Escribía Fernando Aramburu que “llegados a cierta edad, a uno le da por pasarle la bayeta a los recuerdos”… A mí me ocurre eso, desde que traspasé la última década, de la que ya ha pasado más de la mitad de ella, y no puedo decir que me sea una década prodigiosa, precisamente, aunque tampoco específicamente mala. Las ha habido mejores, aunque solo sea por el vigor, la salud de los sentidos, las ilusiones cumplidas y perdidas, o lo que uno creyó y descreyó con y en el tiempo. Pero no por el sosiego del pensamiento y la madurez de la razón que concede la perspectiva, por supuesto. Ahora que apenas me queda tiempo ya, tengo de sobra todo el que me faltó entonces… No es que parezca una paradoja, es que lo es: el tiempo es como una pastilla de chicle, que a lo mejor estira más cuando menos queda, aunque solo sea una apariencia de la realidad.

…Y uno se sorprende a sí mismo haciéndose preguntas absurdas, como: ¿qué habría sido de mi vida de haber roto en su momento con mi momento, y me hubiera largado a otros lugares, con otros objetivos, a otras labores?.. ¿cómo hubiera transcurrido de no haber roto con aquella relación?.. ¿y si me hubiese reenganchado al servicio militar en vez de licenciarme?.. ¿o si hubiese tomado una decisión opuesta a aquella otra que tomé?.. Por supuesto, son preguntas que no tienen respuesta, y que, como los crucigramas, a los que tan aficionado soy, solo sirven para entretener y tratar de mantener ágil la mente. En definitiva: gimnasia mental. Pero, ya que estamos practicando ese ejercicio (recomendable, por lo demás) pongámonos a imaginar un hipotético encuentro entre dos identidades: el joven que un día fuí, y el … ¿viejo?.. pues sí, viejo, ¡qué leches!, que hoy soy.

Se me argumentará, como decía El Gayo, que “ezo no pué ser, y ademá eh impozible”… Bien, pues así será si así lo deciden ustedes también. Pero, al menos, permítanme que yo, y algunos otros, no lo tengamos tan absolutamente claro. Hubo, y hay, investigadores por ahí, científicos de la mecánica quántica y todo eso, que mantienen la teoría, y repito: teoría, de los universos paralelos. Esto es: toda posibilidad habida en y por el ser humano se desarrolla paralelamente en una dimensión diferente a la elegida, que es la aparentemente real… o algo muy parecido. Eso se complementa con otra teoría, llamada la de cuerdas, que reza que el Universo está hecho así, y que una cuerda puede vibrar en infinitos tonos, y dar, a la vez y al mismo tiempo, cientos, miles de notas distintas unas de otras… si bien que todas pertenecen a la misma cuerda.

Pero dejemos aquí el razonamiento de una de las ramas de la ciencia. Mi artículo de hoy no va por aquí, y si he introducido esa posibilidad, ha sido tan solo para también introducir en ustedes, o aquellos que me vayan a leer, una duda lo suficientemente razonable como para ya no admitir nada como verdades absolutas. Ni lo posible, ni tampoco lo imposible… Todo puede suceder, si es que no está ya sucediendo en otras dimensiones de la realidad absoluta, y que a nosotros se nos presenta como relativa.

Una vez que usted se meta esa verdad posible en la cabeza, su mente comenzará a abrirse como una ventana de postigos herrumbrosos y quejumbrosos, y tras el fogonazo de la ceguera, la luz empezará a mostrarle lo que antes estaba sumido en la oscuridad, en “su” oscuridad… Pero, cuidado, esa claridad no le va a interpretar nada de lo que se descubre a su luz. Absolutamente nada, tan solo hace que mostrárselo. La interpretación le corresponde nada más que a usted. Y aquí, cada cual agarra su mangual.

Mi experiencia personal, si le vale a alguien, por supuesto, es que me ha traído cierta, relativa, serenidad de espíritu, al menos en estas cuestiones del envejecer… Mis prójimos más próximos me dirán que “… y una leche”, con perdón, que vaya con mis cuentos a Calleja a ver si me los recompra. Pero no debemos confundir el espíritu con el alma. No es lo mismo, y eso da resultado a ciertos equívocos. No es igual, no señor. Para mí – opinión personal, claro – el espíritu es el destilado del alma… Un ejemplo de alquimista, si me es permitido: el alambique hierve convulsivamente, mientras el producto, una vez depurado, se posa mansamente en el fondo del platillo… ¿capisqui?.. Pues eso.

Lo que pasa, y en esto les voy a dar la razón, es que, en la mayoría de las veces, y mucho más en la sociedad de hoy en día, lo más prudente es callarse la boca, o la pluma, para que a uno no lo tomen por loco. Demasiados orates impensantes para que también se sumen los pensantes; escojamos pues los primeros que dan menos problemas que los segundos… Naturalmente, yo no me privo de, esporádicamente, confesar que soy un buen creyente aunque mal practicante de esta locura. A veces recibo trémulos trinos desde tímidos nidos, y veo, con íntima satisfacción, que no estoy tan solo en tan solitarias trincheras. Y eso me conforta, y me anima, y me susurran al oído como a los caballos… Y es que, amigos míos, tomen muy buena nota: no todo el que me conoce me reconoce, pero cuántos me reconocen me conocen.