Todos los actores implicados en la guerra de Siria son la peor muestra de antihumanismo actual. Lo más suave que se puede decir de ellos es que son unos psicópatas insensibles.

En las recientes elecciones norteamericanas, Hillary Clinton representaba al sistema de poder actual en su vertiente más directa, mientras que Donald Trump era el “outisder” de la política, empresario exitoso, machista, racista y amante de llamar la atención con declaraciones extemporáneas. Sin embargo, mientras Hillary tenía muchos números para aumentar la tensión en Siria, llegando incluso a un probable uso de armas nucleares, Trump representaba una suave esperanza de mejora en dicha guerra, atendiendo a sus supuestas buenas relaciones con el poder en Rusia.

Ayer esta esperanza se ha ido al cuerno (aquí debería ir otra palabra más malsonante) tras un ataque directo de las fuerzas norteamericanas en Siria. Ya no se conforman con apoyar armamentística y logísticamente a las fuerzas antigubernamentales. Ahora lanzan las bombas ellos mismos. El detonante ha sido una tragedia causada por gas sarín. Los yanquis (y todos sus aliados) dicen que ha sido un ataque del gobierno sirio; éste y sus aliados rusos dicen que ha sido la explosión de un arsenal de armas químicas de los “rebeldes”. Me resulta más fácil creer esta última versión, porque tanto el gobierno sirio como el gobierno ruso deben saber muy claramente a estas alturas que la imagen de niños muriéndose ahogados no los ayuda en nada. Pero nunca se sabe con esta gente.

La guerra de Siria es quizás el mayor desastre mundial de esta década, y tal vez de lo que va de siglo, con permiso de Irak o Afganistán. Después de cinco años de guerra la situación política no ha cambiado; todos los actores siguen enrocados en sus posiciones; nadie piensa que deba cambiar su forma de actuar, y mientras tanto el pueblo (tanto el que permanece en Siria como el que ya se ha tenido que marchar) sigue padeciendo lo indecible. No puedo imaginarme su situación cotidiana, pero no se la deseo ni al peor de mis enemigos.

Trump me parece que es un psicópata, incapaz de empatizar con las demás personas, y por lo tanto capaz de hacer y decir cualquier cosa con total naturalidad. Quizás estas características suyas sean las que lo acercan a Putin, otro que parece cortado por el mismo patrón. Sus prioridades son personales y, cuando mucho, puede que lleguen a abarcar a su familia o sus amigos más queridos, aunque no estoy seguro de ello. Por lo tanto, si el pueblo norteamericano ya le importa bien poco, imaginemos cuánto le pueden preocupar los sirios, a miles de kilómetros de distancia hablando un idioma incomprensible.

En cuanto a al-Ásad, si realmente le importara su pueblo ya habría dejado hace tiempo el poder. Más allá de sus razones (discutibles cuando menos) el sufrimiento de su pueblo es tal que debería ser capaz de sacrificarse con tal de protegerlo. Entiendo que al-Ásad no quiera terminar como sus “colegas” Sadam Hussein o Gaddafi, pero entonces debería arreglar una salida con los rusos, e irse a vivir a una dacha cultivando patatas y pepinos. Si permanece en el poder es porque su pueblo le importa eso mismo: un pepino. No hay ninguna razón que lo justifique. Si al-Ásad dejara el poder, no sabemos bien qué pasaría en Siria, ya que los antecedentes de Libia o Irak no son buenos, pero no me imagino una situación peor que la actual. Los rusos, en lugar de apoyarlo para seguir en el poder debería ayudarlo a abandonarlo de la manera más digna posible.

En síntesis, en Siria se está viviendo una tragedia provocada y consentida por malvados insensibles con intereses mezquinos, un ejemplo de antihumanismo que, tengo la certeza, en poco tiempo más será visto como una salvajada propia de tiempos turbulentos.