La conocí en Roma y siempre nos vimos allá, salvo en poquísimas ocasiones en las que nos encontramos en su hermosa casa de Attigliano. Era una amiga luminosa, divertida, simpática, graciosa y directa, una persona con la que se podía contar para toda la vida. Y así fue, durante más de cuatro, casi cinco, décadas.

En los últimos tiempos impulsaba junto a otros romanos el Centro de Estudios Humanistas Salvatore Puledda, contribuyendo a la organización de sus Simposios Internacionales y aportando con diversos trabajos, estudios e investigaciones de elaboración propia. Muchas de estas producciones llevaban el particular punto de vista morfológico, propio de la Disciplina de las Formas de la cual era una experimentada maestra, en el ámbito de la Escuela Siloísta.

Tal fue el caso de la monografía sobre Empédocles, en la que profundiza sobre la forma de la esfera y los cuatro elementos que el filósofo de Agrigento definiera en la antigüedad clásica, o su trabajo sobre el cambio y la reconciliación en la que se sumerge en los atributos que tiene el dar como acto de recomposición psicológica.

Me avisan hoy que su fallecimiento fue imprevisto, de un momento a otro. No tengo más detalles. Sólo aspiro a que no haya tenido dolor, que su tránsito haya sido tan luminsoo como eran sus ojos, su entrega tan expansiva como su generoso corazón. Deseo para ella una orientación que le permita llegar a la Ciudad de la Luz, de la que tantas veces conversamos mientras vivió, que estaba tan clara entre sus intuiciones.

Ojalá también Luigi Gaglio, su marido, así como su adorado hijo puedan comprender que «la muerte no detiene el futuro, que la muerte, por lo contrario, modifica el estado provisorio de nuestra existencia para lanzarla hacia la trascendencia inmortal«, como dijo Silo, su Maestro.