El año pasado, luego de 17 años, Lionel Messi no fue considerado entre los 30 mejores jugadores de la temporada futbolística europea –vistiendo la camiseta del París Saint Germain (PSG) – y de inmediato muchos futbolistas, periodistas  y entrenadores destrozaron a la chovinista revista encargada de las postulaciones, France Football.

por Aram Aharonian

El búlgaro Hristo Stoichkov, uno de los mejores delanteros de la década del 90 y figura indiscutida en la historia del club Barcelona criticó: «No tengo la menor idea de cómo se vota, pero France Football demuestra que no tiene personalidad».

Pero no había error alguno. Se trataba de la estrategia –chovinista y mercantilista- de llevar el fútbol francés a la cima del mundo, en la cual estaban inmersos los principales dirigentes del balompié galo -más allá de que los propietarios de los clubes fueran árabes- así como el gobierno derechista de Emmanuel Macron. En ese plan, se preveía que el PSG iba a ser el estandarte “blue”, con un equipo de puros franceses. Farsesco: muchos de sus astros son inmigrantes africanos de primera o segunda generación.

Lo que intentaban era establecer un nuevo orden, con Francia a la cabeza. Y para eso había que destruir al rey, al argentino Lionel Messi, jugador, precisamente, del PSG. Destruir la imagen de Messi y a la vez del fútbol sudamericano. Un nuevo orden colonial. Y para ello había que crear una superestrella, y esa era Kylian Mpabbé, aunque su ficha diga que es un futbolista de ascendencia camerunesa y argelina que nació en París el 20 de diciembre de 1998.

En el Mundial catarí, Argentina les aguó la fiesta que ya estaba minuciosamente preparada. Tras el fracaso, el diario deportivo francés L’Equipe creó una polémica respecto de si el tercer gol argentino en la final de Catar debió ser anulado por la invasión de cancha de los jugadores suplentes durante el festejo (obviamente el gol se dio antes del festejo). El árbitro polaco Szymon Marciniak, quien dirigió la final, descartó esa interpretación del reglamento y recordó que los suplentes franceses hicieron lo mismo tras el gol de Mbappé.

Dinero, poder, legado; ¿la felicidad?

A principios de este año Kylian Mbappé era y parecía una persona feliz, tras renovar su contrato con el PSG por tres temporadas, rechazando el Real Madrid, para hacer historia en Francia. Comenzada la temporada, estaba muy lejos de ser tranquila alrededor de un futbolista del que parece haber dudas sobre cuál es su mayor deseo. Es la encrucijada de Mbappé: dinero, poder y legado.

Según la española Marca, el futbolista pidió salir cuanto antes del PSG contemplándose la próxima ventana de enero. Sin embargo, el jugador lo ha negado, «Estoy muy feliz. Nunca pedí mi salida en enero».

Según el New York Times, Mbappé cobrará 250 millones de dólares por las tres temporadas firmadas, a lo que hay que sumarle que recibió un bono por firmar de 125 millones. Unas cifras que le convirtieron en el futbolista mejor pagado del mundo. Estas cantidades podrían demostrar que para Mbappé lo más importante sería el dinero, algo que vería reducido si decide abandonar el PSG, propiedad de Qatar Sports Investments.

Pero Kylian, confirman diferentes medios, ha ganado en los últimos meses injerencia en las decisiones deportivas importantes del PSG, obteniendo poder de decisión. Afrontó su segundo Mundial ya como campeón, algo que logró con sólo 19 años siendo figura en Rusia y marcando un gol en la final contra Croacia. A ello se suman las cuatro títulos en la Ligue 1. Pero, Mbappé todavía no ha ganado la Champions ni el Balón de Oro.

«En términos de evolución, creo que para mí todo se trata de títulos. Eso es por lo que te vuelves mundialmente conocido, lo que has ganado, y no solo el crecimiento que has tenido en el campo. Cuando te retiras, la gente no mira lo bueno que te volviste. Miran lo que has ganado. Recordamos a los ganadores», señaló Mbappé a Bleacher Report.

Mbappé, hoy con ínfulas de grandeza, es un futbolista hijo de inmigrantes africanos que creció en la humilde Bondy, a sólo 25 kilómetros de París. En la última gala del Balón de Oro, en la cual Mbappé acabó en sexto lugar, el futbolista fue recibido por los parisinos entre abucheos.

Lo cierto es que 17 de los 26 jugadores del equipo francés en Catar tienen raíces africanas. De ellos hay tres que nacieron en otros continentes: Steve Mandanda en la República Democrática del Congo, Eduardo Camavinga en Angola; y Marcus Thuram, nacido en Parma, Italia.

Argentinofobia

Según UOL, Mbappé le habría pedido al presidente del PSG, el empresario catarí Nasser Al-Khelaifi «desmantelar la República Argentina que existía en el vestuario”, nación que integraban Ángel Di María, Leandro Paredes, Mauro Icardi y Messi, a los que Mbappé sumó al hispano Ander Herrera y al costarricense Keylor Navas, porque hablaban español.

