En los años 70 del siglo pasado, mucho antes de lo de la “perestroika”, el escritor disidente soviético Vasili Aksionov, escribió la más famosa de sus novelas, que se llama “La isla de Crimea”. Se trata de una ficción histórica, donde Crimea pasó de ser península a ser convertida en isla. En la guerra civil rusa de principios del siglo XX, las tropas del ejército blanco, huyendo del avance de los bolcheviques, conforme a la fantasía del autor, conservan su control sobre Crimea, que se vuelve una isla capitalista frente a las costas de la Unión Soviética, recreando la situación actual entre Taiwán y la China. Los rusos y los ucranianos eran todavía ciudadanos del mismo país, discutían mucho ese libro y ni en la peor de sus pesadillas podrían haber imaginado que sólo en unas pocas décadas sus hijos y nietos estarían enfrentados en un sangriento conflicto armado con todas las características de una guerra civil.

Cuando el mundo habló más de Crimea, fue el marzo de 2014, porque después del golpe de estado en Ucrania, denominado por la prensa occidental “revolución de la dignidad”, las tropas rusas la tomaron sin un solo disparo y se organizó un rápido referéndum, para que la península, ucraniana hasta ese momento, pasara a ser parte de la Federación Rusa, desatando mil acusaciones, sanciones y no reconocimientos en Ucrania y el resto del mundo. Pero la historia de este lugar es mucho más larga…

Desde los tiempos más remotos Crimea, ubicada en un lugar estratégico y privilegiado del Mar Negro, fue el lugar predilecto para la presencia permanente de los antiguos griegos, luego romanos y después de los turcos. En la antigua Grecia, en los impenetrables bosques tropicales de Crimea vivían leones y los ahora extintos toros más grandes y feroces de todos: los turs (bos taurus primigenius). Por estos toros el lugar se llamaba inicialmente Tauria o Táuride, que se menciona en la Odisea como uno de lugares de la travesía de los argonautas en búsqueda del Vellocino de Oro.

La siguiente famosa mención literaria de Crimea, la encontramos en los “Cuentos de Sebastopol”, escritos en 1855 por el mismísimo León Tolstoi, cuando éste fue artillero durante la guerra con la alianza entre Turquía, Gran Bretaña y Francia, convirtiéndose así, en el primer corresponsal de guerra ruso. Se puede agregar también que fue el primer corresponsal de guerra pacifista.

En los tiempos de los zares, debido a su clima benigno y a la especial belleza de sus paisajes, Crimea era el lugar preferido de veraneo de la aristocracia, y territorio de retiros inspiradores, de los literatos y artistas más importantes. Luego, en el periodo soviético la península se convirtió en el lugar favorito del veraneo de la población de toda la parte europea del país. Un mar tibio, las vistas montañosas y el clima subtropical de su costa sur, para muchos se convirtió en la oportunidad de conocer “los países cálidos” sin tener que salir al extranjero. Además, gracias al exotismo de sus paisajes, en Crimea se rodó una gran cantidad de películas soviéticas sobre África y América Latina.

Después de que el Ejército Rojo liberara a Crimea de la ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial, por órdenes de Stalin, fue deportada de la península a las repúblicas de Asia Central casi toda la población tártara, acusada de ser “colaboracionistas de los fascistas”. Los tártaros de Crimea eran la tercera etnia de la península, por cantidad de población, después de los rusos y los ucranianos, prácticamente indistinguibles entre sí.

En el año de 1954, el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Khruschev, ucraniano por su orígen, decidió entregar la península de Crimea, de la jurisdicción de la República Soviética Socialista de Rusia a la administración de la República Soviética Socialista de Ucrania, que geográficamente se encontraba mucho más cerca, y siendo parte del mismo estado, tenía un significado más bien simbólico y a nadie entonces, preocupó mucho. En los años posteriores, Crimea, siendo parte de la Ucrania socialista, siguió su desarrollo dentro de la lógica del estado soviético, donde las fronteras entre sus 15 repúblicas no eran más que dibujos en sus mapas políticos y las múltiples etnias que históricamente coexistían en Crimea seguían sintiéndose el mismo pueblo. Sólo que algunos, los de afuera, siempre tenían cierta envidia a los crimeanos, por vivir en ese paraíso natural.

