Por: Gustavo Adolfo Cesped Cariaga

Los gobiernos a veces enfrentan problemas comunicacionales para informar el objetivo, contenido y/o alcances de sus políticas o acciones, públicas. Es así, por ejemplo, que en nuestra historia reciente se ha recurrido a diferentes “metáforas” (no siempre del todo felices) para explicar a quienes están más preocupados de resolver el diario vivir que de leer tratados de politología. Es así por ejemplo, que el ex presidente Lagos explicaba a los televidentes el caso CORFO-Inverlink con la analogía del “robo de un jarrón”, o que diversos políticos se refieren a cómo mejorará, o empeorará, la calidad de vida con una determinada medida política, respecto a las preocupaciones y alegrías de una hipotética “señora Juanita”.

Independiente del tenor de la metáfora -y de la gracia con la que trata de alcanzársele-, el objetivo es siempre el mismo: traducir contenidos complejos a términos más sencillos (aun a riesgo de simplonería).

Algo aparentemente similar, realizó hace un par de días la Ministra Rincón, cuando se refirió a que, en el contexto de la discusión por los medios que está acompañando la discusión formal de la propuesta de reforma tributaria, se estaba utilizando “a la DC para, como se dice, sacar las castañas con la mano del gato, porque los que se oponen a la reforma son los partidarios de la alianza, no nuestro partido”.

Decimos que la ministra aparentemente desarrolló algo similar pues, no se equivoque, no se refería a un “enchulamiento estético-político” de su partido, o in extenso de la Nueva Mayoría. No, la ex senadora se refería a una fábula de amplia difusión entre aquellas personas que poseen una formación política por sobre el promedio: una de las obras de La Fontaine, específicamente aquella titulada “El Mono y el Gato”. En dicha fábula, dos pícaros animales habitantes de una casa (el primero todo un ladrón y el segundo un completo haragán), veían una noche en el fogón del hogar cómo se asaban castañas. Como puede imaginarse, ambos fantaseaban con la posibilidad de hacerse de dicho candente alimento, no obstante el patente peligro que representaba el fuego y las propias castañas prácticamente a temperatura de cocción. En dicho contexto, el Mono –que para tristeza de los CatLovers, era mucho más astuto que el Gato— convence  a su compañero, que debido a sus extremidades felinas, es el más idóneo para rescatar el suculento botín del calor del fuego, y tan pronto como éste lo va haciendo, sacándolas con un manotazo del fuego, el mono se las va comiendo, hasta que “se acerca una criada,/ y nuestro par de ladrones,/ se pone al momento a salvo;/ mas según cuenta la historia,/ no estaba contento el Gato”.

Dicha fábula, en clave de formación política, siempre ha sido referida para dar a entender que si es necesario hacer algo desagradable o impopular, eso es políticamente riesgoso, y en consecuencia, urge la necesidad de contar con una pata de gato (o mano en la versión de la ministra), pues permite lastimar o conseguir lo que se busca, a la vez que se evita que se percaten de quién es el verdadero responsable y/o beneficiario.

Por ende, y en consideración a que tanto fondo como forma del mensaje no son para traducir temas complejos a vocablos más sencillos, sino que se utiliza un lenguaje prácticamente de “iniciados”, para dar expresión a una preocupación políticamente sensible, entonces, ¿a quién se dirige la Ministra con dichas declaraciones? Pues a las filas de la Nueva Mayoría in extenso, y a las de su propio partido en particular, pero no al militante raso o al simpatizante activo, sino a sus pares en dicha coalición, aquellos que comparten con ella su docta formación política.

Y si aquel es su público objetivo, ¿cuál es el mensaje? Pues la lealtad al programa de gobierno, tanto para sus correligionarios que ya fueron “objeto de seducción” por parte del polo autocomplaciente, como para aquellos directivos de otros partidos de la coalición que buscan “camuflar” en las diferencias internas de la DC, las existentes al interior de sus propias filas.

En consecuencia, lo que hizo la Ministra Secretaria General de la Presidencia, es –para todos quienes dominen un lenguaje cultivado en formación política—sino un llamado al “control de cuadros”, de la amplia y diversa coalición que fundamenta su sector.

Es así, en consecuencia, que se pueden entender las réplicas de Andrade, “técnicamente correcto, pero políticamente incorrecto”; las de Quintana, “…tenemos que conciliar las facultades propias del parlamento con los deberes que tenemos cuando somos parte de una coalición”; y las que con posterioridad se han lanzado el timonel DC con su par PS y el senador Pizarro.

¿Qué ocurrirá en el futuro? Es difícil prever aún si tendrá éxito el llamado a la lealtad y disciplina interna hecho por la Ministra o si triunfarán los que se hicieron de la hegemonía interna desde mediados de los 90. Sin perjuicio de lo anterior, sí está claro que el tipo de discusiones actuales que vemos con objeto de la Reforma Tributaria se verán replicadas cuando se presente la Reforma Educacional, y con mayor énfasis aun, cuando se discuta seriamente la nueva constitución para el país. Uno de los posibles caminos a recorrer es aquel sendero ya recorrido que nos mostró la Concertación desde mediados de los 90; la otra senda está aún por construirse, pero ésta no se construye sólo desde arriba, pues va de la mano con las más profundas aspiraciones de la ciudadanía.

De quién triunfe en el entuerto a resolver dependerá el futuro de la coalición de gobierno y el signo del nuevo ciclo político que comienza: si la DC y la Nueva Mayoría en general se cuadran con las sentidas aspiraciones populares, o si nuevamente se convierten en “la pata del gato”, aun cuando para la posteridad, nuevamente, no quede muy contento el gato.