Los recientes tiroteos en Manhattan hace dos semanas y en Brooklyn esta semana han reavivado el conocido discurso de «ley y orden» en la política neoyorquina. Como era de esperar, las voces del establishment —el alcalde Eric Adams, el exgobernador Andrew Cuomo y sus aliados en los grandes medios de comunicación— se han apresurado a enmarcar estas tragedias como una justificación para ampliar los poderes policiales. El mensaje es tan antiguo como la propia política estadounidense: en tiempos de agitación social, los votantes deben dar la espalda a los reformistas y unirse al brazo fuerte del Estado policial.
Para progresistas como Zohran Mamdani, que ha pedido valientemente que se reconsidere el papel y la financiación de la policía de Nueva York, este discurso supone tanto un reto inmediato como una oportunidad.
El establishment no dejará pasar la oportunidad de utilizar el miedo como arma. Argumentarán que un «novato» como Mamdani no es apto para liderar en un momento de creciente violencia. Insistirán en que reducir el abultado presupuesto de la policía de Nueva York equivale a invitar al caos. Y nunca abordarán los verdaderos motores sistémicos de la violencia: el fácil acceso a las armas, la profundización de la desigualdad, la desesperación económica, la inseguridad de la vivienda y la alienación de los jóvenes. En cambio, su doctrina seguirá siendo la misma: más poder para la policía, más vigilancia, más cárceles, más miles de millones desviados de las escuelas, la salud, la vivienda y el empleo.
Este guion está muy ensayado. Cada vez que los candidatos del establishment se sienten acorralados, agitan el fantasma del desorden público para derrotar a sus rivales progresistas. Lo vimos en la década de 1990, cuando «mano dura contra el crimen» se convirtió en el eslogan ganador. Lo vimos después del 11 de septiembre con la Ley Patriótica de Estados Unidos, una ley que esencialmente destruyó las libertades civiles de los estadounidenses. Y lo vemos ahora, con un presupuesto de la policía de Nueva York mayor que el presupuesto militar de muchos países, incluso mientras las escuelas públicas luchan por obtener recursos y la crisis de la vivienda se agrava. El establishment se nutre del miedo, porque el miedo desorienta a los votantes y los empuja hacia la falsa promesa de la seguridad autoritaria.
Para Mamdani, hay mucho en juego. No es solo un candidato, es un símbolo de una visión diferente para Nueva York, una en la que las comunidades no son criminalizadas, sino empoderadas, en la que el dinero público se invierte en las personas en lugar de en la militarización de la policía. Para sobrevivir y ganar, su campaña debe contrarrestar de forma preventiva el discurso del orden público del establishment antes de que se arraigue por completo. Deben hacerlo con urgencia.
En primer lugar, Mamdani debe abordar directamente los tiroteos con empatía, claridad y convicción. Debe reconocer el dolor de las víctimas y sus familias, al tiempo que insiste en que la solución no puede ser simplemente «más policías». Debe dejar claro que la presencia policial no impidió estos tiroteos en Manhattan o Brooklyn. Lo que evitará la próxima tragedia es frenar la avalancha de armas en Nueva York, abordar la pobreza y el desempleo, y crear programas comunitarios de prevención de la violencia.
En segundo lugar, su campaña debería destacar ejemplos en los que el exceso de vigilancia policial no ha logrado garantizar la seguridad y contrastarlos con iniciativas comunitarias que sí han tenido éxito. Por ejemplo, los programas Cure Violence, los programas de mentores para jóvenes, los proyectos de vivienda asequible y los servicios de salud mental han demostrado una reducción cuantificable de la violencia, sin los ciclos de brutalidad y desconfianza generados por la mano dura de la policía.
En tercer lugar, Mamdani debe recuperar el lenguaje de la seguridad. Con demasiada frecuencia, los progresistas ceden el argumento de la «seguridad» a los conservadores. Pero la seguridad no es simplemente la ausencia de delincuencia, sino la presencia de estabilidad, oportunidades y dignidad. Los barrios seguros son aquellos en los que los jóvenes tienen programas extraescolares, los padres tienen trabajos estables y las familias tienen asistencia sanitaria y seguridad en la vivienda. Al replantear el debate, Mamdani puede demostrar que su visión no es «blanda con la delincuencia», sino genuinamente dura con las causas profundas de la violencia.
Y decirle a la gente que así es como lo hacen hoy en día los países avanzados de todo el mundo.
Por último, su campaña debería movilizar a sus aliados y a las voces de la comunidad para que se pronuncien con valentía sobre esta cuestión. Los supervivientes, las organizaciones de base, los líderes inmigrantes y los neoyorquinos de a pie deben estar al frente y decir: «Queremos seguridad real, no teatralidad policial». Esta coalición puede contrarrestar el discurso del establishment y recordar a los votantes que el statu quo les ha fallado repetidamente.
Las próximas semanas pondrán a prueba la campaña de Mamdani. El establishment tiene dinero, medios de comunicación y miedo de su lado. Pero Mamdani tiene a la gente, principios y una visión de la justicia. Si su campaña consigue convertir este momento de miedo en un debate sobre soluciones reales, podría cambiar el rumbo no solo de su distrito, sino de la política neoyorquina en general.
Y eso tendría un enorme impacto positivo en todo Estados Unidos.













