¿Cuánto es 49 por 365? 17.898. Serían 17.885 días, pero también cumplió 13 años bisiestos…

Leonard sigue en la cárcel. Biden firmó a su favor el 20 de enero, 15 minutos antes de levantarse de la silla presidencial, pero, ya se sabe, son los tiempos de la burocracia. Del mismo modo en que cuesta arrancarle los dientes a un doberman que te los ha clavado en tu pantorrilla, también es difícil retirar los dientes del FBI de la pierna de Leonard.

Así que Peltier también pasa este 49° aniversario de su entrada en prisión, en la cárcel. Esperamos que con un hilo de ansiedad, el 18 de febrero.

Junto con muchos otros y otras, he pasado este último año en una búsqueda continua de acciones para poner fin a la masacre en Gaza y para la liberación de Peltier. Una sucesión de manifestaciones, reuniones, flashmobs, convocatorias, para hacer una contribución a estas luchas lejanas frente a las cuales la sensación de impotencia me resultaba similar. Unas luchas en las que la desproporción de fuerzas era idéntica.

El 19 de enero comenzó el alto al fuego en Gaza; el 20 de enero, Biden firmó el arresto domiciliario de Peltier. En dos días pareció que regresábamos a la serenidad.

En cambio, en ambos casos, me sentí agotado, llorando, exhausto, humillado, incapaz de «alegrarme».

Sin embargo, en ambos sucesos ocurrió algo extraño. Antes, los que «ganaban» la guerra lo celebraban, ahora los que lo celebran quieren decir que ellos «ganaron» la guerra.

Así que las imágenes de los palestinos celebrando con los dos dedos levantados, y de los nativos de Estados Unidos gritando de alegría, me hicieron decir: quizá entonces deberíamos celebrarlo.

Vivimos tiempos muy duros y nos esperan cosas peores. Nos alegramos por las migajas, parece que disfrutamos como un perrito cuando nos dan una corteza de queso o un trozo de salame desde la mesa servida.

Nuestros aullidos se oyen ante los tribunales internacionales de apelación, las Naciones Unidas, emitiendo sentencias, resoluciones, con las que los responsables se limpian el trasero.
Dos historias paralelas: la disolución de los pueblos nativos en América, su confinamiento, exclusión, masacre, con un racismo subyacente que lo permite todo; y la de los palestinos. Con la diferencia de que los palestinos siguen resistiendo, quizá por su buena suerte; a diferencia de los indios americanos, no beben alcohol.

Mientras tanto, ellos (y quizás todos nosotros) sienten al buitre de Trump sobrevolando sobre sus cabezas, queriendo más, queriéndolo todo, riéndose a carcajadas desde la sede del mundo.

Todos (espero) hemos visto las imágenes de ese río de hombres, mujeres, ancianos y niños, avanzando con sus fardos hacia el norte de Gaza en medio de la destrucción y llegando a un lugar igualmente destruido para encontrar a sus muertos bajo los escombros. Esas imágenes serán probablemente igualadas por un Peltier que, tras 49 años en prisión, vomitará hasta llegar a su tierra en Dakota del Norte. Vomitará por el horizonte que ya no está  acostumbrado a ver y por las sacudidas del coche que lo lleve. Esperemos que no vomite por la realidad que le rodeará, de lo que ha sucedido en los últimos 50 años, en los que los ricos se han hecho cada vez más ricos, los pobres se han multiplicado, las guerras arrecian, los gastos en armamento se multiplican, el planeta se va al infierno.

Detengámonos un momento. Intentemos recuperar el aliento: Leonard vuelve a casa, abraza a sus padres, vuelve a ver los árboles, los niños, el mar. Los palestinos ya no tienen aviones ni drones en el cielo sobre ellos.

Pero es a partir de ahí desde donde debemos volver a empezar, no para regresar a nuestros hogares, sino para denunciar aún con más fuerza lo que fueron esas historias, para que la memoria no nos falle, para que la justicia y la libertad sigan siendo nuestros objetivos, para todos los pueblos del mundo, de hecho, para todos los seres vivos de la tierra. Con aún más determinación, coraje y lucidez.