Este año, el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino, el 29 de noviembre, coincidió cerca del Día de Acción de Gracias, la festividad más celebrada en Estados Unidos, que cae en el cuarto jueves de noviembre. Junto con el Thanksgiving, llega como cada año el Black Friday, al día siguiente. Es cuando los compradores abarrotan las calles en busca de gangas. Esta práctica, originaria de Estados Unidos, se ha extendido por todo Occidente y en los últimos años ha ampliado su duración, abarcando todo el fin de semana e incluso el lunes, al que se ha bautizado como «Cyber Monday» (supuestamente dedicado a las ventas de electrónica).
Así que, la vibrante y colorida marcha pro-Palestina del sábado 29 de noviembre, con consignas y pancartas que pedían la liberación de los presos políticos palestinos y exigían inversión en las necesidades de la gente, nuestro NO en la guerra, «chocó» con una masa de compradores que deambulaba de un gran almacén a otro, arrastrando bolsas y paquetes junto con niños. Las protestas pro-Palestina en los distritos comerciales de Manhattan no solo se escucharon a través de la música, de los cánticos acompañados por tambores e incluso una tuba, sino que, sobre todo, se podían sentir con intensidad y claridad en el ambiente.



Partimos desde Columbus Circle, en la esquina de Central Park, poco después llegamos a la Quinta Avenida, y desde allí caminamos hasta la Biblioteca Pública de Bryant Park. Caminando por la famosa avenida, inspirada por una consigna que decía: «¡Desde las entrañas de la bestia, fuera las manos de Medio Oriente!», debo decir que realmente entramos en las entrañas de la bestia, sacudiéndola. Una mujer a la que me acerqué, sonriendo y ofreciéndole un volante, me lo arrebató enfadada, gritando: «¡Qué vergüenza!». Debía ser una sionista amargada, y yo seguí sonriendo, ganándome la simpatía de otros presentes. Otra mujer, contorsionando su rostro en lo que parecía un gran dolor, me advirtió que no me acercara más, y escuché a una irritada pareja italiana maldecirnos. Probablemente turistas que se engañan pensando que nadie aquí los entiende, ya que ellos a menudo no entienden a los demás y les molesta que alteren sus planes favoritos. Y aquí me gustaría detenerme a reflexionar y hacer balance de la experiencia.
Permítanme comenzar diciendo que no estoy en contra de las compras; al contrario, es una actividad que disfruto ocasionalmente, aunque prefiero los días tranquilos y rechazo las búsquedas compulsivas. Mis padres regentaron una tienda de ropa en nuestra ciudad durante más de cuarenta años. De modo que, aunque solo fuera por respeto a ellos y a la pasión que pusieron en su trabajo hasta el final, nunca podría soñar con un mundo sin compras.
Sin embargo, creo que la compra debe hacerse «con criterio» (preguntarse ¿realmente necesito esto?) y «con conciencia» (esto, ¿realmente me gusta?, ¿realmente lo quiero?). Especialmente hoy en día, ya no podemos evitar preguntarnos: «¿De dónde viene este producto? ¿Quién lo produce?».
No podemos dejar de cuestionar nuestra conciencia moral cuando nos acercamos a una tienda. Si bien adherirse a los dos primeros puntos es un ejercicio saludable para nosotros mismos, que recomiendo a todos, porque nos ayuda a mantener la sobriedad y la armonía.
El tercer aspecto, sobre el que detenerse, tiene que ver con la sociedad en que vivimos y sus mentiras. Nos hemos acostumbrado a ocultar el hecho de que nuestro bienestar se construye sobre la explotación y el sufrimiento de una parte del mundo, a la que hemos excluido de nuestra mesa por nuestra propia conveniencia. Son poblaciones enteras sobre las que Estados Unidos y sus aliados han impuesto sanciones económicas como dogales al cuello. Los casos más flagrantes son Venezuela, Cuba e Irán (pero no son los únicos: alrededor de veinte países están bajo diversas formas de embargo).
Luego están aquellos que, a cambio de darles [solo] migajas en lugar de bombardearlos, son explotados y despojados de sus recursos: Guatemala y gran parte de Centroamérica viven esto. Igualmente, los trabajadores que luchan en cadenas deshumanizadoras cuyo único interés son las ganancias a repartir a fin de año. Por ejemplo, Amazon, por nombrar uno, donde hay una gran protesta de base en curso. Palestina, con su resistencia, con su decir «¡No! No permitiré que me oscurezcan, olviden y roben quedándome en silencio», ha devuelto el tema del neocolonialismo al centro del debate y al pinchar o despertar de las conciencias individuales.
Durante la marcha, mucha gente intentó mostrarse indiferente, pero no pudo; como mucho, parecían aturdidos. Todos sabemos lo que está pasando en Gaza y Cisjordania, y todos sabemos que, ante la cobardía y complicidad de nuestros gobiernos, que persisten en negarse a imponer sanciones a Israel, se ha lanzado un llamado al boicot global. En esto, es imposible evitar los llamados de la red BDS [Boicot, Desinversión y Sanciones], activa en todas las redes sociales.
No hay manera de ver lo que pasa bajo la piel de los demás, pero les aseguro que cruzar la Quinta Avenida, donde brillan los escaparates de Prada, Tiffany & Co., H&M, Zara, etc., como parte de una marcha entusiasta durante el glorioso día de compras, ha perturbado muchas conciencias.













