Por Marcela Latorre Robles*

Ir al teatro es una apuesta, ya que es tal la diversidad de espectáculos y de espectadores, que no siempre nos quedamos con la sensación de haber asistido a un montaje que nos hace vivir la experiencia que se logra, cuando se entra en comunión con la obra. Esta versión de La Tempestad, logró su misión y mantuvo cautivo al público desde el inicio, con una propuesta simple, que consiguió hacernos viajar a las temáticas que Shakespeare, talentosamente, dibujó en sus textos.

El elenco nos tomó de las manos y nos subió al barco que navegó por la libertad, las contradicciones, el poder, la reconciliación, el humor, la ternura y el encanto de sus actuaciones. De esta manera, nos sostuvieron entre poesía, una estética que acompañó la sutileza de la puesta en escena, y el juego caprichoso de la tempestad.

Próspero, Duque de Milán, fue traicionado por su hermano y llegó a una isla con su hija. Él tiene poderes y un par de esclavos que lo ayudan a llevar adelante su plan de venganza, por un lado, Calibán, que mantiene las condiciones para vivir y Ariel, un espíritu que lleva adelante las locuras del Duque. El relato se va tejiendo entre la historia de amor de Miranda – la hija del duque- con Fernando – el hijo del rey- y las aventuras que viven los viajeros que atraviesan una tempestad de sucesos insólitos que Ariel, coordina como una danza cargada de humor, comandada por su dueño, el Duque.

Cada personaje va contando la historia desde las habilidades y destrezas de cada intérprete, Diana Sanz aporta su oficio, su lucidez escénica y su encanto, Pablo Schwarz se instala como verdadero noble en el escenario, guiando con astucia la trama, Alex Quevedo nos deslumbra con su capacidad de transformación y su manejo energético, Noelia Coñuenao despliega la dulzura necesaria para el personaje y Rafael Contreras junto con Aldo Marambio, acompañan desde el humor, la inocencia y la picardía.

Los símbolos, representados por algunos elementos claves escenográficos, la iluminación y los vestuarios, enriquecen desde el diseño, el lenguaje, equilibrando las acciones suavemente. Se puede observar una inteligencia donde el antiguo proverbio teatral de “menos es más”, es la base de la estética.

El montaje fue codirigido por Marie-Hélène Estienne y Peter Brook, grandes referentes del teatro contemporáneo y contó con la asistencia de dirección en Chile de Amalá Saint- Pierre, quien también participó de la traducción del texto junto a Benjamín Galemiri, logrando llevar a escena, de manera virtuosa, el último texto de Shakespeare.

La obra, que se estrenó en enero, en el marco del Festival Teatro a Mil, puede verse en el Teatro Nacional Chileno (Morandé 25, Santiago) hasta el 25 de junio.

FICHA ARTÍSTICA

De William Shakespeare

Adaptación y puesta en escena (Francia): Peter Brook y Marie-Hélène Estienne

Colaboración a la puesta en escena y asistencia de dirección (Chile): Amalá Saint-Pierre

Elenco (Chile): Diana Sanz, Pablo Schwarz, Alex Quevedo, Noelia Coñuenao, Rafael Contreras y Aldo Marambio.

Producción y diseño de vestuario (Chile): Valentina San Juan asistida de Omar Parraguez

Diseño de iluminación (Francia): Philippe Vialatte

Cantos: Harué Momoyama

Traducción al castellano: Benjamín Galemiri y Amalá Saint-Pierre, a partir de la traducción francesa de Jean Claude Carrière

Coproducción para la versión francesa: C.I.C.T. – Théâtre des Bouffes du Nord, Théâtre Gérard Philipe, Centre Dramatique National de Saint-Denis, Scène nationale Carré-Colonnes de Bordeaux Métropole, Le Théâtre de Saint-Quentin-en-Yvelines – Scène Nationale, Le Carreau – Scène nationale de Forbach et l’Est mosellan, Teatro Stabile del Veneto y Cercle des partenaires des Bouffes du Nord

Coproducción para la versión chilena: Fundación Teatro a Mil y Teatro Nacional Chileno.


*Marcela Latorre es magister en educación, actriz, pedagoga teatral, periodista, escritora y docente especialista en artes y educación.