Durante 300 años, los negros del continente africano fueron subyugados y esclavizados en diversas partes del mundo, incluido Brasil. Fueron tres siglos de deshumanización de millones de personas. Hoy, 134 años después de su abolición jurídica en territorio brasilero, la esclavitud no oculta sus profundas marcas que, lamentablemente, las clases dominantes les dan la espalda como si fueran «problemas menores».

Deshumanizados por la esclavitud, hombres, mujeres y niños construyeron la riqueza de buena parte del mundo que conocemos, bajo el azote despiadado del látigo y de tantas otras formas de violencia derivadas de esta condición que, la mayoría de las veces, se justificaba como necesaria e incluso positiva para los mismos esclavos, –ya que según la Iglesia Católica, eso sacaría al pueblo negro del pecado y le daría la salvación eterna gracias a su conversión al Cristianismo.

Esta condición a la que fueron sometidas millones de personas, no sólo se cobró vidas en el pasado sino que sigue haciéndolo en el presente, como resultado de un sistema perverso –formado por la alianza latifundio, monocultivo y esclavitud– que sentó las bases de lo que hoy conocemos como sociedad brasilera, marcada entre otras cosas por la división racial del trabajo, uno de los pilares responsables de la acumulación de capital y de todo tipo de explotación resultante.

Vista gorda

Hoy, cuando oímos el discurso de la «meritocracia», en lugar de asentir ciegamente a ese falso argumento según el cual «quien consigue ‘un lugar bajo el sol’ es porque lo merece», deberíamos reflexionar no sólo sobre las intenciones de las clases dirigentes cuando lo utilizan repetidamente, sino también hacer una retrospectiva histórica para comprender lo desafortunado que es recurrir a la meritocracia en una sociedad tan desigual.

Es necesario revisar el documento llamado Ley Áurea, de sólo dos artículos: 1: A partir de la promulgación de esta ley, se declara abolida la esclavitud en Brasil; 2: Quedan derogadas todas las disposiciones que le sean contrarias. Como se puede ver, la citada ley no trata ni hace mención –aunque sea superficial– a ninguna medida a adoptar para dar asistencia a la población que a partir de esa fecha dejaba de ser oficialmente esclava.

También es necesario prestar mucha atención a la realidad que nos rodea 134 años después. Era de esperar que ante la ausencia de estructuras destinadas a integrar dignamente a esa población recién liberada de la esclavitud, la alcanzara el desastre. Las estadísticas lo demuestran.

El acceso a la educación, la salud, la vivienda, el empleo y los salarios dignos es mucho menor cuando se trata de la población negra. Opuestamente, las tasas de encarcelamiento, de homicidio, de analfabetismo, de desempleo, de trabajo físico, son infinitamente mayores cuando se trata de la misma población.

Sin embargo mucha gente quiere seguir haciendo la vista gorda ante eso. Quieren olvidar el desprecio que el Estado brasilero ha ofrecido históricamente a la población negra. Algunas de estas personas incluso son perversas hasta el punto de tratar de «justificar» los males sociales que afectan a esta parte de la población, vinculándolos a la cuestión demográfica. Por increíble que parezca, escuché a un profesor universitario hacer preguntar: «¿El hecho de que los negros sean mayoría en el sistema penitenciario no se debe a que constituyen la mayoría de la población brasilera?»

Pues bien, este discurso es tan perverso como el de la «meritocracia». Si fuera una cuestión de equivalencia a la situación demográfica de la población negra, ¿entonces por qué no somos mayoría en el Poder Judicial, en la Medicina, en la Academia Brasilera de Ciencias, en la Academia Brasilera de Letras, en el Periodismo, en el Congreso Nacional, etc.?

Seguramente no es porque no tengamos las capacidades para eso. Durante la mayor parte de nuestra vida, la mayoría de nosotros tenemos que preocuparnos por sobrevivir (literalmente). Sea para no morir por una bala disparada por la Policía (o por un vecino racista del propio edificio donde vive, como le ocurrió a Durval Teófilo Filho, de 38 años, confundido con un «delincuente» por un sargento de la Marina, en febrero de este año), sea para no morir en las celdas de la cárcel, sea para no morir de hambre… Las estadísticas muestran la realidad de la población negra en este país.

