Mientras subo los escalones del metro, se recorta contra el cielo una silueta reconocible incluso para quienes nunca han pasado por Nueva York: es el Empire State Building. Estoy en el palpitante corazón de la Gran Manzana, donde, en medio de decenas de cadenas de comida rápida y fast-fashion, y donde Macy’s por sí solo ocupa dos manzanas (en la calle 37), en 2017 vio la luz The People’s Forum. Como se puede deducir del nombre, es un lugar del pueblo o la gente, y así se vive visitando su página web: «Somos una incubadora de movimientos para trabajadores y comunidades marginadas, que busca construir unidad superando las divisiones históricas dentro del país y en el extranjero. Somos un espacio educativo y cultural accesible, que nutre a la próxima generación de visionarios y organizadores convencidos de que un nuevo mundo es posible a través de la acción colectiva». En menos de diez años, logrando superar la crisis del cierre por la pandemia, The People’s Forum ha crecido hasta ofrecer un calendario repleto de propuestas: cursos de idiomas (desde portugués hasta árabe), de pintura, diseño gráfico y teatro, una programación de cine de autor revolucionario (y nada desdeñable) más el apoyo a nada menos que doscientos grupos para organizar su actividad político-cultural en la ciudad, o mejor dicho, deberíamos decir, «para su acción de base».
Los lunes por la noche, desde hace dos años, convergen en The People’s Forum los activistas por Palestina, ocupando toda la sala; es el día de la reunión plenaria en la que los distintos grupos se reúnen para debatir y definir las actividades de la semana. Así que hoy, mientras los poderosos se deshacen en halagos mutuos reconociéndose méritos que no tienen y los medios se agolpan para contar sus mentiras; aquí la gente común, dotada de corazón y cerebro, se ha reunido con un espíritu muy diferente; la batalla por la verdad y la justicia ha entrado en una nueva fase que será ardua y traicionera y nosotros también debemos prepararnos.
El encuentro comienza de una manera tan conmovedora y hermosa que me resulta difícil describirla. En el escenario se ha situado el Palestinian Youth Chord; son todos jóvenes y bellos, envueltos en la kefía, cantan suave «Salaam Li Gaza» («Saludo a Gaza») y les acompañan dos guitarras y tambores. El aire vibra de melancolía, y sin embargo uno no se siente triste y mucho menos desesperado, sino más bien preparado y consciente.
Una chica palestina, al terminar el canto, toma la palabra para recordarnos que la música siempre ha sido el alma de la resistencia. Lo ha sido para muchos pueblos en los momentos dolorosos de su historia: canciones nacidas para encarnar el espíritu de la lucha, para mantener encendida la llama de la esperanza; lo ha sido para comunidades marginadas y para trabajadores explotados, como los negros en los campos de algodón y las mondadoras en los arrozales. Y quién sabe para cuántos más la música ha sido el alimento del alma, la fuerza del fénix que renace cuando piensas que todo está perdido.
La palabra pasa a dos activistas músicas, Carsie Blanton y Leila Hegazy, recién regresadas a casa tras participar en la Global Sumud Flotilla y haber sido secuestradas por Israel. Cuentan de una potencia militar y de un Estado que todavía pretende definirse como democrático, que, cegados por la venganza, han caído tan bajo como para emplear su tiempo en hostigar y humillar a jóvenes desarmados, llegando incluso a mortificar a la mujer en sus aspectos más íntimos negándole las compresas. Pero, ¿cómo han reaccionado estas nuestras heroínas modernas? Carsie y Leila pasa ser un torrente imparable al narrar cómo, frente a tanta estupidez, en lugar de dejarse victimizar pasivamente, respondieron con una impertinencia lúdica, usando su propia sangre para escribir Free Palestine en las paredes (las compresas llegaron inmediatamente) y cantando a pleno pulmón su alegría de ser bellas, jóvenes y estar en el lado correcto de la historia. Quizás sus carceleras habrán aprendido algo: en cada mujer duerme una bruja, mejor no despertarla, y tal vez, se lo deseo, llegado el momento, cuando pase la tempestad, lo recordarán y sentirán ganas de contactarlas.
En el escenario se suceden las intervenciones; me llama la atención la lucidez con la que las chicas enmarcan el momento histórico (resumo aquí su pensamiento): los poderosos, habiendo entendido que el objetivo de expulsar a los palestinos de su tierra no es alcanzable, han empezado a encubrir sus fechorías, incluso con movimientos legales. Porque temen a los casos en Tribunales que vendrán; porque toda su fuerza destructiva se dispersa cada vez que choca con la increíble capacidad de vivir de los palestinos; esa Sumud, representada por la Flotilla que ha roto un bloqueo mucho más importante que el naval: el de la mente en el que tantos seres humanos estaban prisioneros, encadenados como en la caverna de Platón. Hoy estos, liberados, ven la relación Palestina-Israel de un modo nuevo. He aquí la verdadera gran ventaja, lo que el movimiento ha conquistado: un capital humano que hacer fructificar. Y no solo para poner fin a una odiosa ocupación colonial… lo que está en juego es aún más alto y nos afecta a todos.



Terminan las intervenciones en el escenario, nos dividimos en grupos según nuestro distrito ([Borough] ….que el mío es Brooklyn). Nos agrupamos en círculos alrededor de otras mujeres-líder para discutir el plan de acción y la organización correspondiente sobre el terreno. Quizás ésta es una noche especial, pero esta noche de verdad me siento halagada de pertenecer al género femenino: somos las reinas factótum y la iniciativa se está desarrollando con una profesionalidad pasmosa.
Antes de cerrar el relato, me gustaría decir unas palabras más sobre The People’s Forum. Charlando con Manolo De Los Santos, uno de los fundadores, descubrí que las continuas amenazas del gobierno de Trump a la libertad de expresión (incluida una carta intimidatoria remitida desde la Casa Blanca, de la que se informa en la web) y a los valores de la sociedad civil-democrática, llevaron al grupo a decidirse por una imponente campaña de recaudación de fondos para comprar y reformar un inmueble, para así ser lo más autónomos posible y cada vez menos chantajeables. La futura sede estará en Union Square, y será aún más visible gracias al Mercado que casi todos los días llena de color y aromas la plaza. La operación está en vías de finalizarse; quien quiera contribuir puede hacerlo a través de la web https://peoplesforum.org.
Me pregunto qué puede significar que un lugar con tales planteamientos haya nacido aquí, justo en el corazón del Imperio y aprovechándose de sus reglas (la pantalla de la «propiedad privada»). Concluyo que la máxima expresión de la sociedad capitalista avanzada, con todo el empeño que se ha puesto en deshumanizar al hombre, como enseñaba Marcuse al reducirlo a «una dimensión» (la consumista), está crujiendo. Pues no ha logrado aniquilar por completo las necesidades político-sociales básicas y hoy observamos su renacer. The People’s Forum y los miles de jóvenes que apoyan al coetáneo socialista-progresista Zohran Mamdani en su sueño de volver a poner al hombre en el centro de la ciudad. Hoy, esta iniciativa se perfila, al menos a la altura del Empire State Building, como la esperanza de un mundo nuevo in fieri. Un mundo en el que los palestinos y los demás pueblos oprimidos serán libres para autodeterminarse; donde el colonialismo quedará reducido a unas páginas en los libros de Historia; donde todo ser humano podrá vivir una vida digna sin haber nacido con una cuenta bancaria de seis ceros; y donde, parafraseando a Roger Waters (Pink Floyd), «a ustedes, locos, los habremos metido a todos en un manicomio cómodo y limpio.»