A diferencia del centro y sobre todo del occidente de Ucrania, en Crimea nunca se habló ucraniano, para los rusos y los ucranianos de la península, su idioma natal y su cultura eran tradicionalmente rusos. Cuando Crimea fue proclamada república autónoma dentro de Ucrania y se definieron sus tres idiomas oficiales: el ruso, el ucraniano y el tártaro, en la práctica de la vida cotidiana todo seguía en ruso y, a Ucrania, los crimeanos los unía solo los asuntos administrativos y los papeles del estado. Pero nadie veía problemas en eso. La península vivía del turismo y de la generosidad de su naturaleza. Los problemas empezaron después.

Cuando en febrero del 2014 en Kiev, una rebelión dirigida desde el Occidente derrotó al corrupto e impopular pero legítimo gobierno de Víktor Yanukovich, al poder en Ucrania llegaron las fuerzas nacionalistas radicalmente antirrusas, que veían un Rusia la causa de todos los males de su país. El nuevo gobierno, desde los primeros días de su existencia, declaró su intención de entrar a la OTAN lo antes posible e invitó a los asesores norteamericanos a dirigir sus fuerzas armadas y su sistema de seguridad. Se prohibieron las ideas y las organizaciones comunistas y la difunta Unión Soviética se declaró oficialmente “imperio del mal”.

La noticia del cambio de poder en Ucrania fue tomada muy mal por una gran parte de la población del oriente y del sur del país, donde todo el mundo hablaba ruso, se identificaba con la cultura rusa y no soñaba con ser parte del “mundo occidental”. Además las nuevas autoridades empezaron a imponer una política de total “ucranianización”, eliminando el ruso como segundo idioma del estado. Frente a las protestas y las expresiones de preocupación en Crimea, los grupos nacionalistas armados en Kiev, amenazaron con enviar a la península “los trenes de amistad” con sus militantes armados para reprimir cualquier signo de descontento. En esos días, varios edificios administrativos de las ciudades de la región de Donbass fueron tomados por la gente que no reconocía a las nuevas autoridades de Kiev. Desde Kiev ya se empezaba a preparar un operativo militar para retomar los territorios rebeldes del oriente prorruso.

En el caso de Crimea la situación era aún más delicada: cerca de la ciudad más grande de la península, Sebastopol se encontraba la principal base naval rusa en el Mar Negro, que concentraba su principal fuerza marítima para toda la región del Mediterráneo, que después de las guerras desatadas por la OTAN en Yugoslavia, Libia y Siria, tenía para Rusia una importancia geopolítica fundamental. En aquellas circunstancias, Rusia estaba a punto de perder esa base, con los territorios aledaños, histórica y culturalmente absolutamente rusos.

A fines de febrero del 2014, en las diferentes ciudades de Crimea, para gran sorpresa de todos, aparecieron unas “personas amables”, llamadas también “hombrecitos verdes”, que fueron fuerzas especiales rusas que salían de la base de Sebastopol. Sin disparar un solo tiro, ellos tomaron control de los puntos clave de la isla y bloquearon las guarniciones militares ucranianas, en que las autoridades se negaron a obedecer al gobierno autónomo de Crimea. Pocas semanas después, se declaró la independencia y fue organizando un referéndum general para su reunificación con Rusia. El 17 de marzo, un 96,57% de los crimeanos, sin distinguir entre rusos, ucranianos, tártaros y otros, votó por volver a ser parte de Rusia. No sé qué tan real sea esa cifra, realmente tan alta, pero cualquiera que conozca mínimamente Crimea dirá que sin lugar a duda, una enorme mayoría de sus habitantes realmente celebró “el regreso al puerto natal”.

