Tenemos una nueva decisión ad portas, esta vez por la aprobación o rechazo de una propuesta de nueva Constitución redactada por un grupo de 154 personas (eran 155 pero una salió por haber mentido respecto de su condición de salud, un aspecto que resultaba crítico para su campaña). El grupo fue elegido democráticamente, se forzó la paridad de género y se reservaron un grupo de escaños para los pueblos originarios.

Ahora ya tenemos un borrador que ha sido discutido y cada uno de sus artículos elegido por al menos 2/3 de los constituyentes, generándose así el documento constitucional redactado por más personas en la historia de Chile. Nos toca ahora como país, a través de una votación masiva y obligatoria, decidir si se aprueba o se rechaza este trabajo realizado en el último año. Gran decisión, gran importancia, gran trascendencia y con importantes efectos de la decisión que se tome.

El voto es secreto y cada uno de nosotros deberá emitir su opinión, pero ¿cuan libres somos para hacerlo? ¿Podemos realmente tener la independencia de nuestro pasado para decidir? La Constitución actual, dictada en 1980 por un limitado grupo de personas, contenía muchas limitaciones para su modificación, razón por la cual ha sido difícil en estos 40 años incorporar modificaciones fundamentales en ésta, aquellas hechas en 2015 pudieron deshacer algunos aspectos totalitarios que contenía hasta esa fecha, pero donde aún se mantienen otros elementos aún mejorables y para los cuales nunca existieron los votos suficientes para hacer esos cambios. De ahí es que llegamos a realizar este proceso de cambios que hoy enfrentamos.

El texto que ahora se propone al país, es uno que se ha realizado con un criterio maximalista, o sea una Constitución que apunta a definir detalles y ocupar algunos espacios que para algunos hubiesen preferido se generaran por una ley y no llegaran a ese detalle en la Constitución. Pero esto es un asunto de estilo y no denota la calidad de una Constitución, es una propuesta larga y detallada.

Lo que más tiene que ver con la libertad para decidir, está a mi modo de ver en cómo podemos tener una óptica fresca a través de la cual vemos este borrador. Antes de leerla existen prejuicios y animosidades que se van instalando en la mente de cada uno. En este año hemos visto desde el principio, mucho antes que se iniciara el proceso incluso, que personas y sectores políticos ya indicaban públicamente su posición sin que siquiera estuviese redactado el borrador, por tanto ya estaban jugados en una posición, fuera ella de apruebo o rechazo. Y luego está nuestra historia, las caricaturas que esta nueva Constitución será la instalación de un régimen comunista donde se perderán todas las libertades y la presencia omnipotente del estado y del funcionario burócrata en todas las decisiones del día a día. En la otra vereda la necesidad de acabar con la constitución de Pinochet que nos ha sometido por décadas en la más completa de las catástrofes sociales y supresión de todo tipo de derechos sociales que han llevado a la generación de pobreza y maleficios hoy existentes.

Obviamente ambos extremos son una parodia y una exageración que lo único que hace es alimentar el ambiente de extrema polarización que hemos visto y vivido desde ya algunos años a la fecha. Nos han tratado de convencer por un lado que el pueblo es ignorante y violento, que no sabe lo que dice o que es fácilmente convencido de idioteces. La vida se destruirá con la aprobación de la nueva Constitución y seguimos sembrando las malas noticias para los inversionistas sobre las posibilidades que sus capitales tendrán para rentar en sus inversiones en Chile. Un golpe bajo y un auto-gol para lograr crecimiento y estabilidad económica en un período extremadamente complejo a nivel mundial. Todas las economías del mundo están en una difícil situación, niveles de inflación que ya habíamos dejado atrás para un buen sector del mundo y ad portas de una recesión global que amenaza con privar de seguridad alimentaria
mínima a un vasto sector de la población mundial.

Tenemos pues que tomar una decisión binaria, apruebo o rechazo, sin embargo nuestra mente recibe mensajes donde ambos lados indican que si gana el oponente será un desastre. El país sufrirá y se hundirá si gana la opción contraria. Un país dicotómico.

Mientras pienso en estas cosas paseo por mi ciudad, Santiago de Chile, en el sector más antiguo, cerca del centro de la ciudad, el poniente en el barrio Brasil, casas que hablan de la edad de Santiago, su resiliencia a pesar de los terremotos, esta es la ciudad que recuerdo de pequeño, no son las grandes torres de vidrio del sector oriente, sino pequeñas casas de 2 o 3 pisos, pequeñas ventanas, sólidas con curvas de cemento, en el piso, pavimento de adoquín y en algunas calles restos de los rieles del tranvía que existió hasta mediados del siglo 20. Hoy esta parte de la ciudad está además llena de grafitti, basura en las calles, frases groseras en las paredes ensucian los colores que me imagino cada vecino trata de mantener, señales extrañas, una ciudad en degradación, poco atractiva, reflejos de una sociedad nueva de supervivientes que se ha instalado sobre ese casco histórico que tanto esfuerzo ha visto para llevarnos a donde estamos.

La ciudad en que yo crecí era una pequeña ciudad en relación a lo que es hoy, una ciudad segura y amable, quizás más pobre pero más humana. Por tanto mi gran deseo y esperanza es que como sociedad recuperemos los espacios de humanidad que hemos perdido, que el respeto por el otro humano que está al lado nuevamente se instale como una norma, y sin importar si esa persona es rica o pobre, confío que tiene un buen corazón y desea lo mejor para todos. En este momento al estar detenido en una luz roja, me veo mirando de un lado a otro atento a que no salte nadie sobre mi ventana a llevarse mi vehículo o tratar de entrar y llevarse algo que tengo. Han sembrado en nosotros el temor, esto no puede ser así. Parafraseando a mi amigo Luis Lebert, “donde se han ido los días de amistad, donde está lo hermoso que fuimos a sembrar”.

Extraño a mi país amable y sencillo, donde la sonrisa y no la sospecha o el lenguaje hiriente es hoy la norma. El individualismo nos ha hecho mal, no comprendimos la lección, el esfuerzo individual es vital y necesario, pero no lo es para salvarme yo solamente, sino para poder ayudar a los otros, para poder tener más energía y fuerza para apoyar a otro, eso debiera ser el espíritu de un pueblo, de un país entero. Chile es un país solidario y amable conceptualmente, falta que sus habitantes lo recuerden y lo cultiven.

Vuelvo a mi duda esencial, ¿somos libres para elegir? ¿Podemos desarmar los conceptos que tenemos en nuestra mente de izquierda y derecha y votar libremente por aquella opción que pensamos tiene más cosas positivas para nosotros que la otra? Es imposible que todo lo que nos presentan nos guste o que todo nos moleste, eso es así. Por tanto se trata de ponderar, sopesar y en esa balanza mental interna y en el más libre espacio mental, votar con calma y paz por aquella opción que mejor nos represente y nos conduzca hacia una mejor sociedad, más consciente y donde el trabajo, la paz y la buena voluntad reinen sobre el pesimismo y la desesperanza. Y luego, lo antes posible, recuperemos el espacio cívico, amable y constructivo que toda sociedad requiere para vivir en paz, recuperar las ciudades, sus espacios públicos y el medio rural para la gente de paz y amor que existe en nuestra patria, que sin duda pienso, somos una gran mayoría.