Ya no se trata de una cárcel de presos políticos, como en 1789, pero la Bastilla sigue teniendo una profunda carga para el imaginario francés. Esquivando autobuses, taxis y motos los Indignados, luego de haber atravesado varios barrios con sus reivindicaciones, rodearon el monumento a la toma de la Bastilla, para luego hacer una asamblea popular en las escalinatas del Opera Bastille. En la cual los presentes pudieron ponerse al tanto de las novedades del Movimiento en diferentes ciudades francesas y del resto de Europa.

La policía tenía la orden de no dejarles permanecer en ese sitio, así que comenzaron los forcejeos por evacuar a los asambleístas que permanecieron todo el tiempo con una actitud no-violenta y tratando de hacer comprender a los uniformados que lo que estaban haciendo era ilegal, puesto que el director del Teatro había autorizado a los manifestantes a ocupar ese espacio durante el día feriado.

El ambiente se caldeó cuando los policías arrestaron a un Indignado, aunque finalmente con la intermediación de la multitud y de algún abogado del Movimiento Democracia Real Ya, esta persona fue liberada y pudo volver a participar de la asamblea, aunque con claras muestras de los forcejeos vividos.

Un centenar de personas se quedaron hasta la noche, comiendo todos juntos y preparándose para pasar la noche al raso, ya que lo policía prohibió terminantemente la utilización de tiendas. Las deliberaciones dentro del movimiento fueron arduas para decidir si respetar las condiciones vejatorias del comisario o imponer sus propias reglas.

Muchos indignados han dialogado con las fuerzas del orden y muchos les han hecho saber que el poder de los políticos no sería nada sin el apoyo incondicional de ellos, acatando órdenes sin reflexionar el interés velado de las mismas. Esto se suma al malestar generado por el nuevo decreto ley que permite la utilización de armas de guerra para disolver manifestaciones, un atentado a las libertades de los franceses.