Obviamente estos hechos generaron una explosión de la ira de los nacionalistas ucranianos, una acusación internacional a Rusia por ocupación y expansionismo, un inmediato boicot económico de Crimea por parte de los EEUU, la UE y sus aliados y fuertes sanciones de todo tipo contra Rusia.

Desde el 2014 para los artistas, científicos y periodistas extranjeros que por alguna razón visitan Crimea se les prohíbe la entrada a Ucrania.

En Rusia muchos de mis conocidos insistían que debía conocer la península de ahora, ya que “ahora es otra cosa”. En la prensa ucraniana leí mucho sobre “el territorio deteriorado con la población empobrecida y amedrentada bajo la ocupación rusa”. Conozco bastante Crimea, la última vez que había ido fue en 2013, medio año antes del golpe. Aquella vez no me llevé grandes sorpresas, un típico verano lleno de balnearios y veraneantes, turbas de turistas, todo excesivamente caro, los servicios que dejaban mucho que desear, pero el mar, los paisajes y las frutas lo compensaba. Como en todos los balnearios post-soviéticos se veían zonas cerradas, exclusivas, de lujo, y al lado, la vieja infraestructura pública de los tiempos de la URSS, a veces semiabandonada, a veces repintada o retocada por humildes esfuerzos municipales. En las conversaciones las personas decían que se sentían totalmente abandonadas por el gobierno central… igual que en cualquier otro lugar de la provincia ucraniana… aquí por lo menos con el sol, el mar, la montaña y los cerros de frutas frescas… Pasaron 9 años. Sabía que tenía que volver a este rincón del mundo, y cuando se presentó la primera oportunidad, hace un poco más de una semana, con un grupo de periodistas conocidos, partimos desde Moscú al sur. Era un viaje algo largo, entre la capital rusa y la de Crimea que es Simferopol son 1728 kms, y como el cielo en el sur europeo de Rusia sigue cerrado por las operaciones militares, no hay vuelos y toca viajar por tierra.

El sur de Rusia, cerca del Donbass y el mar de Azov, son las mismas estepas que las de Ucrania. Son campos infinitos de girasoles y maizales, las bien cuidadas casitas blancas que parecen de juguete, una mezcla entre acento ruso y ucraniano en las ferias, a lo largo del camino, varios camiones militares con la letra Z y montañas de sandías y melones a la venta.

Entramos a Crimea por el famoso puente de 19 km de largo, construido por Rusia durante un poco más de 2 años e inaugurado en mayo del 2018; muchos recordarán las famosas imágenes de Putin manejando el primer camión pasando por el puente de Crimea. Con un total deterioro de las relaciones con Ucrania, antes del puente, Rusia estaba conectada a la península sólo por aire y agua, impidiendo seriamente el desarrollo económico del territorio y perjudicando su seguridad. El puente es una construcción moderna, impresionante, que incluye una carretera de varias pistas y una línea férrea. También es el más largo de Rusia y según algunos, también de Europa. Además, se sabe que el símbolo popular del puente más conocido entre la gente local es un gato, de nombre Mostik (“Puentecito”), que estuvo presente en la construcción desde el primer día, y tuvo el honor de pasar primero por el puente, incluso antes que Putin. Luego Mostik, obviamente también se sacó una foto con el presidente ruso.

El puente que nos esperaba parecía la obra de una película futurista, limpio, impecable, iluminado, con sus guardias por ambos lados y varios artefactos raras, parecidos a unas boyas abajo y alrededor, y un poco más al fondo, en el estrecho de Kerch, las embarcaciones de las patrullas militares con sus cañones apuntando al cielo. Desde hace meses el gobierno de Ucrania amenaza con atacar el puente con sus nuevas armas que le llegan generosamente de la OTAN. Nos explicaron que estas seudo boyas también son parte de la seguridad del puente, en caso de un ataque ucraniano, que parece ser solo una cuestión de tiempo.

