3 de enero 2023, El Espectador

Tres personas que hicieron de Colombia un mejor país murieron la semana pasada. Cada uno –con su arte a cuestas– transformó cientos de vidas: Mauricio Palau, el médico; Mauricio Lleras, el librero; y Raúl García, el músico. Para ellos, el primer Pazaporte del año.

Mauricio Palau, infectólogo pediatra, autor, investigador, profesor con aspecto de Gepetto y una inteligencia humilde y genial, fue mi amigo, mi compañero de trabajo y siempre –siempre– mi maestro. Con él manejamos la Bienal de Pediatría, una obra creada por Colsubsidio para convocar a médicos de Colombia y el mundo que investigaban con una perspectiva social en el campo de la salud infantil. Mauricio lideró a los jurados de 20 países; cada dos años evaluábamos cientos de trabajos, y su rigor académico fue nuestra brújula serena, cálida y estricta; así premiamos y difundimos durante 26 años investigaciones que impactaron positivamente la calidad de vida de poblaciones vulnerables. Descansa en paz mi querido Mauricio, y que todos los niños y las niñas a quienes les salvaste la vida te recuerden siempre como lo que fuiste y eres: un ángel sabio, su ángel de bata blanca.

Con Mauricio Lleras, el hombre de los libros, no hablé tantas veces como hubiera querido; pero gocé cada visita a su librería Prólogo, el lugar donde uno sentía la presencia de escritores y personajes rondando como si todos estuvieran igual de vivos, igual de eternos, entre las estanterías y las escaleras de una casa llena de letras y de magia. Mi mamá tuvo un par de encuentros con él y quedaron mutuamente fascinados: él apreció la vitalidad de una mujer de 90 años seducida por Proust, por el Big Bang, la mitología y los símbolos de los sueños. Ella, encantada con un librero prodigioso, capaz de entablar relaciones literarias con cada lector, sabiendo que cada uno era tan único e irrepetible como los duendes, los príncipes y los mendigos, los profesores de gabardina y los alquimistas desvelados que habitaban sus libros. Siempre que uno iba a Prólogo salía con tres libros bajo el brazo, es decir, con tres mundos para estrenar.

Y Raúl García, el matemático del clarinete, fundador de la orquesta Filarmónica de Bogotá; él logró hacerle entender a una sociedad estirada –llena de prejuicios, esmalte y cartón– que la música clásica es patrimonio de la humanidad, de los trabajadores y los niños, de quienes sientan que la vida les vibra con una sinfonía. Él le enseñó a una ciudad elitista que la cultura y el arte se hicieron para llegar a todas las manos y a todas las almas posibles; para volvernos bosque, volvernos mar, volvernos la voz de pianos y violines y de todo aquello que nos salve de la resignación. El maestro sabía que la música es un antídoto contra la esclavitud y contra cualquier forma de vacío. Él nos regaló libertad, y nos dejó a David, su hijo, actual director de la Filarmónica y creador del coro “Hijos e Hijas de la paz,” donde cada voz de camiseta blanca es un dulce y poderoso No a la guerra, cantado por niños y niñas hijos de excombatientes de las extintas Farc.

Gratitud y nostalgia por los Mauricios y Raúl.

Poco antes de enviar esta columna llega el mejor regalo de bienvenida para el 2023: el acuerdo que hace el Gobierno del Cambio para el cese bilateral al fuego con cinco organizaciones armadas. El acuerdo está hecho, hay fechas y verificadores nacionales e internacionales. Nos queda –a todos– no ahorrar esfuerzos emocionales y políticos, intelectuales y fácticos, para hacer del 2023 el año de la paz total.

Feliz año, feliz paz.

El artículo original se puede leer aquí