En el presente ensayo ofrecemos tres reflexiones para pensar a México, Canadá y Estados Unidos una región que atraviesa las fronteras políticas y en la que valores humanistas universalistas, son susceptibles de ganar terreno frente a la intolerancia, la xenofobia y la explotación económica.

La primea reflexión se inspira Eric Wolf, antropólogo de origen judío que realizó diversos estudios en México. Su pensamiento nos muestra lo erróneo que resulta adoptar un punto de vista que divida a las sociedades y culturas en  bloques impenetrables y estáticos, o sistemas cerrados. Si por doquier hay conexiones – se pregunta Wolf – ¿por qué nos empeñamos en convertir fenómenos dinámicos e interconectados en cosas estáticas y desconectadas?

Esto de acuerdo con Wolf, es resultado de una manera unilateral de escribir la historia mundial según  argumentos de buenos contra malos, donde el vencedor, generalmente termina siendo el bueno. Esta historia no dice nada por ejemplo, del impacto que sufrieron diversos pueblos con su integración forzada e involuntaria al sistema capitalista. La historia de occidente concebido como una civilización independiente de las otras es la única que se escribe. Se presenta como la historia de la libertad y la felicidad, que partiendo de los griegos, alcanza su consumación con los Estados Unidos de Norteamérica.

En los libros de texto se pretende otorgar una misión divina a las trece colonias, cuando en realidad se trató de una orquestación de fuerzas antagónicas. Los acontecimientos pudieron haber sido de otro modo, nos dice Wolf:

“Pudo haber surgido una república Floridana políglota, una América Misisipiana y francófona, una Nueva Vizcaya hispánica, una República de los Grandes Lagos, una Columbia que comprendiera los actuales Oregon, Washington, y la Columbia Británica.” “¿Que aprenderíamos de la antigua Grecia si la interpretáramos únicamente como una señorita libertad prehistórica, que sostiene la antorcha del propósito moral en la oscuridad de la noche bárbara?” -se pregunta Wolf-, a lo que se responde: “no entenderíamos por qué había más griegos mercenarios peleando en las filas de los reyes persas que en las filas de la Alianza Helénica contra los persas”.

Siguiendo esta línea de pensamiento, si los historiadores del futuro, toman en serio el “cuento” de buenos contra malos   para explicar la invasión de Estados Unidos a Irak, no entenderían, por qué una parte del ejército norteamericano estaba conformada por mexicanos, y al mismo tiempo, el gobierno de estaounidense , se preocupaba, como nunca en su historia, en delimitar su frontera con México. Tampoco entenderán muchos aspectos paradójicos del fenómeno migratorio, como el hecho de que la legislación migratoria más severa que ha tenido Estados Unidos, se haya dado durante los años de mayor crecimiento económico y de empleo, o que el presupuesto para la patrulla fronteriza creciera ininterrumpidamente desde 1996, junto con la presión de grupos empresariales (agroindustriales, procesadores y empacadores de carne, de la computación) para la ampliación del número de divisas para trabajadores extranjeros.

Pero estas relaciones no se reconocen si atribuimos a las naciones, sociedades o culturas, la calidad de objetos internamente homogéneos y externamente limitados, impenetrables y diferenciados, como si fueran bolas de billar en una mesa. A lo que conduce esta categorización, basada en esencialidades, es a clasificar al mundo conforme a sus diferentes colores, y luego, a construir ficciones como la que afirmaba que había un mundo “moderno” del Oeste y otro del Este que había caído en las garras del comunismo, y un tercer mundo, todavía atado a la tradición, que sería salvado por el Oeste (Wolf, 1987).

Nuestra segunda reflexión parte de la consideración de que en las últimas tres décadas, Estados Unidos ha mantenido una política de Estado, que no se reduce a la protección de intereses económicos, sino que se ha ampliado hacia objetivos que pretenden el control energético y de los recursos naturales del mundo.

Hagamos un breve recuento histórico del poder, que implica control, en la región. Partamos de dos grandes procesos: uno de expansión horizontal y otro de expansión vertical en la evolución de las estructuras de poder de la humanidad (Adams, 1973).

El proceso de expansión horizontal, en el caso de Norteamérica, inicia con la llegada del ser humano al continente. Estos primeros pobladores se adaptaron a su medio sin requerir una organización en sentido vertical, jerárquico, sino a una   política, de tipo banda, jefatura o tribu. Con el correr de los milenios, el continente  se fue poblando, las interacciones aumentaron y al mismo tiempo, se fueron perfilando culturas locales, se produjeron nuevos niveles jerárquicos de poder y control que envolvían a tales culturas. Con el descubrimiento de la agricultura y la aparición de las ciudades, encontrarnos niveles organizativos más jerarquizados, como el de los Estados, que delimitaron subregiones culturales (imperios maya, teotihuacano, entre otros). La llegada de los europeos trajo consigo las monarquías y su época colonial. Se fijaron limites incipientes y difusos entre el poder inglés, francés y español. Después, como sabemos, apenas hace poco menos de doscientos años, se dieron los movimientos independentistas y se formaron los estados nacionales. Un nivel de integración sociocultural que involucraba varias sub regiones. Es un momento muy breve de la historia, comparado con el período de la expansión horizontal, iniciada hacía varias decenas de miles de años. Posteriormente, avances y retrocesos en el siglo XIX de nuestra era, terminan por definir naciones como México, Estados Unidos y Canadá. En los primeros tiempos de estos estados nacionales americanos se redefinieron las fronteras.

