Muy fuerte lo que se vivió la semana pasada en las audiencias de la JEP. Escenario: auditorio de la Biblioteca Virgilio Barco en Bogotá. Protagonistas: el dolor y el reconocimiento, la memoria y el perdón. Comparecientes: los ocho comandantes del último Secretariado de las extintas Farc-Ep. Grupos de víctimas de los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por esta insurgencia narraron cómo los horrores sufridos les quebraron felicidad y dignidad, familia y economía. Diez o veinte años después, saben que —si el dolor nadie lo quita y los crímenes son irreversibles— ni el odio ni la venganza aliviarán la tristeza ni resucitarán a los muertos. Luego de algo tan devastador como un secuestro, torturas o desaparición forzada, solo un camino que lleve del reconocimiento al perdón ayudará a los sobrevivientes (en ambos lados del conflicto) a sanar su propia historia.

Cara a cara, con las emociones entre el corazón y la orfandad, entre la responsabilidad y la vergüenza, nos fuimos desgarrando con preguntas y respuestas, minutos de silencio, ese frío tan frío cuando uno repasa la muerte y esa luz cuando en medio de la penumbra se presiente la esperanza. El auditorio se cubrió de la “presausencia” (mezcla de presencia y ausencia) de miles de víctimas, civiles, militares y guerrilleros desaparecidos, fusilados o caídos en combate; invocaciones a Dios y a la justicia (sin saber a ciencia cierta qué entendemos por el uno y por la otra); llamados al perdón y al derecho a la cristiana sepultura.

“Que todos los jóvenes sepan que ser revolucionario ahora es levantar la bandera de la paz”, dijo el martes Rodrigo Londoño, antes Timochenko, hoy constructor de paz. En las audiencias de reconocimiento, él y los otros siete excomandantes asumieron su responsabilidad individual y colectiva en el macrocaso 01 sobre secuestro.

Han caído asesinados 333 firmantes del Acuerdo, pero hay que honrar lo pactado y la exguerrillerada de base debe seguir aportando para encontrar a los muertos y velar la historia. “Que hable el corazón”, dijo Pastor Alape. Que hable —como él lo ha hecho por toda Colombia— desde el arrepentimiento genuino, desde la promesa absoluta de no repetición.

En el caso 01 participan 3.111 víctimas acreditadas ante la JEP. Se recogieron 17 informes del Estado y de la sociedad civil, 62 versiones individuales y nueve colectivas con 260 miembros de las extintas Farc. La verdad tuvo, tiene y tendrá la palabra. La magistratura oyó las declaraciones de las víctimas contra los excomandantes y también contra el Estado, porque en demasiados casos ni la Unidad de Víctimas ni otras instancias públicas han cumplido. Vienen ahora las audiencias en los territorios. En tres meses estará lista la Resolución de Conclusiones y el tribunal para la paz dictará las sentencias.

Y es Colombia entera la llamada a romper los círculos viciosos de la hostilidad. “Los actores de la desesperanza” entregaron la verdad y los fusiles, y pidieron perdón desde el núcleo del dolor. Cincuenta millones de colombianos deberán decidir en el tribunal de su propia alma si le abren la puerta a la reconciliación. Con una bandera blanca en cada palabra, los invito a proferir en su interior una sentencia por la curación de nuestro país.

Y así, en clave de esperanza, celebro que Álvaro Leyva sea nuestro próximo canciller. Él, siempre maestro, siempre símbolo de persistencia y dignidad en la construcción de una sociedad sin violencia, será ante el mundo la voz de Colombia por una paz total y sin fronteras.

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