amplio. Después de sólo un año de existencia, el frente recibió el 20% del voto general en las últimas elecciones del pasado otoño y está representado por un senador y veinte diputados (entre ellos Camila Rojas, de 26 años, la diputada más joven jamás elegida en Chile).

Esta es una oportunidad para todos nosotros de imaginar un nuevo panorama político basado en valores humanos fundamentales. Nuestra democracia necesita un nuevo aire; como vimos durante las marchas, millones de personas están dispuestas a ayudar y movilizarse.