Por Miguel Guaglianone.-

En el análisis anterior que realizáramos sobre la difícil situación en Ucrania  veíamos que lo ocurrido con Crimea abandonando Ucrania y anexándose a la Federación Rusa, era solo el comienzo de un proceso social en espiral centrífugo provocado por la liberación de poderosas fuerzas secesionistas, un espiral producto de la intervención extranjera y la imposición a través de un “golpe suave” de un gobierno central sin ningún tipo de apoyo popular.

Al otro día de haber planteado estas reflexiones, la región de Donetsk  al Este de Ucrania se vio conmovida por manifestaciones populares que terminaron en el establecimiento de barricadas y la toma de edificios gubernamentales por parte de ciudadanos que se declaran “república independiente”, no reconocen el gobierno de Kiev ni la convocatoria a elecciones realizada por éste y están proponiendo la realización de un referéndum para escoger al igual que Crimea, su anexión a Rusia. En cascada les siguieron al día siguiente las regiones de Luhanks y Járkov, con idénticos resultados.

La inmediata respuesta del gobierno de Kiev fue la amenaza del uso de la fuerza por parte de Arsén Avákov, el Ministro del Interior del régimen impuesto y un ultimátum a los manifestantes para que liberaran los edificios tomados.

El día de la semana que expiró este ultimátum, mostrando que el gobierno no las tiene todas consigo, el primer ministro ucraniano, Arseni Yatseniuk, viajó a la ciudad suroriental de Donetsk para tratar de calmar los ánimos, ofreciendo a los manifestantes garantías de mantener el ruso como segunda lengua oficial y prometiendo hacer más laxas las condiciones para una mayor autonomía de las regiones en conflicto.

Lo más curioso de la situación es que el primer ministro no se reunió allí con los manifestantes, sino con empresarios poderosos y con políticos puestos en el poder por su gobierno. Entre estos se encontraba Rinat Ajmetov, el hombre más rico del país, que realizó ante las cámaras la curiosa declaración de que “no permitiría que Ucrania se incendiara”. Aquí se hace presente una condición especial de la situación política del país, que recuerda algunas de las características de la Rusia de Boris Yeltsin: el poder político está concentrado en el poder económico de algunos “grandes magnates” que aparecieron en escena luego de la caída de la Unión Soviética. La nueva candidata a la presidencia de Ucrania Julia Timochenko por ejemplo, es una de las ciudadanas más acaudaladas del país. Si a eso agregamos el entorno de corrupción generalizada, que no es exclusiva del actual gobierno sino que viene desde antes, el panorama para establecer una solución política efectiva se ve bastante difícil.

Mientras escribimos estas líneas y corroborando la fluidez de la situación, el ministro del interior Avákov anuncia una “operación especial” en Slaviansk precisando que en ella participarán agentes de todas las unidades de seguridad, para recuperar los edificios gubernamentales tomados por los insurgentes. El gobierno de Kiev, demostrando nuevamente su impotencia, oscila entre la zanahoria y el garrote ante la imposibilidad de definir la situación. Las promesas de Yatseniuk no parecen haber convencido a los manifestantes y el gobierno comienza a desesperarse. Algo que antes anotábamos es que nuevamente queda claro aquí que las fuerzas armadas no parecen estar dispuestas a tomar partido en la situación.

Mientras tanto, el gobierno de Putin propone a Kiev que considere la posibilidad de reformar la Constitución de Ucrania para permitir una “federalización” del país. Aparte de que esta solución beneficiaría los intereses rusos, ya que les permitiría mantener una influencia sobre parte de una Ucrania cuyo gobierno le es hostil, pareciera ser una solución razonable para contrarrestar la centrífuga secesionista, que en el fondo no interesa ni a Moscú ni a Kiev.

Pero todas estas alternativas alimentan el efecto de bola de nieve de una situación geopolítica álgida cuyo oscuro porvenir desbalancea el status quo del propio sistema mundial. Vladimir Putin, preocupado con la inmensa deuda acumulada de Ucrania con Rusia por los suministros de gas que el gobierno de Kiev no quiere (o no puede) asumir, implica a Europa en la situación y sugiere que si la Unión no puede colaborar en solucionar el problema de esa deuda, la situación puede comprometer los suministros de gas ruso a esa región.

Europa pone el grito en el cielo, reclama que Rusia no puede aplicar chantaje político con los suministros de energía y llama a Putin a “respetar los contratos, en beneficio de todos”, pero sin embargo responde a la presión y el comisario europeo a la Energía, Günther Oettinger, declara que trabaja en una solución para ayudar a Ucrania a pagar sus facturas de gas ruso y pide que no cunda el pánico sobre el tema del suministro de gas a Europa.

En definitiva, el proceso desencadenado por la grosera desestabilización provocada por los poderes que consideraron que era hora de colocar a Ucrania bajo la influencia directa de Occidente, sigue mostrándonos su acelerado desarrollo y planteando nuevas alternativas que repercuten diariamente en el sistema global y que en el fondo nos afectan a todos. Esperemos que no se aplique lo de que “aquellos polvos trajeron estos lodos”, sino que aparezcan ahora nuevas alternativas que mejoren la situación.