Discurso de Gerardo Femina en el encuentro celebrado en Praga el 11 de enero de 2025 sobre el tema de la resolución pacífica de conflictos.
Buenas noches a todos y gracias por la invitación a este fantástico encuentro.
Me gustaría hablar del tema de la deserción, no de forma exhaustiva, sino sólo como punto de reflexión.
El estímulo para abordar este tema surgió al leer un artículo sobre la 155.ª brigada mecanizada «Ana de Kiev» del ejército ucraniano. El entrenamiento tuvo lugar en Francia a partir de septiembre de 2024. Ya al principio, 50 soldados decidieron desertar. Una vez que regresaron a Ucrania, desertaron 1.700 hombres, más de un tercio de toda la brigada. Sin embargo, la brigada fue enviada al frente en condiciones precarias. El balance final habla de grandes pérdidas humanas. Representa el fracaso de la política belicista de Macron y muestra la crueldad con la que se envía a la gente a la muerte. Sin embargo, el estímulo también podría provenir de noticias de deserciones, por ejemplo, en el ejército ruso o israelí.
Entonces reflexioné sobre el hecho de que la palabra «desertor» generalmente se asocia a algo muy negativo, a una traición muy grave y profunda. Como si no hubiera nada peor en el mundo que ser un desertor.
Pero, por otro lado, también es cierto que gracias a los desertores las sociedades han progresado. Un ejemplo: los desertores estadounidenses durante la guerra de Vietnam hicieron una importante contribución al crecimiento del movimiento por la paz, lo que a su vez ejerció una gran presión sobre el gobierno para que detuviera la guerra.
Luego recordé algunas declaraciones de los nazis.
General Göring: “La gente común no quiere la guerra: ni en Rusia, ni en Inglaterra, ni siquiera en Alemania. Es un hecho. Pero, después de todo, son los líderes quienes deciden la política de los distintos Estados y, ya sean democracias, dictaduras fascistas, parlamentos o dictaduras comunistas, siempre es fácil arrastrar al pueblo. Tengan voz o no, el pueblo siempre puede estar sometido a la voluntad de los poderosos. Es fácil. Simplemente dígale que está a punto de ser atacado y acuse a los pacifistas de carecer de espíritu patriótico y de querer exponer a su país al peligro. Siempre funciona, en cualquier país”.
Hitler: “La guerra es una expresión de la voluntad de la nación. Todo ciudadano está obligado a luchar por defender la patria”.
Goebbels: «Los pacifistas son los traidores de la nación».
Da escalofríos leer estas declaraciones porque, expresadas con otras palabras, las hemos escuchado en Europa en estos últimos años…
El desertor es considerado un traidor a su patria, concebida casi como una entidad sagrada y metafísica a la que esencialmente se pertenece. Por lo tanto, traicionar a la propia patria se percibe como un acto de gran gravedad, similar a traicionar a Dios o a los dioses. Y por eso nos sentimos moralmente obligados a defender y servir a nuestra patria.
Pero la patria es en realidad una invención histórica y cultural, sujeta a cambios temporales. Por ejemplo, en 1990 una persona nacida en Praga se identificaba con la patria checoslovaca; unos años más tarde, esta identidad se transformó en la checa. Los estados cambian y la noción de pertenencia asociada con ese estado también cambia. Entonces, ¡eliminemos ese halo de sacralidad en torno al concepto de patria!
Como explica Göring, las guerras son orquestadas por una minoría que utiliza el concepto de patria para manipular y ganarse el apoyo de la población.
Estos manipuladores imponen su voluntad con violencia, pero también explotan una necesidad que todos tenemos. Como seres humanos no somos islas sino que estamos profundamente conectados con los demás y con una comunidad. La necesidad de pertenecer es muy importante. Entonces, tal vez como humanidad, estemos en condiciones de desarrollar un nuevo concepto de patria, una patria a la que realmente pertenecemos, la patria de toda la humanidad! Y esta pertenencia es esencial, no depende del azar, de dónde y cuándo nacimos. Porque somos humanos, independientemente de dónde nacimos y a qué familia pertenezcamos. Si bien ser francés, checo o keniano depende de cuándo y dónde nacimos, eso se refiere sólo a la “carrocería”. Carrocería importante pero no esencial.
Desde este punto de vista, los verdaderos desertores son aquellos que fomentan la guerra, que hacen todo lo posible para aumentar su poder sobre los demás, creando dolor y sufrimiento, porque traicionan la verdadera y única patria a la que verdaderamente pertenecen.
Hoy estamos inmersos en una gran propaganda militarista. Un grupo de oligarcas occidentales está perdiendo poder, fracasando en sus planes y volviéndose cada día más rabiosos. Quieren empujar a la sociedad hacia lo que ellos mismos llaman «guerra total».
Así, el desertor es el héroe de estos tiempos; es quien se opone a la violencia para salvar su propia vida y la de los demás, para defender su conciencia y permanecer fiel a su verdadera patria.
Esta patria no niega identidades culturales diferentes, al contrario, se nutre de la riqueza de la diversidad. Esta patria está formada por todas las generaciones pasadas, las presentes y también las que están por venir. Si bien las identidades particulares de una comunidad o de una nación se originan en el pasado, en el lenguaje, en las tradiciones, esta patria, como humanidad, se origina en el futuro. Es un proyecto impulsado por profundas aspiraciones de paz, compasión, amor y libertad. En pocas palabras, lo que nos une profundamente no es lo que ha sido, sino lo que deseamos: un mundo humano libre de dolor y sufrimiento. Y este proyecto rompe todas las barreras y todos los cercos llamados Estado y Nación en los que estamos aprisionados.
Esta nación humana universal, como la llama Silo, está ya presente como intuición y aspiración en la conciencia de muchas personas, especialmente de las nuevas generaciones, que muestran una sensibilidad hacia el mundo como una globalidad.
Esta aspiración se fortalece gracias a todas las actividades realizadas contra todas las formas de violencia y verdaderamente encaminadas hacia la paz para todos los pueblos.
Cierro con una pregunta: ¿Qué contribución queremos hacer cada uno de nosotros para construir una humanidad mejor?