Después del puente seguimos por una carrera de primera, incomparable con todo lo que me acordaba de los caminos crimeanos de antes. En general, en una gran parte del país se nota mucho un cambio en la calidad de las vías automovilísticas, que durante la última década se mejoraron radicalmente. Cerca de Moscú las carreteras son de un nivel de los países más ricos de Europa y una gran parte sin peajes. A Nikolai Gogol, un escritor ruso que vivió y escribió en el siglo antepasado en Ucrania, se le adjudica la frase: “los dos problemas de Rusia son los tontos y los caminos”. Parece que ya le queda sólo una. Las principales carreteras de Crimea me parecieron de la calidad de los alrededores de Moscú.

Pero la mayor sorpresa de nuestra primera hora en la península, fue sin duda, una gasolinera donde paramos. Entiendo el interés de las autoridades rusas de mostrar al viajero que recién llega a Crimea, la calidad de la vida que tratan de proyectar para la península. Nunca en mi vida me emocioné con algo tan banal como una gasolinera. Pero ésta parecía casi una obra de arte. Muy limpia, absolutamente automatizada y con un gran surtido de todo tipo de productos por los precios más que módicos, algo que se nota mucho después de la capital. En ninguna otra parte había conocido una gasolinera así.

Lo importante de Crimea para el resto de Rusia, aparte de los balnearios y otros atractivos conocidos, es su experiencia de resistir a las sanciones occidentales. Si el bloqueo económico, tecnológico, mediático y político contra Rusia empezó hace 6 meses, con el inicio de la guerra en Ucrania, y es cada vez más radical y agresivo, el boicot económico de todas empresas e instituciones de Crimea partió hace más de 8 años, desde el momento de su entrada a Rusia. Por eso para el resto del país, que solo recién aprende a ser autosuficiente, estos años de la experiencia crimeana son tan relevantes.

El objetivo más importante de nuestra visita fue la Central Eléctrica de Saki, un proyecto energético financiado completamente por el sector privado ruso y que provee la electricidad aproximadamente a un 40% de los habitantes de la península en su parte oriental. Construida en 1955 por la Unión Soviética, en vez de los 36 meses planificados, en un tiempo récord de sólo 20 meses, se hizo su total remodelación y desde el 2020 entró a funcionar con su capacidad completa de 150 megawatt y 138 giga calorías por hora. Trabaja del gas natural, recurso que abunda en Rusia y la razón del orgullo especial de los energéticos es que todos los equipos, incluyendo las turbinas y las baterías son completamente rusos, algunos desarrollados especialmente para este proyecto. La central de Saki es la más moderna en Crimea y una de las mejores de Rusia. Su actual equipamiento se debe por completo a las sanciones occidentales, que llegaron a ser un estímulo y un impulso para el desarrollo de las tecnologías nacionales. Los especialistas lo ven como un modelo piloto para el desarrollo energético no solo del resto de Crimea sino de todo el país y ya piensan en la exportación de sus nuevas tecnologías y equipos a las naciones que mantienen buenas relaciones con Rusia. También es interesante que el financiamiento del proyecto sea privado, ya que significó para las empresas rusas una excelente inversión: el costo de 1 kW h aquí es de 0,025 USD y el valor de la venta de 1 kWh es de 0,074 USD. Con todo eso, la energía eléctrica es sumamente barata en Rusia y no suele representar un gasto mayor para el presupuesto familiar. El director general de la empresa es de Kiev, Tarás Tselyi – no existe nombre más ucraniano que Taras – y él nos cuenta que los trabajadores de la empresa ganan sueldos que equivalen en promedio, a sumas de alrededor de USD 1000 al mes, lo que es bastante bien para Crimea, pero padecen un cierto déficit de especialistas locales, pues la mayoría de ellos proviene de la parte continental del país. Aparte de los buenos sueldos, los trabajadores de la central cuentan con varios beneficios y subsidios para su familias en sus viviendas, vacaciones y los seguros de salud, además de vivir en una ciudad al lado de los mejores balnearios del país.

