«Los jóvenes están resistiendo y están en primera línea, al tiempo que otras personas cuidan de la población y reconstruyen el país. No es una revolución que mira al futuro, a la posrevolución, sino una que actúa ahora, de manera simultánea». Andrea Castronuovo es investigador de la Universidad Católica de Milán y colaborador de la Asociación «Amicizia Italia Birmania«; actualmente reside en una localidad fronteriza entre Tailandia y Myanmar, desde hace tiempo lugar de encuentro para quienes huyen de la persecución política de la junta birmana y sede de numerosos campos de refugiados.
¿Por qué has elegido vivir aquí, en esta zona fronteriza?
Llegué poco después del golpe militar del 1 de febrero de 2021. Durante décadas, este ha sido un refugio para los movimientos democráticos, desde la revuelta del 88 y luego desde 2007 hasta ahora; es el amparo para todos los activistas y miembros, digamos, de la política activa democrática del país que, al no sentirse seguros viviendo en Myanmar, se vieron obligados a llegar a este lugar con extrema dificultad. En esta ciudad entre Tailandia y Myanmar, junto a los refugiados políticos, se encuentran los campos de refugiados causados por la guerra interna en Myanmar.
¿Quiénes son estos jóvenes demócratas que han dejado su país?
Son aquellos jóvenes que se manifestaron contra el golpe de estado durante los primeros meses de 2021, cuando a partir de mediados de febrero de 2021, marzo y abril, hubo una represión cada vez más violenta por parte de los militares. Algunas personas que se habían expuesto, especialmente de la sociedad civil y política, pero sobre todo muchísimos jóvenes, huyeron. Tomaron coches y medios de transporte públicos o privados, en su mayoría medios precarios, lo dejaron todo, incluidos sus familiares, sin decir nada a nadie porque su condición de buscados los ponía en peligro y, sobre todo, ponía en peligro a sus familias.
Aquí se encontraron en una situación particular porque Tailandia no ratificó la convención sobre refugiados de 1951, y esto hace que el gobierno tailandés no reconozca el estatus de refugiado y, sobre todo, no tenga ninguna obligación en cuanto a la asistencia, tanto física como documental. Por lo tanto, la gran mayoría de los jóvenes birmanos que han llegado aquí se encuentran en una tierra de nadie.
¿Cómo es su vida en la frontera?
Siguen adelante con su Resistencia. Muchísimos jóvenes realizan actividades periodísticas, ya fueran estudiantes o profesores universitarios, han abandonado sus estudios y están practicando la desobediencia civil, ya que no reconocen al gobierno actual, la junta, como el gobierno legítimo. Han elegido convertirse en refugiados y perseguidos, y llevan adelante sus luchas ideológicas y de asistencia a la población.
Las autoridades tailandesas, aunque no han reconocido formalmente a los refugiados, ¿qué actitud tienen hacia ellos?
Estamos fuera de cualquier ruta turística, fuera de cualquier dimensión comercial; este lugar sobrevive exclusivamente porque está superpoblado de refugiados. Esta se ha convertido en la única dimensión económica de la ciudad y se ha creado un sistema de corrupción directa e indirecta dentro del cual el refugiado birmano ilegal que huye de la guerra, de los bombardeos y que ha sufrido traumas extremadamente profundos, se encuentra en otra situación de inseguridad porque está expuesto a estas dinámicas de corrupción.
Las autoridades locales ven una posibilidad de extorsionar dinero a los birmanos ilegales que se encuentran en la ciudad en este momento; la policía no es en absoluto amiga de los birmanos, pero, por otra parte, vive de ellos. Los refugiados ilegales tienen la ventaja de no estar encerrados en los campos de refugiados, sino de vivir en un entorno urbano. En resumen, existe una economía basada en los refugiados y es esencialmente una economía de explotación.
¿Me confirmas el dato de que en la Resistencia birmana la presencia de mujeres es considerable?
Absolutamente sí. Después del 1 de febrero de 2021, hubo una voluntad democrática en la población que quiere dirigir a Birmania en esa dirección y no llevarla hacia atrás como están haciendo los militares. Esta voluntad democrática se expresa en la resistencia en múltiples dimensiones: la de «ya no aceptamos los abusos y la voluntad de los militares» y la de un cambio del paradigma social de género.
De hecho, desde el primer momento, las mujeres, las estudiantes, las doctoras, las enfermeras tomaron las riendas de la resistencia. Hay mujeres ministro que ahora forman parte del gobierno de «Representación Democrática del Pueblo», hay batallones enteros de la resistencia que están compuestos exclusivamente por mujeres y hay varios, más de uno, también hay batallones mixtos. En fin, se está haciendo un trabajo increíble. Otra importante organización de la resistencia reúne a las mujeres parlamentarias demócratas de todo Myanmar que continúan llevando a cabo, además de actividades políticas, actividades de asistencia civil, actividades educativas, de reconstrucción de lo que era el sistema educativo y sanitario que, por desgracia, en estos años tras el COVID, se ha perdido. Así pues, la dimensión femenina de la resistencia está activa en todas sus fases y en todos los roles.
Algunos analistas dicen que el 60% del territorio birmano está en manos de la resistencia.