Di María se fue libre a Juventus (y brilló en el Mundial de Catar), Icardi y Herrera fueron separados del plantel y Paredes, ahora Campeón del Mundo, negoció con la Juve italiana.

Frustrados, los franceses le echaron la culpa a algunos fallos arbitrales en la final y abrieron una insólita petición online para que se repita el partido. El reclamo, formulado a través de la plataforma de Change.org, mostró en Navidad 229.824 firmas. En respuesta, desde la Argentina lanzaron otra campaña para que los hinchas franceses “dejen de llorar” y que acepten que Argentina es el campeón del mundo.

El pedido, llamado “France stop crying”, va ganando por goleada: ya llevaba reunidas 718.430 adhesiones y se encaminaba a ser una de las peticiones más firmadas en esa plataforma.

Mientras Mbappé se llevaba el trofeo al mejor goleador, un tímido Enzo Fernández, de apenas 21 años, mostraba una sonrisa a lo Carlos Gardel, con la copa del mundo en una mano, la medalla de oro colgada en su cuello y el trofeo al mejor jugador joven del torneo, en la otra. Igual que Mbappe, había nacido y criado en un barrio pobre, en el cono urbano bonaerense, superando la miseria y el hambre, para convertirse en el socio necesario para que Messi brillara, y uno de los futbolistas más cotizados del orbe.

Sólo franceses (y ni tanto)

¿Por qué a Killyan Mbappé, máximo goleador del Mundial, nacido en París, el racismo instalado en Francia, no lo considera francés? Se piensa que el francés tiene que ser definitivamente blanco y no se tiene en cuenta las grandes migraciones producidas por el imperialismo, tanto francés como europeo en general, que viene oprimiendo desde hace siglos a las naciones africanas, expoliando sus recursos naturales y dejando en la pobreza a grandes comunidades, lo que hace que muchos tengan que migrar.

El PSG le prometió a Mbappé que el equipo iba a jugar para él. Quiere ser la estrella indiscutida, pero delante tiene (¿tenía?) nada menos que a Messi y a Neymar. Mbappé sugirió a los dirigentes del club vender a Neymar, y el brasileño se enteró. Dicen que en el último partido del año, había un pésimo ambiente; los jugadores se pelearon y casi se golpean.

Para atizar el fuego, la estrella brasileña le dio «me gusta» a tuits muy críticos contra el francés. Todo, a raíz de una discusión que tuvieron en pleno campo de juego, cuando Mbappé (quien había fallado su penal) le pidió a Neymar que le dejara patear el segundo, sobre el final del primer tiempo. El brasileño no accedió, convirtió desde los doce pasos y después dejó en claro su enojo, a través de redes sociales.

«Ahora es oficial, Mbappé es quien tira los penales en el PSG. Claramente esto es cosa de contrato, porque en ningún club del mundo que tenga a Neymar, sería el segundo ejecutante, ninguno!! Parece que por el contrato Mbappé es dueño del PSG!!», fue uno de los posteos a los que Neymar le dio like.

Europa über alles

En Catar 2022 participaron 13 selecciones europeas y apenas cuatro sudamericanas. Se enfrentaron en nueve ocasiones, con cuatro triunfos de países de la Conmebol (Confederación Sudamericana), 4 empates y apenas un éxito de la UEFA (Portugal sobre Uruguay, en fase de grupos). En goles, la ventaja sudamericana fue de 15 a 9.

La UEFA no sólo sucumbió ante las selecciones de la Conmebol sino que también se fue con récord negativo ante países de la Confederación Asiática: 10 partidos, 5 derrotas (Alemania y España con Japón, Gales vs Irán, Portugal ante Corea del Sur y Dinamarca contra Australia), un empate y 4 triunfos. Y contra África, aunque tuvieron marca de 6 triunfos, 4 empates y 3 derrotas, dos de estas últimas fueron bien ruidosas: Bélgica y Portugal a manos de Marruecos, que también sacó a España, en los penales.

Los técnicos europeos impusieron la tendencia «gana el que más corre», pero Argentina ganó el Mundial «caminando». Por ejemplo, Messi jugó todos los minutos del equipo (803 si se tienen en cuenta los tiempos de descuento) y el 58% del tiempo estuvo moviéndose entre los 0 y 7 km/h, que fueron suficientes para destrozar a cuanto rival se le puso por delante.

Hace tiempo que estos “expertos” dicen que la altura es cada vez más importante en el fútbol, quizá olvidando desde el 1,67 de Diego Maradona, el 1,73 de Pelé o el 1,78 de Johan Cruyff hasta el 1,70 de Messi, el 1,75 de Neymar o el 1,78 de Mbappé. Argentina siempre fue el equipo más petiso y apostó a “enanos” como centrodelanteros: primero fue Kun Agüero (1,73), luego Lautaro Martínez (1,74) para ganar la Copa América y finalmente Julián Álvarez (1,70) para coronarse campeón del mundo.

