La vara ética se mueve: los BRICS como parteaguas internacional
No ha sido una cumbre más. El pronunciamiento de los BRICS en Río de Janeiro el 7 de julio de 2025 no solo es contundente; es inédito. Por primera vez, un bloque de países con peso global denuncia en una declaración oficial la utilización del hambre como método de guerra y la militarización de la asistencia humanitaria. El blanco de esa condena no está nombrado, pero es evidente: se trata de la Gaza Humanitarian Foundation (GHF), creada por Estados Unidos con apoyo operativo de Israel, y financiada y ejecutada mediante empresas privadas.
La declaración final de los BRICS eleva el estándar ético en medio de un sistema internacional paralizado. Frente a la ONU neutralizada por vetos, y a un Occidente incapaz de separar la ayuda del castigo, los BRICS dicen lo obvio que nadie se atrevía a decir: la ayuda ha sido convertida en arma. No se trata solo de un giro diplomático, sino de un punto de inflexión moral.
En palabras del presidente chileno Gabriel Boric, presente en la cumbre como invitado permanente: “Ninguna forma de asistencia puede justificar el asesinato de personas hambrientas. Lo que está ocurriendo en Gaza no es solo una tragedia humanitaria, es una violación al corazón mismo del derecho internacional”. Boric fue el primero en aludir directamente a la responsabilidad de Estados Unidos e Israel durante el segmento a puertas cerradas, según confirmaron fuentes diplomáticas brasileñas.
Gaza Humanitarian Foundation: arquitectura de una fundación letal
La GHF nació en febrero de 2025 como una estructura alternativa al sistema internacional de ayuda. Fue registrada en Delaware (EE.UU.) y Suiza, y comenzó a operar el 27 de mayo con un esquema de distribución autónomo y militarizado. Bajo el discurso de la “eficiencia humanitaria”, reemplazó a agencias como la ONU, Cruz Roja o MSF por una red de contratistas armados y consultoras privadas.
Entre sus socios operativos destacan Safe Reach Solutions, dirigida por el exparamilitar de la CIA Phil Reilly, y UG Solutions, compuesta por exmilitares estadounidenses. Su arquitectura fue diseñada por la consultora Boston Consulting Group bajo el nombre interno Plan Aurora, cuyo objetivo era facilitar la reubicación masiva de hasta 500.000 palestinos desde el norte de Gaza hacia el sur.
El respaldo financiero incluyó una inyección inicial de 30 millones de dólares autorizada por la administración Trump —a pesar de 58 objeciones internas de funcionarios de USAID— y aportes privados de McNally Capital, firma con intereses en defensa y logística. El costo mensual estimado de operación de la GHF supera los 140 millones de dólares.
Centros de distribución o zonas de ejecución
Desde que entró en funciones, la GHF ha sido escenario de violencia sistemática. Según cifras del Ministerio de Salud de Gaza, 843 personas han sido asesinadas y más de 4.700 heridas en los alrededores de los centros de distribución, entre el 27 de mayo y el 7 de julio de 2025. Las muertes han sido provocadas por disparos con munición real, uso de granadas aturdidoras y gas pimienta contra multitudes civiles.
Investigaciones de Associated Press, The Guardian y TRT Español han revelado imágenes donde se ve a personal de seguridad disparando desde puntos elevados contra personas hambrientas. Videos filtrados muestran expresiones como “creo que le diste a uno”, pronunciadas entre operadores contratados.
Los propios empleados de seguridad han denunciado que no recibieron entrenamiento en control de multitudes, que actuaban sin protocolos claros y que muchos fueron reclutados sin experiencia previa. El uso de la fuerza fue autorizado antes incluso de tener normativa de reglas de enfrentamiento.
El negocio de la reubicación: arquitectura estratégica y lucro estructural
El modelo GHF no es solo un fracaso ético: es un negocio. Un informe interno de BCG reveló que su contrato implicaba pagos mensuales superiores a un millón de dólares. Aunque la firma declaró que su trabajo fue “pro bono”, fuentes parlamentarias del Reino Unido desmintieron esa versión. Tras la filtración del Plan Aurora, BCG se retiró del proyecto y despidió a dos socios estratégicos.
