Un sector importante del electorado, qué duda cabe, se ha apartado del centro político y ha preferido a dos candidatos que a pesar de su polaridad comparten por lo menos dos atributos: la radicalidad y la vena autoritaria. Al parecer, la impaciencia social se ha hecho presente. Casi veinte años de capitalismo rampante no han bastado para atender las necesidades humanas y reducir el dolor y el sufrimiento de la mayoría de los peruanos. Conclusión: hubo goteo y no chorreo, la exclusión social continúa y el libre mercado consumista se ha mostrado impotente para promover una cultura en la que los peruanos sean tratados con la dignidad que se merecen, es decir, sin discriminación.

Frente a esta situación, la oferta de Keiko Fujimori se limita a presentarse como un *“humanitarismo eficiente”* que en la práctica se vuelve un populismo de derecha que condiciona el apoyo a la *“obediencia”* social y la adhesión clientelista. En caso de conflicto, se reprimiría duramente a los de abajo para asegurar el clima de *“estabilidad”* favorable a una *“inversión”* de gran costo social y ambiental. Si fuese necesario, dado que su entorno político no ha variado, podrían violarse los derechos humanos, como ya ocurrió en el gobierno de su padre. Entretanto, perennizando la corrupción institucionalizada, los de arriba podrán cerrar sus negocios aplicando la fórmula de siempre: coimas e impunidad para los políticos a cambio de máxima desregulación para empresas que aborrecen la fiscalización.

Por su parte, la propuesta de Humala ha ido decayendo en radicalidad transformadora, pero con todo ha logrado encarnar el anhelo de cambio. Su candidatura tiene un aire de oportunidad histórica que, sin embargo, no sabemos si querrá o podrá aprovechar. Sus pasivos no son abundantes, pero es importante considerar el violentismo de su socialización familiar y la presunta violación a los derechos humanos (denuncias de torturas y desapariciones forzadas) cuando en 1992 se desempeñaba como Jefe de una base militar anti-subversiva. La prensa conservadora presenta apocalípticamente a Humala como par de Hugo Chávez y por eso mismo como el candidato anti-sistema, destructor de un *“maravilloso”* modelo de crecimiento económico que solo requiere ajustes mínimos para llevar a todos los peruanos al *“paraíso”* de la modernidad.

Sin embargo, Humala ha neutralizado estos ataques con su gira por Estados Unidos, su encuentro con la embajadora de ese país en el Perú, su visita al Cardenal, su convocatoria abierta al intercambio con las otras fuerzas políticas, el asesoramiento brasileño de su campaña y el desplazamiento del objetivo de cambiar la constitución (no sabemos si real o solo mediático). Hoy mismo afirma que no la impondrá y que *“entra todo en debate”*.Todo esto indica la búsqueda de un consenso amplio que le facilite la gobernabilidad, asegurándole mayoría parlamentaria en caso de ganar.

¿Podrá Humala resistir la tentación burguesa del poder? ¿Podrá encarnar al héroe cultural que el Perú necesita para recuperar la dignidad perdida? ¿Podrá ser el Inca que buscamos desde siempre, según sugiere uno de nuestros mejores historiadores? ¿Podrá liderar la revolución espiritual y moral que se necesita, sin la cual toda propuesta noble fracasa ante la dictadura del dinero y el imperio de la corrupción? ¿Convocará a los mejores y más decentes profesionales para que rectamente gobiernen a su lado y así el Perú pueda volver a respetarse a sí mismo por el resurgimiento de su conciencia moral (como ya no los hiciera sentir el gobierno de transición de Valentín Paniagua)? ¿Logrará el cambio hacia una democracia real? ¿Podrá establecer una relación de equilibrio y beneficio mutuo entre el capital y el trabajo, entre el Estado y la sociedad?

Hoy ya no está en discusión que el desarrollo humano y sustentable es la dirección a seguir, no sólo en el Perú, sino en todo el orbe. El momento exige un cambio esencial de conciencia y de modelo para superar una crisis profunda en la que toda la humanidad se encuentra en riesgo. Los temas de la amenaza nuclear, del calentamiento global, de la contaminación ambiental, de la violencia como plaga deshumanizadora (económica, política, psíquica y cultural) deben ser enfrentados urgentemente. En este contexto, la unidad latinoamericana por un desarrollo humano integral y sustentable es una imperiosa necesidad en un mundo global en el que se requiere tener poder de negociación para re-direccionar la historia. Poco o nada de esto ha sido destacado por ambos candidatos.

En esta encrucijada, cualquier gobierno solo podrá tener dos destinos: evolucionar y ser vanguardia de la Nación Humana Universal (plural, convergente, no violenta) o involucionar y ser una expresión más que ahonde el abismo nihilista de la desorientación y el sinsentido.