Siguiendo con nuestro temario tecnológico, otro punto de nuestra visita fue a la empresa SVYATECO que diseña y fabrica autos eléctricos para Crimea y otras regiones, desde los carros para pasear turistas por los cerros hasta los jeep todoterreno con motores, baterías y todos los repuestos rusos; y luego fuimos a la empresa SELMA, famosa por sus altas tecnologías de soldadura para los proyectos terrestres y espaciales más complejos. Ambas empresas también son producto del bloqueo económico. Sus directores y ejecutivos, llenos de ideas y sueños locos no disimulan su orgullo por haber logrado resultados absolutamente concretos y tangibles. Mientras en tantas oficinas y empresas rusas persiste tanto bla bla y tantos informes vacíos, a gusto de los jefes sobre “reemplazo de las importaciones” y la soberanía tecnológica, ellos hacen su trabajo por entusiasmo propio y con ganas de aportar al desarrollo de su tierra.

En el viaje por Crimea vimos no sólo las máquinas. Nuestros anfitriones querían invitarnos a la planta más grande de ostras, pero una tormenta que vino del mar dos días antes de la visita causó estragos incompatibles con nuestros planes y para nuestra suerte, de inmediato apareció otra alternativa: una pequeña granja de ostras en Katziveli, un pueblito al sur extremo de la península. Su dueño Serguei Kulik se vino de Moscú para hacer aquí el primer criadero de ostras en la historia moderna de la península. Entre un montón de chistes más salados que sus ostras, él nos contó que antes de la Revolución Rusa, Crimea era uno de los principales proveedores de cientos de toneladas de ostras a Europa, luego la tradición se perdió y él trató de resucitarla. Allí mismo en su pequeño restaurante «La Ostra Borracha», a la luz de los últimos rayos del sol que se hundía en el mar, en dirección de las costas de Bulgaria, acompañadas de un excelente espumante local, (en realidad es una champaña, pero por lo de la denominación de origen, pongamos aquí “espumante”) nos esperaban sus ostras, “endémicas, del Mar Negro, menos saladas que las de otros lugares”, y luego los mejillones, al tomate, al ajillo, al vapor y de media decena de otros modos locales, y después, más vinos y más ostras, para concluir con la parte más exótica del banquete: el katrán frito, el único pequeño tiburón del Mar Negro, que para ser honesto no estaba tan rico, pero totalmente novedoso.

Crimea está orgullosa de sus vinos, así que una visita a un viñedo local era algo fuera de discusión. Nos tocó la bodega Alma Valley, ubicada cerca de la aldea de Vílino. Mi primera impresión fue la de volver a Chile, y si no fuera por los letreros en ruso y la ausencia de la Cordillera de los Andes al fondo, la tierra, la vegetación, los caminos y las casas eran prácticamente las mismas. El viñedo y la bodega también se parecían mucho a los de Chile y Argentina. Mal acostumbrado a los excelentes vinos del Cono Sur, traté de no opinar mucho de los vinos de Crimea, aunque encontré muy bueno el Pinot Blac (no conocía antes esta cepa) y los espumantes de la zona que obviamente todos son “champañas”. A gran diferencia de los viñedos que conozco en otros países, en Crimea a nadie le importa exportar sus vinos. El mercado de Rusia es tan grande que parece que no hay viñedos en el mundo entero capaces de llenarlo. Es interesante que a pesar de las sanciones oficiales que aplicó el gobierno de España contra Crimea y Rusia, los ex socios y ahora simplemente amigos españoles, sin interés comercial alguno, informalmente siguen asesorando a los rusos en mejorar la calidad de sus vinos.

En la misma zona de los viñedos se ven infinitas plantaciones de árboles frutales. Pasamos a uno de los complejos agroindustriales de la misma parte de la península “Yarosvit Agro”, que es parte de holding de productos alimenticios y agrícolas Skvortsovo, que en sus 180 hectáreas produce manzanas, cerezas, ciruelas y duraznos. Vimos las tecnologías más modernas, aparte de las rusas, también las italianas y las israelíes. Con todos los compañeros del viaje coincidimos que los duraznos de ellos son los más sabrosos que habíamos probado en nuestras vidas. Vimos un complejo sistema de irrigación a través de varios estanques en los puntos altos del territorio.

