Luego de esta “pausa” que se fue prolongando, del último episodio que lo devolvió al hospital, Daniel ha transitado hacia los espacios inmateriales, dejándonos con un tremendo agradecimiento.

Porque es justamente ante la posibilidad del tránsito inminente, que uno vuelve la mirada para intentar comprender lo que fue la trayectoria de la amistad con quien está muriendo, cómo fue su vida y su coherencia, los mejores momentos que vivimos juntos, los sucesivos encuentros, para quedarse con esos instantes luminosos en los que experimentamos una apertura extraordinaria.

Daniel estuvo presente en cada hito de nuestro largo proceso, como humanista desde muy joven, un incansable militante y constructor de estructuras en diferentes países y Continentes, irradiando a su alrededor como astuto organizador y referente para muchas personas, puso lo mejor de sí en animar a otros.

¿Pero qué era -en Daniel- “lo mejor de sí”?

Si bien tenía muchas virtudes, me parece que como nadie Daniel poseía un muy agudo sentido del humor, una capacidad de presentar en palabras, en imágenes y gestos, la síntesis de lo que observaba que nos podía estar frenando, inhibiendo o complicando, evidenciando así nuestras resistencias y acompañando con carcajadas cómplices la comprensión de su ilusoria trampa. Luego de la risa conjunta, quedaba despejado el camino para que uno siguiera avanzando.

Así hizo conmigo muchas veces, logrando remover obstáculos que me parecían irremontables, sin otro argumento que una buena risotada. Porque su humor radicaba justamente en un punto de vista diferente, en tomar una perspectiva que nadie compartía, una mirada desprejuiciada gracias a su tremenda libertad. Y entonces todas mis supuestas resistencias se desvanecían ante el guiño de su complicidad que destrababa el presente, desplegando posibilidades abiertas de un enorme futuro.

Porque -hay que decirlo- ninguna de sus ideas eran comunes o corrientes, siempre había algo que resultaba desproporcionado en sus propuestas, más valientes, mucho más osadas que las que cualquiera pudiera proponer o incluso imaginar. Sus visiones eran a colores y no se andaba con medias tintas nunca. Sabía que todo depende de la profunda convicción que se tenga para llevar adelante las odiseas mayores y hacia allí encauzaba su propia conducta y la de quienes, como yo, confiábamos en sus propuestas.

Lo descabellado que pude haber emprendido en mi vida, las grandes cosas que intenté, eso que implicaba trabajar a escala internacional, que parecía imposible e irrealizable, detrás de varios de esos grandes intentos estuvo alguna de las carcajadas compartidas con Daniel.

Era una suerte de mago, transformador de lo rutinario cotidiano en superlativo y maravilloso. Un maestro de la transmutación de las imágenes, alegorías del vivir.

Se transforma él ahora y se nos hace inmaterial, mientras voy quedando con la rememoranza del sonido de sus risas y el recuerdo de sus ojos muy brillantes de entusiasmo. Mientras voy sintiendo mi corazón hinchado de tanto agradecimiento.