Marcador de desigualdades

En 2019, según el Anuario Brasilero de Seguridad Pública, los negros constituían el 66,7% de la población carcelaria, frente al 33,3% de la población no negra (considerada blanca, amarilla e indígena, según la clasificación adoptada por el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística, IBGE). Estos datos significan nada menos que, por cada persona no negra encarcelada en Brasil ese año, fueron encarceladas dos personas negras.

También en 2019, una encuesta realizada por el Sistema de Información sobre Mortalidad (SIM), junto con el Sistema de Información de Enfermedades de Declaración Obligatoria (Sinan) del Ministerio de Salud, mostró que los hombres negros fueron los más afectados y representan el 75% del total de las muertes por arma de fuego, mientras que los no negros representan el 19%. En el mismo periodo, las mujeres negras representan el 4%, frente al 2% de las no negras.

En 2020, según el IBGE, el 65% de las mujeres que realizaban trabajos remunerados en casas de familia, eran negras. El mismo estudio demostró que el 75% de las personas que desempeñan estas funciones no estaban registradas en el Ministerio de Trabajo, es decir que son trabajadores informales, lo que nos lleva a la conclusión lógica de que la mayoría son personas negras, especialmente mujeres.

En el mismo estudio, el IBGE muestra que el ingreso medio nacional cayó de R$ 924 a R$ 876 en todas las regiones, excepto en la Región Norte, que se mantuvo estable. Sin embargo, las trabajadoras informales ganan un 40% menos que las formales; y las trabajadoras negras reciben, en promedio, un 15% menos. Además, datos del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (Dieese), evidencian que, en 2021, la tasa de desempleo de las mujeres negras es del 18,9%, frente al 12,5% de las no negras.

En cuanto al acceso a las condiciones básicas de saneamiento, la Síntesis de Indicadores Sociales (SIS) realizada por el IBGE en 2018, mostró que todos los indicadores de vivienda y saneamiento analizados, demostraban que la situación de la población negra o morena es más grave que la enfrentada por la población no negra. Mientras que el 72,1% de la población no negra tenía acceso a la red de agua, a la red de alcantarillado y a la recolección diaria de residuos, este porcentaje se reduce al 54,7% cuando se refiere a la población negra.

Estas estadísticas son sólo algunas de las muchas que desgraciadamente demuestran cómo la raza es un marcador de desigualdad en Brasil. Porque, aunque a algunos puedan parecerles «clichés», las favelas, las celdas, las calles, son los asentamientos de esclavos contemporáneos; los policías y los carceleros son los “capataces” de hoy; las celdas de las comisarías son lugares de tortura; las casas familiares donde tantas mujeres negras trabajan duramente cada día, son las “casas de los patrones” de las estancias esclavistas…

Si con todo eso no fuera suficiente, Repórter Brasil –organización cuyo objetivo es fomentar la reflexión y la acción, sobre la violación de los derechos fundamentales de los pueblos y trabajadores brasileros– publicó en noviembre de 2019 una encuesta realizada a partir de datos de la Subsecretaria de Inspección del Trabajo, que muestra que las personas negras constituyen el 82% de los rescatados del trabajo esclavo en el país. Cuatro de cada cinco trabajadores rescatados en situaciones análogas a la esclavitud, son negros y la mayoría de ellos procede del noreste, son jóvenes, no tienen estudios o tienen un bajo nivel de escolaridad.

Todo esto significa afirmar que el Estado brasilero dejó a los negros a la deriva a finales del siglo XIX. Y lo sigue haciendo en el siglo XXI. Y que, de esa forma, aunque estemos a 134 años de la promulgación de aquella Ley, todavía tenemos que seguir luchando para deshacernos de los estereotipos, los estigmas, los prejuicios, las exclusiones fruto del racismo que atraviesa nuestras existencias –desde el nacimiento hasta la muerte–, aunque muchas veces se los disfrace de «elogio», o se carguen de «buenas intenciones».

Lo positivo, en este escenario, es que no nos damos por vencido. Seguimos resistiendo, ya sea denunciando o luchando por el respeto, la dignidad y la igualdad de derechos. No nos dejaremos paralizar por los intentos de mantener las estructuras opresoras.  El camino es duro, pero nos inspiramos en nuestros antepasados que resistieron valientemente organizándose y luchando por el derecho a la dignidad y la humanidad.