El tema del agua en Crimea es un asunto de mucha importancia. En el periodo soviético, a través de una gran parte de la península fue construido un canal que se llenaba con el agua en la parte baja del río Dnieper, en la parte continental ucraniana, e irrigaba la zona más seca de las estepas del norte de Crimea. Con la separación de Crimea de Ucrania, las autoridades ucranianas en el 2014 cortaron el suministro del agua al canal, construyendo un dique, lo que generó graves problemas a la agricultura y la vida cotidiana de la gente. Al principio de la operación militar rusa en el sur de Ucrania, el ejército ruso dinamitó el dique y el agua volvió al canal de Crimea, que fue importantísimo para el regreso de la normalidad en la península.

Aparte de las grandes industrias, en esos pocos días hemos visitado varias pequeñas, a veces prácticamente artesanales plantas de queso y otros productos, fuimos a las ferias donde se mezclan los coloridos trajes y diseños rusos, tártaros, ucranianos, coreanos y de decenas de otras etnias locales. Lamentablemente no hubo tiempo para probar todos los platos de la cocina local que existe sólo en Crimea, un lugar de la fértil mezcla de sabores, paisajes y tradiciones.

La capital de Crimea, Simferopol, yo la conocía desde antes como un lugar muy provinciano, la última estación de los trenes que llegaban desde Kiev o Moscú, y donde cerca de la torre del reloj se tomaba “la ruta del trolley más largo del mundo”, para iniciar un recorrido en trolleybus primero hacia las montañas y luego a lo largo de la costa del mar. Son 86 kilómetros de recorrido para subir o bajar en cualquier balneario o pueblito que atraviesa, un proyecto creado en 1959 para facilitar la vida a los veraneantes y locales. Los trolley, aunque ahora más modernos, siguen su recorrido, pero la ciudad de Simferopol ha cambiado mucho. Su centro histórico está completamente restaurado, las iglesias ortodoxas se turnan con las mezquitas de los tártaros, que en masa volvieron a Crimea a finales de los años 80 del siglo pasado. En Crimea se respetan los 3 idiomas oficiales de la república autónoma: en la entrada de todos los edificios estatales hay letreros en ruso, ucraniano y tártaro, aunque los rusos son el 68%, ucranianos el 16% y los tártaros el 11%. Los nombres de las calles a veces son dobles, para no herir las sensibilidades de nadie, se decidió recuperar los nombres históricos, los de antes de la Revolución y conservar también los soviéticos. Por eso la misma calle puede llamarse por ej. Carlos Marx y Catalina II, ambos nombres en la misma tabla. Todos los nombres de las calles, hoteles y monumentos ucranianos se conservan, entendiendo perfectamente que el actual conflicto de Rusia no es con la cultura ucraniana. Se puede decir que en la península no existen conflictos étnicos ni religiosos. También hay nuevos monumentos. Por ejemplo, a las “personas amables”, en la plaza central, cerca del parlamento se ve la figura de un soldado ruso armado conversando con una niña acompañada de un gato, recuerdo de los momentos de máxima tensión de los días y las noches de marzo del 2014. Aparte de eso hay varias ideas nuevas. En la misma ciudad de Simferopol en los tiempos del zar nació el principal himno militar ruso: “La despedida de la eslava”. Se está pensando ahora en la idea de un monumento a esta música. También en la restauración de la tumba olvidada de otro clásico ruso, Leonid Sabaneev. Como gran parte de los rusos y antes, de los soviéticos, son los pescadores deportivos más fanáticos del mundo, todos recuerdan desde su temprana infancia el gordísimo libro del zoólogo Sabanéev: “La vida y la pesca de los peces del agua dulce”, escrito en 1911, donde hasta el día de hoy, todo pescador que se respete mínimamente, siempre encuentra todo lo que necesita.

