Me encuentro fuera del país, pero sigo con las antenas puestas en el devenir político nacional. A partir de la información que recibo de moros y cristianos, observo que el clima está que arde a pesar de estar en pleno invierno. El país pareciera venirse abajo a propósito del plebiscito en torno a la nueva constitución que se propone. Mi voto será para el apruebo y, sin perjuicio de que puedo estar equivocado, lo fundamento en cuatro pilares:

En primer lugar por su origen democrático a toda prueba, característica inédita en la historia nacional, con participación no solo de expertos constitucionalistas, sino que de ciudadanos de a pie provenientes de movimientos sociales. No ha sido elaborada a puertas cerradas, sino en forma pública, por expertos y por quienes viven las consecuencias de las constituciones. Esta amalgama pareciera ser algo que la comunidad mundial observa con especial atención por sus particularísimas características.

Para unos lo que se votará será una constitución que nos conducirá al infierno, para otros será una que nos conduciría al paraíso. Eso se verá en el camino y dependerá de nuestras conductas, reacciones y capacidad de adaptación. Pero su génesis democrática le provee de una sólida base de la que carece la constitución actual del 80.

En segundo lugar, pinta, bosqueja, traza el país que se quiere a futuro, un marco conceptual, una visión, sin entrar en mayores disquisiciones respecto de las posibilidades y obstáculos que la realidad imponga para alcanzarlo. Un país que deje de estar tan centralizado en la capital del reino; un país que deje de discriminar a sus pueblos originarios; un país que aspire a una economía basada en la colaboración antes que en la competencia despiadada; un país que consagra un derecho a la educación y la salud que deje atrás la odiosa discriminación entre quienes disponen de recursos económicos y quienes no los tienen; un país sin zonas de sacrificio respetuoso del medio ambiente; un país donde la justicia no sea letra muerta para los de arriba. Habrá que ver cómo se cristaliza esto, cómo se remueven los obstáculos que impiden alcanzar ese país tan distinto al que tenemos y cuya impronta está dada por su desigualdad, discriminación y clasismo histórico.

En tercer lugar, la brutalidad de la campaña a favor del rechazo en defensa de sus intereses de corto plazo, sin visualizar el abismo, la fosa que crea, impidiendo la unidad nacional que el país tanto necesita. Una oposición que desde un inicio se ha resistido tenazmente a todo cambio a los amarres dejados por la constitución del 80, salvo cuando éstos ya no le servían; una oposición que se la jugó para que todo artículo de la constitución tuviese la aprobación de dos tercios confiada en que tendría el tercio de los convencionales electos requerido. Al no obtenerlo se ha empeñado en una campaña de desprestigio  de los convencionales y de la convención propiamente tal en base a mentiras y noticias falsas sin precedentes. En consecuencia, la rabiosa opción opositora por el rechazo estaba cantada de antemano, con independencia del contenido de la propuesta constitucional.

Por último, veo una derecha escondida, parapetada tras sectores de la centroizquierda, donde se encuentran muchos de mis amigos, que los medios de comunicación convencionales y las redes sociales se han encargado de poner a la palestra. Si bien lo ideal habría sido que de este proceso emergiera “la casa de todas y todos”, los extremismos de todo orden, lo han imposibilitado, entre ellos, el de una derecha obcecada que se auto marginó desde el primer minuto en base a mentiras y noticias falsas.

Desafortunadamente, lo más probable es que cualquiera sea la opción ganadora –apruebo o rechazo- lo sea por un escaso margen, lo que sin duda dificultará su implementación. Esto no hará sino prolongar el impasse, con las negativas consecuencias en el desarrollo económico y social del país. Con todo, cualquiera sea el resultado final, solo cabe que todos los sectores lo acaten con auténtico talante democrático y espíritu de paz y concordia que nos invite a ponernos en los zapatos del otro. Saber ganar y perder, es parte de la esencia del juego democrático que pocos parecen entender.