Por Marcelo Castillo

Primero, por doloroso que resulte, reconocer que antes de esta dura derrota hubo demasiados errores de percepción y proceder político, reconocer que pese a toda la agitación de las aguas, estallido social incluido, en Chile, aunque han habido ajustes, el núcleo del modelo neoliberal sigue intacto. Reconocer que desde los 90s en adelante, nos acostumbraron a la política reformista-gatopardista, manejada por los distintos gobiernos y partidos políticos tradicionales de uno y otro lado, distante a lo que entendemos por transformación o cambio paradigmático.

Reconocer que muy rápidamente se diluyó la experiencia previa a octubre 2019, en que a lo largo del territorio se levantaron cabildos auto-convocados o asambleas barriales, lo hermoso que fue encontrarnos en la diversidad, escucharnos, llegar a acuerdos, entendernos y aprender unos de otros, todo con un sello genuinamente social. Hermosas jornadas donde el –nosotros- brillaba mucho más que el –yo. Dos letras sintetizaban lo que entonces flotaba en el aire: A. C. (Asamblea Constituyente).

Como profesor, me viene a la mente la experiencia de nuestro Congreso Nacional de Educación 2021, que comenzó en la unidad base del sistema: la escuela. Continuó en los niveles comunales (o bien SLEP), siguió en el nivel regional y finalmente se llegó al Congreso nivel nacional, un ejercicio democrático del Colegio de Profesores y Profesoras, donde se demostró que es posible soñar, deliberar y construir desde abajo hacia arriba.

Reconocer que en Chile no tenemos democracia real, sólo formal (sólo votar en elecciones o plebiscitos está muy lejos de ser democracia). Así las cosas, demasiada gente se ha quedado dando vueltas en su pequeño mundo personal, dentro de la cultura del individualismo y por tanto, se quedó en la cómoda posición de que otros luchen por él o ella, que otros reflexionen, se informen, debatan, que otros decidan el rumbo del país … mi “trabajo” es marcar una raya si me gusta o no lo que otros piensan y proponen. Reconocer que nuestra sociedad hace rato está pagando un alto costo por no integrar la formación ciudadana o educación cívica desde temprana edad en las escuelas. Cuánta polarización, falta de empatía, cuánta precariedad, cuánto sufrimiento, cuánta violencia, fue y sigue siendo evitable desde una educación integral y con espíritu comunitario.

Si se trata de aprender de los errores, en un nuevo proceso constituyente, por favor, nada que tenga olor a cocina, nada que se parezca al “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” del 15 de noviembre 2019, un invento que fue un traje a la medida de los partidos que se sacaron esa foto trasnochada que, tras el resultado de ayer, reaparece en nuestras retinas. La participación ciudadana activa, plural y amplia, deberá ser condición esencial, desde el origen y en las distintas etapas, no sólo a la hora de refrendar el texto de nueva Constitución.

Chile merece una Constitución que surja desde la base social, sintonizada con el futuro, con el bien común, la justicia, con la política dialogante, con las necesidades y sensibilidades de éste siglo, una Constitución con alma distribuidora del poder, que reemplace la democracia representativa por una participativa, que ponga como pilares de desarrollo la educación, la salud, el trabajo digno y otros derechos fundamentales.

Hoy, mi mejor antídoto para la frustración, es ver en lo ocurrido en el plebiscito de salida, una salida de los errores pasados y también ver en este remezón nacional, una oportunidad de sacar lecciones y recorrer el proceso constituyente que de verdad soñamos y merecemos.

A modo de síntesis, me quedo con una máxima del Humanismo Universalista: «Ama la realidad que construyes».