Por Meir Margalit

El encabezamiento  de un artículo publicado en el Jerusalem Post del pasado 3 de agosto, dias antes de concertado el cese de fuego, firmado por Eric Mandel, me ha dejado atónito, pasmado. Su título dice así:  «Lessons  to learn before the next war». [Lexiones que aprender antes de la próxima guerra] La guerra continuaba, los tanques seguían haciendo estragos, gente de ambos bandos continuaban muriendo y matándose mutuamente, pero el redactor de esta nota, hombre sin duda precoz y clarividente,  ya se apresura a hacer balance y a extraer las conclusiones necesarias a fin de preparar al país a la guerra que se avecina, esta vez  contra las milicias de Hizbollah en el Líbano.  Consciente que el arsenal de Hizbollah contiene  100.000 misiles de mayor precisión que los disparados por Hamas y, a  sabiendas  que la próxima guerra cobrará muchas más vidas que la actual, este señor de la guerra no hace un llamado a  prevenirla,  a evitar mayor derramamiento de sangre, sino por el contrario,  incita al gobierno a comenzar inmediatamente a pulir las espadas,  planificar detalladamente los próximos ataques,  preparar  minuciosamente la defensa civil,  organizar  más eficazmente los medios de destrucción masiva.  Esta nota delirante no debería preocuparme demasiado, si no reflejara fehacientemente la opinión pública israelí y revelara la línea política predominante en el actual gobierno israelí. Cada guerra es el prolegómeno de la próxima refriega,  cada batalla es el ensayo general de la próxima contienda, aquella  que ya se está gestando y será más sangrienta que la anterior.

Este es el producto de un país incapaz de solucionar sus conflictos fuera del uso de la fuerza.  Un país cuyo abanico de opciones para encarar las relaciones con sus vecinos va del uso de la fuerza bruta hasta el  uso de la fuerza feroz.  En su mundo conceptual no hay espacio para la negociación, no existen las  vías pacíficas, desconoce otra opción que no sea militar. Se trata de un tipo de incapacidad psicológica, de atrofia mental, que retiene a sus líderes anquilosados en la fase bélica de su historia. Parecería que Israel no puede prescindir de ningún enemigo de turno, y necesita siempre de alguna batalla para sentirse realizado.

Esta estrechez mental es producto del peso excesivo del ejercito en la sociedad israelí, una institución que obviamente desconoce otra lengua que no sea miltar, cuya mirada es tan angosta como el ángulo de la mira telescópica de sus rifles y que nunca, nunca, se sentirá saciado, porque toda contienda que emprenda, concluirá con la sensación de que necesitaba unos días más para destrozar al enemigo y que de no ser por la incapacidad del gobierno de soportar la presión internacional, la batalla hubiera concluido con un gran triunfo. «Frustración»-  así define un general el sabor con el que ha finalizado la contienda-  ¡»sensación de que hemos echado por la borda una oportunidad»!   Que triste saber que depositamos la vida de nuestros hijos en sus manos.

La historia de Israel se ha convertido en una sucesión fatal de guerras, en un déjà vu perverso, morboso.  Muchos dirán que desde siempre así ha sido la historia del pueblo judío, de pogrom en pogrom,  pero ese fue precisamente el motivo por el cual surgió el movimiento sionista: para romper esa cadena de penurias y sufrimientos.  Desde esa perspectiva, la historia de Israel es la  prueba del fracaso  sionista. A 66 años de la Nakba, tal vez ese sea el gran logro de la resistencia palestina: la transformación de Israel en un dantesco campo de batalla cuyos habitantes están condenados a luchar incesantemente, dónde la vida no es más que un factor circunstancial, en constante peligro de muerte.  Obviamente, de esta forma no es posible mantener un país a largo plazo: a este ritmo, el país se desgasta solo,   se va consumiendo día a día. Lo que los países árabes no han conseguido en el campo de batalla, lo hemos logrado los israelíes con nuestras propias manos en el campo social.  Esta estructura mental es el peligro más serio que enfrenta Israel.  Este es el  área en la que el pacifismo israelí debe concentrar su labor. Esta es la prueba contundente de cuan imperiosamente necesaria es nuestra labor.

El Dr Meir Margalit es miembro del Consejo editorial de Sin Permiso, residente en Jerusalén y un activo militante del campo por la paz israelí.