Los relatos periodísticos y los testimonios directos que llegan desde Hong Kong delinean un guión ya visto en muchas otras ocasiones durante los últimos años, protagonizado por el movimiento español de los Indignados o por Occupy Wall Street, por el movimiento de Gezi Park en Turchia. Es como si una corriente subterránea se manifestara en diversos puntos del mundo, desapareciese luego de una dura represión para dedicarse a acciones de base, menos visibles pero siempre incisivas y volviera a emerger en un lugar muy lejano, pero con las mismas  características.

La primera impresión es el típico «gallito» entre las autoridades y los manifestantes: por una parte el gobernador de Hong Kong, Leung Chun-ying, sostenido por Pekín, que rechaza la demanda de los manifestantes y no renuncia. Por el otro lado un río de gente, sobretodo jóvenes estudiantes, que se oponen a las elecciones-farsa que quiere Pekín para el 2017, solicita propuestas elementales como el sufragio universal y la posibilidad de votar candidatos que se presenten libremente y no sean elegidos e impuestos por China, ocupando pacíficamente una zona central y vital para los negocios, con carpas y colchones, una escena que recuerda las acampadas de Zuccotti Park en Nueva York, Gezi Park en Estambul y Puerta del Sol en Madrid. La policía reacciona con lacrimógenos y golpes… y los jóvenes sacan paraguas y anteojos para protegerse y se mofan de la violencia de los agentes escribiendo en los paraguas: “No necesitamos los lacrimógenos… ya estábamos llorando”. Una de las frases incluso cita a una famosa canción del musical “Los Miserables” (Do you hear the people sing?), cantada por los estudiantes en las barricadas de París.  Y cuando la policía piensa que ha clausurado una zona y que puede arrestar a todos los que se reúnen en torno a la sede del gobierno, una marea de gente aparece a sus espaldas y los cazadores se convierten en presa (sin que esto se llegue a convertir, obviamente, en una caza cruel).

Y ya entonces se comienza a comprender que no se trata solo de la demanda por democracia, sino de la expresión de un estilo no-violento y creativo que se ha difundido por el mundo. La gente – la mayoría es muy jóven – se mueve por iniciativa propia, sin políticos que la guíen, llena las calles sin palabras de rabia, sin empujones o actitudes violentas y usa las formas más modernas de tecnología para comunicarse y sortear la censura y el bloqueo de muchas redes sociales.

La confrontación generacional típica de la protesta de los años Sesenta está completamente ausente: el alma de la protesta son los estudiantes, es verdad, pero tal como en España, en Turquía y en Nueva York, gente de todas las edades y condiciones se está plegando a las manifestaciones. Los camioneros dejan botellas de agua en puntos estratégicos para aliviar el calor tremendo y en el metro una mujer anciana rechaza el lugar para sentarse que le ofrece un estudiante diciéndole: “Tu lo necesitas más que yo.”

¿Y esta gente no sería capaz de elegir su propio gobierno porque podría estallar el caos?