A Katalín Karikó, una de las científicas que más ha investigado el llamado “Mensajero ARN” para la fabricación de vacunas que evitaron la muerte (está constatado) de 20 millones de personas en el primer año del más dañino Cóvid, declara alarmada: “me llueven mensajes de que me quieren colgar, que he hecho una vida miserable de su existencia, y que hay millones de personas sufriendo por el efecto secundario de las vacunas”… No dicen nada, claro, de los cientos de millones que han salvado el pellejo sin efectos secundarios, ni terciarios, ni cuaternarios… aunque cuaternarios sean los que, nimbados de una ciencia infusa y armados de inventados datos, aún describen horrorosas mutaciones del ADN, o inserción de microchips en nuestros ya de por sí reblandecidos cerebros.

Cuando, a decir verdad, lo único que podemos achacar a tales investigadores, es no haber desarrollado una bola de cristal que les permitiera leer entonces el inmediato futuro: una avalancha de – éstas sí – mutaciones seguidas del propio virus, que hace que se sucedan en oleadas tan rápidas, si bien cada vez menos dañinas y letales, gracias a Dios… Pero confundimos muy a menudo el conocimiento con la omnipotencia, y la negligencia con la imposibilidad del milagro. A los médicos no les permitimos errores, pero a los burros y burras de las redes les permitimos sus horrores; los agredimos convertidos en inapelables “Jueces de la Horca” (ver película de John Houston) después de estar siendo maltratados también por el propio sistema en sus carencias y condiciones precarias de trabajo… Me parece injusto por nuestra parte, e inmoral.

El problema reside, y ahí mismo apunta esta investigadora acosada, en que la suprema ignorancia sobre el conocimiento científico (esto sí que es veneno inoculado en incautos) nos conduce a someternos a la medicina basada en creencias supersticiosas y milagreras. De ahí a, luego, depositar la confianza – o quizá la fe– en productos alternativos y sin constatar, que luego se venden a través de la propia red, y que prometen lo que la gente quiere creer… Yo me pregunto ahora, y no deja de ser una opinión personal, si aquí funciona mejor o peor el efecto placebo. Pero ahí está. La cuestión es si ese alud de bulos, disparatados y malintencionados, no guardará algún tipo de relación con el subsiguiente mercado de supuestos medicamentos, e incluso supuestos chamanes paramédicos, que se hacen con la voluntad del personal, al que, previamente, han hecho sembrado pasto de mentiras y embustes adobados. La incultura es patente y potente: Todo el mundo conoce a ese mediático deportista o artista que se ha erigido en apóstol del negacionismo, pero nadie sabe de ningún prestigioso doctor que está salvando vidas con su abnegada labor… Es tan solo que un único ejemplo entre otros muchos.

Los fetiches que proporciona el mediatismo es la moderna inquisición para la ciencia actual. Y el linchamiento a través de las redes y los oscuros y ciegos seguidores que lo ejecutan, su inmediata sentencia… Newton, Darwin, Galileo, fueron considerados herejes por los brujos de la tribu (entonces la Iglesia) a la que se debe una amplia lista de mártires: Hypatia, Giordano Bruno, Miguel Servet… Ernest Güibbius, el entomólogo, fue asesinado acusado de brujería; Dian Fossey fue muerta a golpe de machete… en fin, la nómina sangrienta sería demasiado larga para este corto espacio. Hoy no se les quema, ni se les liquida a golpe de tiro en la nuca, pero se les despacha y se les fusila a golpe de tuit, en las redes, por otros anónimos, o no, asesinos de nueva, pero igual, baja calaña, mientras abrazamos a echadores de cartas, telepredicadores, falsos profetas, alucinados visionarios, y consumimos fake news como auténticos posesos.

Es como creer a pies juntillas que la culpa de todo lo malo que nos está viniendo encima siempre es de Putin… Leo – en L.O.11-7 – que “Los precios de frutas y hortalizas se cuadriplican del campo al súper”, y lo denuncia una asociación agraria de jóvenes agricultores, que habla de “especulación y de imposición de márgenes abusivos”. Y es cierto. Pero han sido comedidos y no han señalado la auténtica causa y razón. Se han quedado cortos porque hay productos, como las ineludibles patatas, o los limones, cuyo precio se multiplica por seis; y otros por ocho veces su valor; y los hay que les imponen un margen del mil por cien. Calificarlo de abuso y especulación es quedarse corto. Eso es latrocinio declarado en lo que son productos públicos de primerísima necesidad: la alimentación de la ciudadanía. Pero ellos mismos y la propia Administración, que también lo saben, callan la verdadera causa y prefieren ofrecernos el motivo de la guerra de Ucrania.

Y no es esa guerra, ni ninguna otra, precisamente… Es que vivimos unos tiempos de auges populistas en que políticos modelo Trump (hay muchísimos a izquierda y derecha) partidos, corporaciones y oligarquías, están muy interesados en castrar de pensamiento lógico a los ciudadanos. Y para eso tienen que secuestrar el sentido común y poner en solfa todas sus disparatadas soflamas… De momento, la ciencia, la medicina, la investigación, la filosofía o las humanidades, son sus enemigos más directos, y el librepensamiento en el ser humano les produce genuino terror. Así que lo mejor es convertirnos, de nuevo, en una subespecie humana a su servicio, capándonos la capacidad de pensar por nosotros mismos…Y aún y así: “Eppur si muove…”