Francia Márquez tiene unos ojos brillantes y una mirada profunda. La firmeza de su entrecejo deja entrever la absoluta correspondencia que hay entre su experiencia de vida y su discurso. Toma nota con la mano izquierda en una libretita que se cierra con la fuerza de un elástico, lo hace atenta mientras otros y otras hablan, escucha, observa, no alza la voz pero tampoco la baja.

Durante la gira internacional que emprendió luego de haber sido electa junto con Gustavo Petro para ocupar la vicepresidencia y la presidencia de Colombia, respectivamente, pasó por Brasil, Chile, Argentina y Bolivia. En los tres últimos fue recibida por los oficialismos salvo en Brasil, donde se reunió con el candidato presidencial Luis Ignacio Lula da Silva –a quién le deseó en todo momento el triunfo– y, de paso, visitó el Instituto Marielle Franco. Su presencia en Chile y Argentina tuvo especial importancia, ya que son los dos países del sur con mayor población colombiana migrante. En Buenos Aires se reunió con representantes de espacios políticos y culturales de la colombianidad residente en Argentina, siendo la primera vez que un gobierno colombiano (incluso sin entrar en funciones) haya escuchado la situación y realidades de la diáspora en este país.

Los puentes que una mujer gobernante negra del norte de Suramérica tienda con el sur de la región son claves, y sientan las bases de una propuesta para encarar un mundo en transformación que, aunque ya cambió hace rato, se aferra a formas y métodos obsoletos.

“El progresismo no nos creyó. Sabemos –y lo digo con tranquilidad–, que no es suficiente ser progresista si no se es antirracista y antipatriarcal, y ese será el desafío para este nuevo proyecto de región” sostuvo Francia en el Instituto Patria de la ciudad de Buenos Aires una semana antes de su jura como vicepresidenta. Allí estuvo flamantemente rodeada por el oficialismo peronista, ese que no creyó en ella y no la recibió cuando vino en búsqueda y recolección de firmas, para avanzar en la contienda electoral colombiana.

Y es que cuando Francia habla es contundente y es consciente de que no es ella sola la que habla. Es todas las voces de un pueblo sumido en la pobreza y en la violencia absurda desde su misma conformación, pero va más allá. Es enfática al afirmar y al hacer bien los cálculos cuando aclara que no son solamente derechos adeudados durante 212 años –los de vida republicana colombiana–, sino 530 años, los que contamos desde el momento de la colonización de nuestro continente, los que trajeron aparejada la delimitación cartográfica entre sures y nortes, cielos e infiernos, superiores e inferiores, santos y paganos, blancos, negros e indígenas, amos y esclavos.

“Llegó el momento de discutir reparación histórica para los pueblos afrodescendientes e indígenas en las Américas, en la región. Ningún país de Latinoamérica se puede bajar de ese debate. ¡Ya está bueno de decir que hay una deuda histórica con estos pueblos! Yo en campaña decía: ¿y el pago pa’ cuando? Hay que resarcir los efectos de la esclavitud, del colonialismo y del racismo que siguen viviendo los pueblos afrodescendientes, raizales, palenqueros, en la región. Hay que resarcir los efectos del colonialismo que siguen viviendo los pueblos indígenas. Si hay un país de Latinoamérica que no haya tenido esclavitud, que levante la mano. Entonces, si ha tenido esclavitud y colonialismo, debe reconocer a los pueblos originarios e indígenas pero también debe reconocer a la población afrodescendiente, reconocimiento como actor político”.

Francia Márquez moviliza e incomoda. Moviliza a las personas que una semana antes de asumir su cargo como vicepresidenta se quedaron por fuera de los dos eventos públicos que tuvo en Buenos Aires porque se agotaron las entradas. Moviliza a las y los millones de nadies que votaron por ella, porque lo que equivocadamente muchos han denominado milagro o fenómeno, no es otra cosa que el producto de una resistencia sostenida durante siglos hasta conseguir, finalmente, tener un mandato de gobierno literalmente representativo. Y es justamente por ese motivo por el que incomoda, porque hace carne el discurso, porque lo que narra no lo leyó en papers o estadísticas oprobiosas. Conoce los problemas y las urgencias de la población porque ella también las vivió. No tiene miedo y tampoco busca aceptación, porque con total tranquilidad y franqueza va al punto, sin eufemismos y sin exageración, porque a pesar de ser una gran protagonista de la actualidad política, a ella no le interesa ser políticamente correcta.

Francia habla en plural. “Soy porque somos” el nombre de su espacio político da cuenta de ello. Se cuestiona sus privilegios detentando el cargo, hace un llamado a estar en permanente vigilia ante lo que implica tener y ser el poder y propone imperativamente que se generalice ese quehacer:

“…Y hay que sentirnos incómodos con todos estos privilegios que nos dan cuando llegamos al poder, porque nuestra propia familia, nuestra propia gente, aún sigue viviendo las consecuencias de un modelo económico de muerte (…) Será un desafío entonces estarnos interpelando todo el tiempo el racismo, el patriarcado en nuestras prácticas que no solamente se dan en la derecha y en la ultraderecha sino que también se dan en el interior de nuestras propios movimientos y de nuestros propios procesos”.

La presencia de Francia Márquez es importante porque es una mujer negra, líder social, defensora del medio ambiente y feminista, que empieza a ocupar un lugar de poder y liderazgo en un país de trayectoria de derecha y sumido en la violencia. Su propuesta es de una clara naturaleza decolonial, ese tema siempre tan obviado y negado en la región:

“Me decían muchas personas: cuando ganemos, usted no sabe la acción reparadora que implica sólo su presencia hoy en la política, y su presencia hoy en un gobierno como el gobierno de Colombia, que por años ha sido conservado,r que por años ha sido de ultraderecha, que por años ha estado en contra de los derechos de los históricamente excluidos”.

Francia irrumpió durante días en el invierno de Buenos Aires con unos pendientes que tienen la forma del mapa de Colombia, como metáfora perfecta de lo que escucha, las voces de la gente con manos callosas, el sonido del machete desmalezando para sembrar, el cauce de los ríos, la respiración de la casa grande y el pestañeo del gran útero. Su mensaje va más allá de su discurso, su país cuelga de sus orejas, sus ancestros la visten y habitan en sus prendas y las rutas cimarronas de los caminos a la libertad, y ahora al poder, están marcados en los surcos de las trenzas de su pelo.