Lo que comenzó con grandes esperanzas y promesas terminó sin planes concretos para poner fin a la destrucción de los bosques y al uso de combustibles fósiles, mientras que las divisiones geopolíticas volvieron a poner de manifiesto la desconexión entre quienes pedían medidas climáticas en la COP30 y quienes defienden los intereses económicos, en particular los de la industria fósil.

La primera COP en la selva amazónica debería haber elaborado un plan de acción para poner fin a la destrucción de los bosques para 2030 y, después de que los planes de acción climática para 2035 resultaran peligrosamente insuficientes, la COP30 también debería haber elaborado un Plan de Respuesta Global para trabajar en el aumento de la temperatura global del planeta. No hizo ni lo uno ni lo otro.

Al unísono, las principales asociaciones ecologistas internacionales, desde Greenpeace hasta Fridays for Future y Extinction Rebellion, denunciaron enérgicamente la peligrosidad de la situación y la necesidad de una acción inmediata desde la base para volver a llamar la atención de los gobiernos y la sociedad sobre la urgencia de un cambio global de sistema y de rumbo.