Este proceso, se orientó por el poder que un estado podía ejercer sobre el otro; así, Estados Unidos se anexa amplios territorios de México. En medio de estas redefiniciones los pueblos fronterizos son divididos. Posteriormente ese proceso se ha venido integrando a uno más grande, dirigido hacia la constitución de una jerarquía mundial, punto culminante de la expansión vertical de las estructuras de poder de la humanidad. Obedeciendo esa tendencia, durante la segunda mitad del siglo XX, se intenta definir una región desde perspectivas exclusivamente económicas, con condiciones, a todas luces, desiguales, el tristemente célebre Tratado de Libre Comercio (TLC). Pese a la conciencia que todo el mundo tenía de lo disparatado que era ese proyecto, nadie pudo detenerlo, pues en última instancia, todo respondía a la tendencia general de concentración de poder, tan ineludible, como lo es la segunda ley de la termodinámica actuando en un sistema cerrado. Nos revelamos a concluir esta apretadísima historia con la muerte entrópica de los sistemas cerrados. Preferimos adoptar enfoques que dejan un espacio a la intencionalidad humanista de los pueblos, y a utilizar puntos de vista, que permitan apreciar longitudinalmente los procesos de las civilizaciones, no solo los sincrónicos – economicistas.

En el contexto de este tipo de modelos exponemos nuestra tercera y última consideración. Serguei Semenov, uno de los autores del nuevo humanismo, habla de las Civilizaciones de frontera como puentes hacia la humanidad una y múltiple (1995). Esta idea, concibe a las civilizaciones de frontera, como productos de síntesis- simbiosis de varias culturas, no solo genéticamente próximas, sino también lejanas. Estas civilizaciones, se formaron en los límites permeables entre oriente y occidente, norte y sur.

Semenov, las considera sistemas complejos multidimensionales abiertos. En su texto reconoce, entre otras, tres civilizaciones de frontera: la iberoamericana, la danubiano- balcánica y la eurasiática del noreste. Encuentra aspectos comunes entre las tres, como abarcar varios continentes, ser regiones geográficas de grandes corrientes migratorias (del sur pobre hacia el norte opulento) y abrigar una enorme diversidad cultural. Semenov, enumera también, una serie de alejamientos y acercamientos de estas culturas respecto al humanismo. En el caso de la iberoamericana, que penetra en Norteamérica, menciona el utopismo arraigado en la conciencia social de casi todos los pueblos latinoamericanos. En nuestra opinión, la lucha no violenta antidiscriminatoria de Luther King y los ideales de paz y amor, de los jóvenes americanos de la década de los sesentas y setentas, representan su equivalente en Estados Unidos. Esto hace evidente que el humanismo, representa una gran fuente de inspiración para la identificación regional de los pueblos que se encuentran en regiones donde hacen contacto distintas civilizaciones.

Pero hoy, el intercambio entre la civilización iberoamericana y las poblaciones de Norteamérica, peligra,  pues éstas últimas, residen en el sitio donde se encuentra más concentrado el poder mundial y es bien sabida la reacción de este cuando siente amenazados sus intereses. Sin embargo, del lado norteamericano, cada vez más, hay grupos que se expresan en contra de las barreras entre los pueblos.

Por otro lado, la civilización iberoamericana se sigue acercando de diversas formas, por ejemplo, a través de los migrantes, ofreciendo su fuerza de trabajo. Ellos, son portadores de profundas experiencias de ayuda humanitaria en los desastres naturales[1] y sociales (que al parecer, desafortunadamente, se multiplicarán en todas partes). Tejen, además, innumerables relaciones solidarias entre individuos; vínculos étnicos, familiares, y/o de amistad. Confiamos en que todo esto, sumará elementos a la cultura humanista de estas zonas septentrionales de América,  fortaleciendo y esclareciendo así, su camino hacia la Nación Humana Universal.


Texto  preparado para su discusión en el: Foro Norteamericano del Nuevo Humanismo, celebrado el 16, 17 y 18 de Noviembre del año 2007 en la ciudad de Nueva York. 


David Sámano se desempeña como profesor  – investigador de tiempo completo en la Universidad Autónoma de la  Ciudad de México (UACM) e investiga temas vinculados a  la  epistemología,     filosofía de la ciencia y  antropología de la ciencia.


Bibliografía

Wolf, Eric. Europa y la gente sin historia. Fondo de Cultura Económica. 1987.

Addiechi, Florencia. Fronteras reales de la globalización. Estados Unidos ante la migración latinoamericana. 2005.

Steward, Julian. Theory of Cultural Change. 1973.

Adams, N. Richard. La red de la expansión humana. 1978.

Semionov, Serguei. Civilizaciones de frontera como puentes hacia la humanidad una y múltiple. Anuario del Centro Mundial de Estudios Humanistas. 1995.


[1] Como el despliegue de ayuda de la población en los terremotos de 1985 en la Ciudad de México.


Artículo del libro Interpretando al Nuevo Humanismo. Etnología, Epistemología y Espiritualidad. https://edicionesleonalado.net/es/producto/interpretando-al-nuevo-humanismo/

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