Argentina arrancó la final con cinco jugadores de 1,75 metro o menos mientras que el más «petiso» de los franceses era Antoine Griezmann (1,76).

Pero las críticas a Mbappé arreciaron tras sus dichos sobre la comparación en el nivel de fútbol entre las selecciones de Sudamérica y los de Europa, cuando aseguró que las sudamericanas no tienen un buen nivel comparado con los del Viejo Continente debido a los rivales a los que enfrentan. «En Sudamérica el fútbol no está tan avanzado como en Europa, y es por eso que cuando miras las últimas Copas del Mundo siempre son los europeos los que ganan”, dijo.

Y completó: «La ventaja que tenemos aquí es que siempre jugamos partidos de mucho nivel, tenemos la Nations League, por ejemplo. Cuando lleguemos a la Copa del Mundo, estamos listos. Y Argentina y Brasil no tienen eso”.

César Luis Menotti, entrenador de la selección argentina Campeona del Mundo en 1978 fue directo contra Kylian: «¿No será que ellos están un paso por detrás? Decile a Mbappé que venga a jugar a Chacarita a jugar algún partido. Son cosas para la prensa. El fútbol es fútbol. La pelota, el jugador y la gente».

«Hay que jugar en Bolivia, en la altura de La Paz, Ecuador con 30 grados, Colombia que no podés ni respirar… Ellos juegan siempre en canchas perfectas, mojaditas, y no saben lo que es Sudamérica», respondió Emiliano Dibu Martínez, elegido como el mejor cuidavallas del Mundial de Catar, que juega en el fútbol inglés. Por su parte, el delantero del Inter de Milán, Lautaro Martínez le contestó: Brasil, como nosotros, tiene a la mayoría de futbolistas que juegan en Europa. Me pareció una declaración injusta».

El acoso

Los europeos creyeron que podían intimidar a los sudamericanos. Físico para hacerlo no les faltaba. El número 19 de la selección de Países Bajos, Wout Weghorst, quería atemorizar a Messi, desde detrás de la cámara de televisión en la electrizante semifinal. «¿Qué mirás, bobo?», le dijo el capitán argentino -en argot no argentino sino rosarino-. “Andá pa´llá, bobo”, le agregó.

La frase se convirtió en muletilla popular repetida en redes, remeras, tazas, banderas. Solitarios detractores de la derecha argentina –incluyendo los medios hegemónicos- calificaron de «vulgar» al astro mundial que se había «maradoneado» tras lograr el pase a la Final de Qatar 2022. Años después de su muerte, la derecha no le perdona a Diego Maradona ser irrespetuoso con el poder, tratar de formar un sindicato de futbolistas y, sobre todo, haberse tatuado la cara del Che Guevara.

Nadie imaginó que la fama de Messi llevaría a descubrir que ya en el siglo XVI la orden de monjes benedictinos había tallado «Que miras, bobo» en una de las claves de piedra del techo del Monasterio de Samos, en Lugo, Galicia. Los monjes, abocados a la meditación debían mantener la vista baja en señal de sumisión a Dios, si desobedecían y miraban hacia arriba se encontraban con la leyenda disuasiva. Weghorst se encontró con la leyenda de Messi, convertido en líder de los incivilizados de camisetas albicelestes.

Salvajes

Casi un siglo atrás, la selección uruguaya de fútbol debutaba en los Juegos Olímpicos en París. Era 1924 y la prensa parisina hablaba de unos indios que llegaban de las salvajes selvas sudamericanas. Los capitaneados por José Nazazzi entraron al primer entrenamiento con vinchas de plumas, tomando mate y pateando las pelotas para cualquier lado.

Los incivilizados “charrúas” ganaron su primera estrella: fueron campeones olímpicos de fútbol (eran épocas del deporte aficionado y no profesional) y repitieron la hazaña cuatro años después en Amsterdam, dando cátedra de fútbol.

Uno de los detalles que sorprendió en Catar fue que la camiseta celeste de la selección uruguaya lucía cuatro estrellas encima de su escudo (la de Brasil tiene cinco, la de Alemania cuatro, ahora la de Argentina tres, y la de España y Francia una). Los charrúas tienen en su palmarés dos Copas del Mundo, la de 1930 y la de 1950. Las otras dos estrellas fueron ganadas en 1924 y 1928, cuando la FIFA organizó dos torneos de fútbol enmarcados dentro de los Juegos Olímpicos de París y Ámsterdam.

Al no existir aún la Copa del Mundo, la FIFA reconoció a ambos torneos olímpicos como equivalentes al Mundial, por lo que permite a los charrúas uruguayos lucir cuatro estrellas en su camiseta. Claro, hace 72 años que mete miedo cada cuatro años… pero no sale campeón…

 

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