Para desarrollar proyectos turísticos a nivel mundial, Crimea tiene de todo. Aparte del mar y las playas, parques y palacios, lagos y cascadas, en la península hay más de 1100 cuevas ya exploradas y varias por descubrir. Pero conversando con distintas personas locales, entre todas ellas hay una especie de consenso, dicen que antes de desarrollar el turismo, que sí genera bastante trabajo por temporadas y atrae las inversiones, primero es necesario crear una sólida base productiva, industrial, energética, para que toda la vida en Crimea no dependa y no gire exclusivamente en torno al turismo, como sucedió en algunos países, haciendo sus economías muy vulnerables y dependientes del flujo de visitantes. Y por razones obvias del bloqueo internacional de Rusia, todo el turismo en la península ahora es interno, un hecho que también tratan de convertir en una nueva oportunidad: antes los turistas con más poder adquisitivo viajaban al extranjero, dejando Crimea para otro segmento, lo que poco estimulaba la calidad de los servicios. Ahora, con sus altos y bajos, se trata de mejorar la calidad de la infraestructura y de los servicios para que los que tengan mucho para gastar no tengan la necesidad de salir del país, dejando este dinero dentro. También, y quizás mucho más importante que el aspecto económico, es un estímulo para que los rusos conozcan más su propio país, que por tu diversidad y su territorio da para varias vidas enteras de viajes.

¿Qué más ha cambiado en la península después de su reunificación con Rusia? Crimea ahora es un lugar muy seguro, de las calles prácticamente desapareció la delincuencia. A pesar de los grandes esfuerzos de Occidente y del gobierno de Kiev, no se pudo aquí desencadenar ningún conflicto interno; decenas de nacionalidades conviven en una paz absoluta y ven su futuro sólo en y con Rusia. El tema de los tártaros de Crimea tan repetido y manipulado por el gobierno ucraniano se puede sintetizar en lo siguiente: Se trata de una minoría de población tártara, el grueso de los descontentos de ahora son de los que no fueron deportados por Stalin, que se quedaron en Crimea con tierras y después de la perestroika, se convirtieron en una especie de terratenientes y junto con los oligarcas ucranianos llegaron a ser parte de las élites económicas. Los tártaros que volvían del destierro asiático fueron vistos por ellos como seres inferiores, fuente de mano de obra barata y una competencia en la lucha por los derechos a las tierras. Por eso las élites tártaras se aliaron con sus socios ucranianos y los de abajo, según la lógica de la lucha de clases, apoyaron a Rusia.

Pero hay problemas reales que no se resuelven. Algunos crimeanos me comentaron que en la península ya no existe la euforia de los primeros años de la reunificación con Rusia. En muchas regiones de Crimea, varias de las autoridades locales quedaron las mismas que en la época ucraniana, manteniendo todos sus mecanismos de corrupción y tráfico de influencias. “Pero, para ser justos, – me explican – ,preferimos mil veces la corrupción rusa. Ahora cuando pagas una coima por algo, puedes estar seguro que te van a cumplir. Antes, en los tiempos de Ucrania, pagabas y no pasaba nada. Luego te explicaban que las circunstancias cambiaron y exigían más plata…”. Me contaron también maravillas de la nueva administración de la ciudad de Sebastopol, que democratizó bastante los mecanismos del poder municipal, que cuenta con una real participación ciudadana y que logró disminuir mucho los niveles de corrupción. También los choferes de taxis me comentaron, que aunque la situación se mejoró sustancialmente en las ciudades, la policía en las carreteras sigue siendo corrupta y es un sistema que se mantiene intacto. Ahora, en la situación de guerra eso puede significar un enorme riesgo para la seguridad, porque hay camiones que circulan por la zona cerca de la línea de combate y que trafican productos de contrabando desde Ucrania, que no se revisan de verdad, y en estos pueden entrar los comandos del enemigo para armar actos de sabotaje, algo que ya está sucediendo en los territorios bajo el control ruso.

Nos íbamos de Crimea con muchas ganas de volver pronto. Es un lugar maravilloso, uno de los tantos que vale la pena conocer en esta vida. Por la noche, cruzando el famoso puente, vimos su perfecta geometría alumbrada sobre el mar y pensé en tantos otros puentes que nos faltan por construir.

 

Las fotos son de Oleg Yasinsky