Orgullosa de llevar a cuestas un origen que no pesa, sino que impulsa.
Ser palestino significa nacer con una herencia hecha de historia, de tierra y de viento, y sentirla vibrar incluso cuando la vida te lleva lejos.
Significa saber que la diáspora no es un desarraigo, sino un segundo hogar que crece a nuestro alrededor, custodiando el sueño del retorno como una llama que no se apaga.
Ser palestino es una responsabilidad, significa resistir sin perder la ternura, caminar con las heridas, pero sin permitir que sean ellas las que nos definan.
Ser palestino significa no rendirse. Creer que cada día, incluso el más oscuro, guarda un destello de luz. Amar la vida con obstinación, con esa fuerza que nace de saber que nada —ni el exilio, ni las fronteras, ni las distancias— puede borrar a un pueblo que sigue imaginando el futuro.
Orgullosa de pertenecer a una historia que no es solo dolor, sino resistencia, creatividad, cultura, dignidad. Orgullosa de llevar dentro de mí un mundo que danza entre la memoria y la esperanza, entre la casa que habitamos hoy y la que seguiremos soñando.
Ser palestino significa esto: caminar en el presente con el corazón puesto en el mañana, y saber que nadie podrá jamás apagar nuestro derecho a vivir, a amar y a regresar.













