LE HABLO A USTED, SEÑOR PRESIDENTE:

 

Mientras Brasil da un paso al frente con sanciones contundentes, el siempre clásico «seamos cautelosos» del presidente Boric se revela como una inoperancia que condena a Chile a ser un simple espectador frente al tránsito histórico del genocidio.

Esta editorial analiza críticamente la divergencia entre las respuestas de Chile y Brasil ante el genocidio en Gaza. Argumenta que, mientras Brasil impone sanciones militares y diplomáticas como expresión de un liderazgo audaz y pragmático, la postura chilena, anclada en una cautela que se ha tornado inoperancia, representa una renuncia al deber moral. La inacción chilena no es una estrategia diplomática viable. La reciente apertura al debate sobre el reconocimiento palestino en países occidentales subraya la futilidad de esa cautela. Se exige al gobierno de Boric y al Parlamento que respondan al imperativo histórico y se sumen a un frente común capaz de frenar el genocidio.

El propio presidente Boric ha calificado formalmente los hechos en Gaza como “genocidio”. Este reconocimiento verbal ubica a Chile, al menos en el discurso, en el lado correcto de la historia. Pero ese acto político y moral, de indudable valentía inicial, impone una consecuencia lógica: actuar con coherencia. Ya no hay margen para invocar la cautela tradicional como justificación de inacción o mesura excesiva. Cuando se ha nombrado el crimen, también se ha trazado la línea que obliga a tomar partido con hechos.

La noticia de que Brasil ha impuesto sanciones contundentes contra Israel —suspendiendo exportaciones militares, retirando a su embajador y sumándose al caso en la Corte Internacional de Justicia— es un faro que ilumina la oscuridad de la inacción y un espejo en el que Chile debe mirarse.

Brasil no se limitó a condenar verbalmente. Sus acciones —la suspensión de exportaciones militares, la ruptura de canales diplomáticos y la participación activa en la CIJ— muestran un liderazgo que asume costos concretos para ejercer presión real. Brasil coloca la vida de miles de palestinos por encima de la conveniencia política y el beneficio comercial. Llama a América Latina a unirse para detener lo que claramente ha sido nombrado: un genocidio.

Chile ha dado algunos pasos, como la retirada temporal de su embajador, el respaldo a iniciativas parlamentarias que cuestionan el comercio con productos de asentamientos ilegales, así como expresiones firmes en foros multilaterales. Pero cuando quien gobierna ha calificado los hechos como genocidio, estas respuestas resultan claramente insuficientes. La responsabilidad principal recae sobre el presidente Boric y el Congreso, quienes deben superar el cálculo político y económico que hasta ahora ha frenado una acción más contundente.

Países tradicionalmente alineados con Occidente —incluidos algunos con estrechos vínculos con Israel— están dando señales inequívocas de que el statu quo ya no es sostenible. El debate sobre el reconocimiento del Estado palestino ha dejado de ser tabú incluso en naciones como Canadá, lo que subraya la inanidad de la cautela chilena.

La única “pérdida” real serían tensiones diplomáticas y algunos costos comerciales que palidecen frente a la magnitud del crimen. La historia juzgará duramente a quienes se quedaron en el cómodo terreno de la inoperancia mientras la barbarie continuaba. La cautela, en este contexto, no es prudencia sino renuncia, y el precio será histórico y moral.

Señor presidente, usted ya ha reconocido que lo que ocurre en Gaza es un genocidio. Y esa palabra lo cambia todo. Toda cautela posterior —por presión económica, cálculo electoral o temor a represalias— se vuelve indefendible frente a ese acto de nombramiento. La historia no juzgará su balance diplomático, sino si estuvo o no a la altura del crimen que usted mismo ya ha denunciado.

Esta editorial no exige impulsividad, sino coherencia. No se trata de hacer algo por presión, sino de hacer lo correcto porque ya se ha dicho que lo que ocurre es inadmisible. El Congreso, que ha escuchado con razón el clamor de la sociedad civil, debe entender que la parálisis es también una forma de complicidad. En este tránsito histórico, algunas ambigüedades cuestan vidas.

Porque si Chile, habiendo ya nombrado el genocidio, sigue optando por la cautela, será la humanidad entera la que pague este tránsito histórico con sangre —como ha ocurrido siempre que se ha callado frente al horror.

 

Respetuosamente,
Claudia Aranda

 

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