El problema siempre es la definición de qué es el control. Sin duda, hay zonas enteras del país donde los militares no pueden salir de sus compounds, de sus limitadas esferas de influencia, y la mayoría de los territorios rurales están fuera de su control en el sentido de que ni siquiera pueden llegar físicamente a los campos de batalla; la única forma de ralentizar o golpear a la resistencia es mediante bombardeos aéreos.
Dentro de los territorios donde la resistencia está presente, esta ha activado un sistema educativo, un sistema sanitario y un sistema de comunicación entre los pueblos, por lo que hay un control del territorio. Cuantificarlo en este momento, especialmente desde fuera, es muy complicado.
¿Cuáles son las características que distinguen a la resistencia birmana?
Hay un par de elementos que, en mi opinión, son fundamentales. El primero es que nadie esperaba una resistencia a nivel nacional, compartida por todas las personas y todo el pueblo, ¡y pacífica! Tampoco nadie esperaba una transformación de una resistencia totalmente pacífica a una resistencia también armada, esencialmente defensiva, para proteger a la población de la brutalidad de los militares, aunque las acciones de desobediencia civil continúan, lo que confirma que no se trata solo de una revolución armada. Es correcto decir que la desobediencia civil y la resistencia armada se han unido, más que una haya absorbido a la otra.
La resistencia ha seguido creciendo en estos cuatro años y los militares no han logrado detenerla, y esto es sin duda un dato positivo. Podemos afirmar que los militares ya no podrán volver a tener el control como en décadas pasadas.
En cuanto al desarrollo de la lucha democrática del país, es posible que un aumento constante de su progreso coincida también con un empeoramiento progresivo de la crisis humanitaria en Myanmar, y creo que hay espacio para la reflexión sobre esto, especialmente en lo que respecta a las organizaciones internacionales, los actores internacionales y todos los ciudadanos que viven la ciudadanía activa como algo que va más allá de sus propias fronteras. Todos juntos deberíamos pensar en cómo aliviar el sufrimiento de la población.
La formación cada vez más evidente de estructuras semiorganizadas y organizadas, que están reconstruyendo los sistemas sanitario, educativo y de asistencia social, completamente ausentes en los últimos dos años, son elementos que nos dicen que no se está posponiendo para mañana la reconstrucción del país; en mi opinión, esta es la característica especial de esta resistencia: los jóvenes están resistiendo y están en el frente, pero al mismo tiempo, otras personas están cuidando y reconstruyendo el país.
No es una revolución que mira al mañana, a la posrevolución, sino que actúa ahora, de manera simultánea. Prácticamente, es una resistencia y una revolución desde las bases que trabaja directamente sobre el terreno, lo reconstruye y lo cura de los daños causados por la junta en las décadas pasadas. Esto trae como consecuencia que la población se vuelva cada vez más favorable a la resistencia y se aleje de las fuerzas militares.
¿La diáspora birmana en el exterior juega un papel importante en el apoyo a la resistencia?
Sí, absolutamente. Desde el primer momento comenzaron las recaudaciones de fondos y la comunidad birmana en Italia también hace muchísimas iniciativas. Depende de comunidad a comunidad; por ejemplo, en Estados Unidos e Inglaterra, las comunidades son muy grandes, con gran capacidad de apoyo financiero, y además tratan de mantener alta la atención en sus respectivos países.
Es muy cierto que la diáspora ha ayudado y continúa ayudando a la resistencia, sin embargo, es probable que este apoyo vaya disminuyendo poco a poco; una cosa es apoyar los primeros cinco, seis, siete, ocho meses, y otra es apartar dinero y enviarlo a Birmania durante años. Los flujos financieros sirven sobre todo para los campos de refugiados y la emergencia humanitaria, y la resistencia se basa cada vez más en las donaciones internas del mismo pueblo birmano.
Aung San Suu Kyi está fuera de juego, encerrada, pero creo que permanece como un símbolo de democracia para su pueblo.
En los muchísimos restaurantes birmanos que han surgido en distintos rincones de la ciudad y en casi la mayoría de los casos, una vez que se traspasa la sala principal y se va a la parte trasera de estos locales, apartado, siempre está el retrato de Aung San Suu Kyi.
Pero, en mi opinión, es correcto señalar que si durante mucho tiempo Aung San Suu Kyi fue el único pilar —al menos así lo hemos percibido desde fuera—, en este momento, los pilares que están formando y sosteniendo al pueblo y la perspectiva democrática son muchos otros además de ella.
Muchos jóvenes que organizaron las protestas se han convertido en líderes en sus ciudades, verdaderos puntos de referencia para el activismo, la sociedad, la política y la democracia. Hay una mayor distribución de esta responsabilidad de llevar adelante el sueño democrático, de alguna manera, pero sin olvidar lo que ha sido. Es una fase nueva, una fase muy transformadora, y son los jóvenes los que llevan adelante en primera línea esta resistencia, la desobediencia civil. Pero, yendo por ahí y hablando con la gente, siempre hay una referencia, siempre hay un apego a la figura de Aung San Suu Kyi. No vale para todos, obviamente, pero esta es mi experiencia.