La GHF no fue concebida únicamente como una herramienta de distribución de alimentos, sino como una plataforma de control territorial y desplazamiento poblacional planificado. En su fase operativa, la GHF trazó rutas de distribución que obligaban a la población del norte de Gaza a desplazarse hacia el sur, consolidando una zona “vacía” al norte susceptible de ser ocupada militarmente.
Colapso humanitario y mercado negro
Simultáneamente, el esquema de ayuda creó un mercado negro de alimentos dentro de Gaza. Testimonios de campo reportan reventa de paquetes de harina a precios hasta 15 veces superiores al valor original. Los centros GHF se han convertido en nodos de exclusión, represión y colapso.
Organismos como Oxfam, Save the Children, Human Rights Watch y Médicos Sin Fronteras han exigido el cierre inmediato de la fundación, señalando que la asistencia ha sido “privatizada, militarizada y utilizada como arma de desplazamiento forzado”.
Reacciones desde Oriente: la respuesta del Sur Global
China ha condenado el uso del bloqueo como castigo colectivo y ha exigido que Israel cumpla con sus obligaciones como potencia ocupante. Además, ha enviado ayuda directa sin involucrarse en esquemas privatizados.
Rusia, por su parte, ha sido más directa: el ministro Sergey Lavrov calificó las acciones israelíes como “castigo colectivo” y denunció el doble estándar de las potencias occidentales. En el Consejo de Seguridad, Rusia y China respaldaron resoluciones que buscaban un mecanismo independiente de supervisión humanitaria en Gaza, bloqueadas por el veto estadounidense.
La declaración conjunta de los BRICS fue inequívoca: “Rechazamos el uso de la hambruna como método de guerra y toda forma de politización o militarización de la ayuda humanitaria. Exigimos un acceso completo, seguro y sin restricciones a todos los insumos necesarios para la vida en Gaza”. Es la primera vez que el bloque formula una condena coordinada de esta naturaleza.
Además de Boric, también se pronunciaron en tono firme Lula da Silva, quien habló de “apartheid humanitario”, y el primer ministro de India, Narendra Modi, quien expresó su inquietud por “la utilización de la logística humanitaria con fines de control geopolítico, incompatible con los principios de Bandung”.
Gaza como laboratorio distópico del neoliberalismo armado
El modelo GHF representa un salto cualitativo en la tercerización de la guerra. No solo se privatiza el conflicto, se privatiza la ayuda. No solo se lucra con la defensa, se lucra con la miseria. Gaza se ha transformado en el primer caso documentado donde la asistencia se convierte —literalmente— en instrumento de ejecución masiva.
La arquitectura que lo sostiene combina privatización, tercerización bélica, control poblacional, desplazamiento inducido, mercado negro de bienes esenciales y neutralización de actores humanitarios independientes. Es, en sí misma, una estructura narrativa de la guerra del siglo XXI.
Este no es un caso aislado ni una anomalía: es un modelo exportable, adaptable, y en expansión. Su legalidad es opaca. Su responsabilidad jurídica, difusa. Su narrativa pública, cuidadosamente construida por lobbies y consultoras. Es el rostro civil de una guerra sin rostro.
Conclusión: un parteaguas político, ético y narrativo
La condena de los BRICS no es un gesto protocolar. Es la irrupción de un nuevo sujeto político en la escena internacional. El Sur Global ya no habla solo de derechos; habla de soberanía narrativa. Se niega a aceptar la asistencia como coartada, la logística como represión, la ayuda como crimen.
En Gaza, la ayuda mata. No como metáfora, sino como estadística, como estructura, como negocio. Entre el 27 de mayo y el 7 de julio de 2025, 843 personas fueron asesinadas mientras esperaban comida. No murieron: fueron ejecutadas por un sistema planificado, financiado y blindado.
El silencio de Occidente ante este hecho es más que complicidad: es doctrina. Por eso, lo que ha ocurrido en Río de Janeiro marca un antes y un después.
Los BRICS han trazado un límite. Y cuando la historia se escriba con honestidad, este gesto —este acto de denuncia colectiva y soberana— será recordado como el momento en que, claramente, una robusta parte del mundo organizado dijo: basta.













