17 de enero 2023, El Espectador

María Gómez Lara, niña-mujer, poeta, doctora de Harvard, sobreviviente. La imagino frente al computador poco antes de empezar a convertir el vacío en poesía. ¿Qué sentirán sus manos sobre el teclado cuando encuentra la palabra precisa para nombrar una ausencia? Cuando ella habla desde un escenario, uno oye –potente– la voz de la vida, de la emoción, de alguien que lleva por dentro la historia de sus ancestros y de los países en los que ha vivido; los trasteos y sus cajas de libros; los idiomas que le hablan desde ella misma y los recreos de niña en los que la hicieron sufrir por sus crespos al viento.

María, la poeta que le da forma a las pérdidas, a todo lo que se fue y a lo que nunca llegó. La mujer que ha hecho de las palabras su casa, y de la escritura una fortaleza para resistir a los duelos. Y es que ella, toda ella es eso: resistencia. Pero sin dureza, sin rencor. Es resistencia de la buena, de la que mezcla firmeza y dulzura, la que sabe matizar los recuerdos con la esperanza y la tristeza con el arco iris. Será tan artista, tan llena de sentimientos y creaciones, que hasta la masa que le encontraron en el cerebro, tenía forma de corazón. Y como la vida a veces parece un cuadro de Magritte, las resonancias decían que el tumor estaba precisamente ahí, en el lugar en el que viven las palabras. Pero no… las palabras de María Gómez Lara tienen su refugio particular, un mundo propio, blindado, en el que hasta los silencios tienen voz y textura, y las letras se confabulan para que nada las aprese.

Ella dice que lleva toda la vida escribiendo sobre el desamor y que “ante todo, un poema es sobre lo que es”. No seré yo quien la contradiga; pero me atrevo a decir que ella es tan mágica, que en sus palabras hasta el desamor está lleno de amor. El suyo es un dolor valiente, un reconocimiento, una bandera. No hay un átomo de lástima; lo que hay es fuerza, mucha fuerza.

María nació un 10 de diciembre, hace 33 años. Y sigue naciendo en cada ciudad en la que vive, en las aulas de clase, en las bibliotecas y en los libros que publica. María es los Andes y es Madrid, es Nueva York, es Boston y París. Es una mujer que aprendió a leer con la piel, y se arropa del frío físico y emocional con el abrigo rojo que le regaló su mamá. Logra el balance perfecto entre la cercanía y la distancia para convertir en imágenes escritas el dolor y el miedo, las heridas y la incertidumbre.

“El único negro que había en Chaparral” debe sentirse –en el infinito donde esté– orgulloso de su nieta poeta. De sus nietos que se le miden a todo y a todos, con su equipaje lleno de valor, de palabras y de preguntas que ayudan a construir certezas.

Más que la hija de un brillante ex fiscal y de una periodista que jamás endosa su independencia y para quien nada resulta imposible, María es una mujer que ilumina y estremece, con lo que dice y lo que escribe, y con esa forma suya y pausada de leer (de contar) sus poemas.

El jueves, en la biblioteca del Gimnasio Moderno, Federico Díaz-Granados y María, tuvieron una conversación bellísima. Poderosa. Era el lanzamiento de la antología “Palabras Piel”, el más reciente libro de María, que conmueve desde la textura de sus páginas (gracias, Frailejón Editores, por esta pequeña gran obra de arte); gracias, mujer poeta, por ser terca y por comprender las cicatrices; gracias porque a pesar de saber tanto, no te has dejado enjaular en los lenguajes académicos; gracias por ser libertad y ser alma; gracias por haber nacido “con la piel curtida para los derrumbes”. Gracias por ser María-resistencia. 

Federico Díaz-Granados y María Gomez Lara. Foto de Gloria Arias Nieto

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