2014 fue un año de construcción, de puestas en marcha, de cambiar las ruedas sin frenar el auto. Fue un año intrépido, que nos despeinó a todos y nos permitió, también, poner en entredicho muchas creencias que teníamos por seguras.

Ningún balance puede dar completamente positivo, pero tampoco negativo, porque se ha avanzado y retrocedido en todos los campos, en todos los continentes. Mientras las fuerzas imperiales volvían a invadir países y a imponer el terror donde necesitaban dividir para reinar y, fundamentalmente, controlar los suministros de recursos naturales para sus empresas transnacionales, pueblos empoderados hacían retroceder estas mismas empresas, estas mismas potencias y estas mismas prepotencias.

Mientras la contaminación parece no tener freno, algunos han podido proclamar victoriosos que sus territorios han sido limpiados de minas antipersona. Así como hubo países que dejaron morir viajeros en los pasillos de sus aeropuertos, otros han enviado a miles de kilómetros lo mejor de sus cuerpos médicos para enfrentar enfermedades terribles.

Muchos nuevos derechos han sido incorporados a los códigos civiles, Constituciones o se han impuesto por decretos presidenciales. Otros, siguen perdiéndose, ignorándose o simplemente evitándolos en una alocada carrera hacia el futuro.

El futuro durante todo el 2014 fue el 2015. El 2015 a partir de ahora es el presente y es dónde deben comenzar a establecerse las obligaciones postergadas. El año nuevo debe convertirse en una excusa para volver a impulsar los reclamos, para recordar que las promesas electorales hay que sostenerlas y que el compromiso social debe efectivizarse y ser permanente en la acción sostenida.

Esta forma de escribir tan relativista no quiere pasar por alto el altísimo peligro que vivimos como especie, estamos a la vuelta de la esquina de una catástrofe. Pero este pensamiento no siempre es despertador de las acciones transformadoras que tuercen el camino evolutivo, muchas veces es un grito helado que paraliza y obtiene como respuesta la negación o la indiferencia.

Por lo tanto el mensaje no puede ser categórico, no puede binarizarse el lenguaje entre buenos y malos, entre blancos y negros, entre avances y retrocesos. Los avances de ayer son retrocesos de hoy, lo prístino en un contexto psicosocial se convierte en obscuridad en otro. Así que vale la pena elevar la mirada, desconfiar de las respuestas fáciles y analizar con amplitud de miras y profundidades.

La paz es algo no seguro, no tiene garantías de perdurabilidad, no tiene consolidado el quórum de los decididores de la vida y de la muerte. Por eso la insistencia en la exigencia de métodos no violentos para resolver conflictos, para solucionar disputas y para contrarrestar la bravuconada y el autoritarismo. 

La noviolencia debería ser el componente complementario de todas las acciones que lleven adelante los gobiernos, los movimientos sociales, los que exigen y los que deciden, los que necesitan y los que acaparan. Y cuando digo noviolencia no estoy pensando en una nube de algodón y sonrisas de publicidades de dentífrico, estoy pensando en el agua que horada la piedra, que remueve los fondos del océano, que depura, que limpia, que decanta, que fecunda, que sacia la sed y alimenta las semillas sembradas.

La noviolencia no es bonachona, es firme, es persistente, tiene flexibilidad para no romperse, se adapta a los moldes que necesita ocupar y avanza con resolución cuando la ocasión se lo permite. Creemos esas situaciones, hagamos que el radio de influencia se multiplique, que el eco silencie los intereses crápulas y dañinos.

Los invito a llevar adelante el único intento que vale la pena, humanicémonos y dotemos de eternidad todo aquello que le da sentido a nuestras vidas.