Ups, el Rey está desnudo una vez más.

De repente, los medios de comunicación se dieron cuenta de que Facebook y los medios de comunicación social son un poderoso medio para obtener información y un gigantesco sistema de marketing. Aquellos que han estado diciendo esto durante algún tiempo fueron hasta hace unos días marcados como peligrosos subversivos, nostálgicos de la vieja Internet, quizás inventores de noticias falsas.

Bastaba con echar un vistazo a lo que aparecía en las columnas laterales de FB para entender el juego, absolutamente claro, un juego que, por cierto, es perfectamente legal porque uno se inscribe en el juguete, pero nunca lee lo que firmó. Gratis, pero a un precio alto…

De este pequeño escándalo que desmitifica el pasatiempo favorito de gran parte de los ricos de la tierra (mis amigos senegaleses en FB nunca pusieron la foto de su mejor pastel y no cambian la foto del perfil todos los días, quién sabe por qué) nos trasladamos inmediatamente al Gran Hermano en la versión moderna: Cambridge Analytica (pero podría haber sido cualquier otro gran gigante de la publicidad) que condiciona las elecciones políticas de medio mundo, los mercados, el consumo y no sé qué más siguiendo el esquema que evocaba el libro de Orwell y que seguía siendo un símbolo de la persuasión oculta.

El tema ha sido perseguido durante mucho tiempo: en los años 70 con el tema de la percepción subliminal, luego con estudios sobre la sugestionabilidad, plenamente asumido por el marketing, del package, la industria de la publicidad.

La idea básica, llevada al extremo, es la del lavado de cerebro.

«¡Quizás se pueda lavar los cerebros!», dijo Osho Rajneesh irónicamente en una entrevista con un periodista diligente preguntándole si estaba haciendo un «lavado de cerebro». «Algunos cerebros están muy sucios, un lavado no les haría daño». El ensayo continuó (sobre el que han circulado profusamente noticias falsas y mentiras). «¡Ya ve, querido señor, si hubiera lavado de cerebro, usted y yo no estaríamos aquí hablando!», concluyó.

Aquí es donde sería bueno hacer preguntas: ¿cómo funciona la conciencia humana? ¿Es posible manipularla? ¿Es posible influir en ella, condicionarla?

Sí, por supuesto que es posible, pero no absolutamente posible. Porque si nos observamos a nosotros mismos, nos daremos cuenta de que vivimos en un mundo que nos influye y que nosotros también, a su vez, influenciamos. También notaremos, sólo con observación y no con teorías, que cuando el mundo (entendido como el conjunto de otras intenciones humanas) trata de hacernos hacer algo, nuestra reacción es variada: rechazo, complacencia, negación, miedo, irritación, alegría, excitación, amnesia… Tenemos un número de respuestas que varían en el tiempo y la experiencia.

Una vez más, gracias a la experiencia y a la observación, podemos llegar fácilmente a la conclusión de que nuestra conciencia es activa y que, frente a los acontecimientos, estructura una realidad específica, diferente de conciencia a conciencia. Cuando me enfrento a un gesto autoritario puedo someterme o rebelarme, dudar o ser firme y los que están a mi lado, en las mismas condiciones, pueden hacer algo radicalmente diferente, estructurando una respuesta completamente diferente. Frente a una situación, la conciencia estructura una respuesta unívoca e irrepetible. Podemos estar de acuerdo en que, gracias al aprendizaje y a los hábitos, a veces estructuramos respuestas estándar que nos permiten ahorrar tiempo, pero estas respuestas son también un acto activo de conciencia que podemos cuestionar.

Nosotros también concluimos que no es posible lavar el cerebro y que siempre hay otra respuesta a la conformidad, a creer en las mentiras. Hay un espíritu crítico que es consecuencia directa de esta actividad de la conciencia, del hecho de que la conciencia es activa e interactúa con el mundo.

Seguramente, por poner un ejemplo concreto, hay personas que han puesto, a lo largo de la historia, temas que no estaban de moda: que la tierra era redonda, por ejemplo, o que era necesario dejar de considerar al planeta como un contenedor de basura; ciertas sensibilidades alimentarias han cambiado debido a la acción de la gente, a la sensibilización que, al final, gana sobre alguna coerción publicitaria. La ingenua repetición de rubia-cerveza-rubia-cerveza que ha perseguido a generaciones como la mía es ahora vista con una sonrisa por los jóvenes. Pero los anunciantes continúan con el leitmotiv, quizás con un poco más de astucia. Esperando vender.

Puedes influir en el pensamiento de los demás, hay muchas malas intenciones en este sentido. Pero al final la estructura misma de la conciencia está ahí para decirnos que siempre es posible elegir otra cosa, siempre es posible pensar, sentir y actuar en una dirección mejor, más consciente, más justa.

Y que el lento camino evolutivo de la humanidad va en esa dirección.