En yanquilandia y en la mayoría de los países de Europa occidental, las mujeres usan el apellido del marido. ¿Y cuando  se divorcian o cambian de marido? No sé, pero supongo que tienen que seguir usando el anterior, porque si no,  nadie las va a reconocer. Hasta la señora Thatcher, ese esperpento de mujer que era amiga de Pinochet, usaba ese apellido que era el del marido. El de ella era Roberts.

No les voy a dar más ejemplos porque ya se conocen. En América Latina estamos mucho más adelantados en esa materia.  Casi todas las mujeres usan su propio apellido y en Chile, en el gabinete de Gabriel Boric hay más mujeres que hombres. En México, en el gobierno de López Obrador hay casi el mismo número de mujeres que de hombres, de 19 ministros, 9 son mujeres. A veces se descompensa esta proporción porque una ministra se presenta de candidata a gobernadora o a senadora.  La esposa de López Obrador usa sus dos apellidos:  Beatriz  Gutiérrez Muller. De madre chilena, por cierto.

Las argentinas han tenido siempre  como guía y orientadora  a Evita, que era simplemente Evita. Pero se sabe que era Eva Duarte de Perón.  Y actualmente doña Cristina Fernández se ha propuesto  usar su verdadero nombre para que el gobierno sea Fernández y Fernández, pero la verdad es que comenzó siendo  Cristina F. de Kirchner  y gracias a eso hizo su carrera.

En Chile el machismo todavía existe, como no, si es un país súper conservador en sus costumbres, a pesar de que en los años 70/73 alcanzó  la admiración del mundo, cuando gobernó Salvador Allende. Pero tampoco él tuvo muchas ministras; que yo me acuerde, sólo fue  Ministra del Trabajo Mireya Baltra, una suplementera que tenía un kiosko de diarios,  militante del Partido Comunista.

Pero esto  hay que destacar: en el gobierno de Allende hubo varios ministros obreros que se desempeñaron  de maravillas, porque conocían perfectamente su materia, que era la de su vida y la de la vida de  sus compañeros.

Autoras musicales también ha habido, comenzando por Violeta Parra  y su canción “Gracias a la vida”, que se canta en el mundo entero, al igual que “Volver a los  17”. Son cánticos que se han vuelto universales,  lo mismo que la canción de Las Tesis, “Y la culpa no era mía…” que la repiten las mujeres de  todas partes, además con los ojos tapados, porque en Chile le sacan los ojos a cualquiera que esté tranquilamente en la calle, como fue el caso de la actual senadora Fabiola Campillai, que la dejaron ciega.

En Cuba también ha costado mucho erradicar el machismo. Es que las  costumbres culturales, que se aprenden en la familia y en toda la sociedad,  pueden estar muy arraigadas y por lo tanto son difíciles de cambiar.

También el  aislamiento de Cuba respecto del mundo, provocado por el bloqueo, hacía que muchos de los  principios que se han desarrollado  en   todo el planeta  en los últimos años, como la aceptación de las diferencias sexuales, en los años 70 en Cuba  no los conocían.  Eso se acabó cuando Alicia Alonso le fue a reclamar a Fidel que la mayoría de los bailarines varones de su  ballet estaban presos, no por ser homosexuales, sino por haber cometido un delito tipificado en esa época: tratar de seducir a un jovencito o acariciarse en público. Pero finalmente se ha logrado avanzar en todo eso. Ahora hay más mujeres médicos que hombres, más mujeres que trabajan en el excelente sistema de salud  que hay en Cuba, y la diversidad sexual se acepta con toda naturalidad, al igual que en el resto del mundo.

Colombia también fue un país muy conservador y racista.  Ahora llega a la vicepresidencia una activista negra,  Francia  Márquez, que fue un gran aporte para  que ganara  Petro.

Pero de todos modos, no nos creamos tan avanzados. Los crímenes de mujeres son más comunes en América Latina que en el  mundo desarrollado. Puede ser por la influencia española o árabe que se arrastra desde la colonia, me dicen algunos especialistas. Por ejemplo en México, con 130 o más millones de habitantes, matan a 2,5 o 3  mujeres  cada  día. ¿Quién las mata, un policía, como en USA, o un asaltante? No, a la mayoría las mata el marido o la pareja. Porque las mujeres han ido aceptando el maltrato de a poco. Primero un insulto, luego una cachetada, después una pateadura y finalmente una cuchillada asesina.

¿Y por qué pasa esto, me pregunto yo? Porque las mujeres en América Latina tienen más  hijos que en el resto del mundo y menos oportunidades laborales. En México, un 44% de las mujeres trabaja. En Chile, poco más de un 50%. Pero son trabajos precarios, mal pagados y a menudo irregulares. En Europa, entre un 80 y un 90%  de las mujeres trabaja,  como los hombres.

En México, menos de la mitad de las niñas siguen estudiando después de los 9 años de enseñanza básica, y muy pocas trabajan. Ya antes de los 18 años han formado pareja y han parido. La fecundidad en Latinoamérica ha descendido notablemente, pero eso contrasta con la alta  tasa de fecundidad adolescente.

A las adolescentes les interesa ser madres, no se embarazan por descuido, sino porque la maternidad les da un status superior, y en México la madre es respetada y reverenciada. Todos las consideran,  menos el marido,  generalmente un joven al que le cuesta mucho conseguir un trabajo bien remunerado, y que es el que finalmente las mata en medio de una discusión o de una borrachera. La principal causa de estos asesinatos son los celos, porque los ex maridos no soportan que “sus” mujeres estén con otro.

El  machismo tiene múltiples facetas. No sólo la derecha es machista. En Chile, gran parte de la llamada izquierda también lo es. Muchos compañeros, entre más maleducados se portan, más revolucionarios se creen.

Chile ha sido uno de los últimos países de América en establecer el divorcio. Se  recurría a la nulidad de matrimonio, pero era mucho más complicado. Y qué decir del aborto, sólo permitido ahora por tres causales  muy limitadas, y todavía queda gente que lo quisiera eliminar. Esto, a pesar de que anualmente mueren miles de mujeres por infecciones debidas a un aborto inseguro.  Mientras que en México, en la capital y en varios Estados del país, el aborto es libre  y se hace por personal de salud capacitado y de manera segura.

Pero todos dicen «ellas y ellos», «compañeras y compañeros», «Buenos días a todas y  todos».

Pues a mí esta manera ridícula de hablar, me parece absurda. Es verdad que los idiomas van cambiando, pero no forzados por la moda. Esta forma de hablar no contribuye a empoderar  a las mujeres ni a resolver ninguno de sus problemas. Las diferencias salariales siguen existiendo en todo el mundo. A las mujeres embarazadas o con niños pequeños les cuesta mucho más encontrar trabajo que a una soltera sin hijos.

Los hombres, nuestros amigos, nuestros compañeros, difícilmente se ponen a barrer, a  lavar  platos o a cambiar pañales. También las mujeres suelen ser machistas: varias me han dicho que no les gustaría ver a su marido barriendo, porque  esa es una tarea muy femenina.

Entonces. ¿Qué hacer? Hay que empezar en la escuela, porque en la casa los ejemplos que suelen tener los niños, a menudo no son buenos. Si el padre y la madre trabajan, las tareas domésticas deben repartirse por igual.

En suma, se podría decir que Chile, un país que fue tan adelantado, ejemplo para el mundo en 1970, ha retrocedido terriblemente  desde la dictadura y no se ha recuperado todavía la inteligencia, la combatividad y la conciencia de clase de su pueblo.