Ayer anunciaba Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Euopea que el Fondo Europeo para la Paz, un instrumento extrapresupuestario que hasta ahora había sido inédito, cumplirá con su cometido de construir y enaltecer la paz, abasteciendo de armas a las almas caritativas ucranianas. Es decir, la Unión Europea, los recientemente ganadores del Premio Nóbel de la Paz podrán gastar ese millonario premio en armar a las brigadas nazis del ejército ucraniano que llevan 8 años quemando vivos, bombardeando y matando con francotiradores a su población.

Repito lo de brigadas nazis, porque claramente todas las fuerzas armadas ucranianas no responden al mismo patrón. Eso explica el saboteo de sus propias embarcaciones o su entrega al enemigo para no disparar contra sus hermanos rusos.

Entre la soldadesca encontramos más gestos de humanidad y sentido común que entre la rastrera clase política, no ucraniana o rusa que se embarcaron en este conflicto injustificado, sino en todos los actores que rodearon a esta sinrazón: empezando por los Estados Unidos y el Reino Unido, siguiendo por sus vasallos europeos y de la Common Wealth.

Cuando el líder ruso Vladimir Putin habló de desnazificar Ucrania, no es que se creyó Chuck Norris de golpe o que se suba a una ola de revisionismo histórico. Se trata de que el movimiento nacionalista que venera al nazi Stepan Bandera cumple un rol fundamental en la conducción de los destinos de Ucrania. Quienes necesiten revisar esa trama histórica pueden leer a Rafael Poch o a Daniel Kersfeld. De hecho, los medios rusos están dando a conocer que varios de los soldados ucranianos tomados prisioneros llevan el cuerpo tatuado con simbología nazi o que tras ser declarados muertos por el gobierno de Kiev, los rusos les permiten volver a reencontrarse con sus familias luego de firmar un juramento de no volver a levantar las armas contra Rusia. Quizás estas sean algunas de las cosas que no quieren que vea la población occidental sobre Ucrania y que provocaron la guerra sucia comunicacional de censura y fake news a la enésima potencia.

Dirán que estoy abusando de los adjetivos para ser un imparcial periodista. Debo advertirles que de imparcial tengo poco. Si bien los bandos y facciones son cosas que arrastramos del pasado, de cara al futuro sí se trazan dos polos, el campo humanista y el campo antihumanista. Pero mi posición es lo menos importante de este asunto.

El gabinete multiétnico, liberal y de paridad de género canadiense aprobó hace pocos días el cuarto envío de armas hacia Ucrania. 4500 lanzagranadas M-72 y 7500 granadas de mano que ayudarán a terminar con el conflicto y pacificarán de una buena vez a estos irresponsables rubios de ojos celestes, como se cansaron de puntualizar los corresponsales extranjeros sobre el territorio. Lo decían en referencia a lo raro que les resultaba que las víctimas de una “guerra” respondieran a esa descripción. Claro, están acostumbrados a que los muertos sean semitas, africanos, árabes o, en su defecto, afroamericanos baleados por policías rubios y de ojos celestes.

Les cuento un secreto, Canadá no participaba cuando el 27 de septiembre de 2013, en la trigésima séptima sesión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas Estados Unidos fue el único país que votó en contra de la resolución 24/35 sobre “Repercusiones de las transferencias de armas en los derechos humanos durante los conflictos armados”, que resolvía la prohibición de la venta de armas a países en conflicto. Es obvio que el gran país del norte no iba a renunciar al pingüe negocio. No era trascendente que quien gobernara ese país era el entonces Nóbel de la Paz Barack Obama.

Pero a la coherencia criminal de los Estados Unidos se antepone la hipocresía consuetudinaria europea. Ya que a esa resolución sí la aprobaron Alemania, España o Italia, países que también abonan la paz con tropas y armamento. Lo mismo hicieron Austria, Suiza, Irlanda, Estonia o Rumania, no vayan a creerse que solo los más grandes son hipócritas.

El miércoles 2 de marzo la documentalista francesa Anne-Laure Bonnel (@al-bonnel) mostraba las vergonzosas imágenes que Occidente no quiere ver, las armas enviadas por los países pacifistas están siendo utilizadas para la ejecución de civiles ucranianos por parte de las fuerzas ucranianas. En Donestk ella documentaba al menos un centenar de víctimas entre las que se encontraban dos maestras “partidas al medio” (según sus palabras) por las bombas de Kiev. Todos sabemos que en las escuelas existía la idea de que “la letra con sangre entra”, así que no debe sorprender que se bombardeen escuelas en nombre de la paz o que se asesine a los políticos ucranianos que aboguen por una salida dialogada del conflicto.

Los que se llenan la boca hablando de la paz, deberían empezar por estar dispuestos a cumplir con los acuerdos firmados para dejar de echar más leña al fuego. Las sanciones económicas sabemos que solo tienen como resultado el hambre y la miseria de vastos sectores de la población, pero no provocan cambios de régimen. Por el contrario, con los ejemplos de Corea del Norte, Irán o Venezuela, está más que sobradamente demostrado que los fortalecen y sostienen. No se podrá resolver esta situación con las mismas respuestas que se vienen dando desde hace décadas.

Justamente, la incursión militar rusa fue un cambio de reglas que hace tambalear todo el sistema de hegemonía globalista. En 1989 vimos la caída de la mitad del sistema mundial, quizás ahora estemos viendo la caída de la otra mitad, depende de todos nosotros que lo que suceda a este tiempo deje atrás la prehistoria y las ultratumbas.