En la semana tuvo lugar la votación para la renovación de la directiva de la convención responsable de elaborar la nueva constitución. La primera directiva se había comprometido a estar por un período y ahora toca otro. La primera directiva estuvo encabezada por Elisa Loncon, mapuche, secundada como vicepresidente por Jaime Bassa, un abogado constitucionalista. Hicieron buena dupla, instalaron la convención y la pusieron en marcha superando toda clase de obstáculos, internos y externos.

Entre los primeros destacan la inexperiencia y la diversidad de muchos personajes provenientes de movimientos sociales; entre los externos, el desinterés del gobierno por colaborar y la oposición cerrada de una derecha reducida a la mínima expresión sin capacidad de veto por representar menos de un tercio del total de convencionales. Esto último es algo inédito porque por primera vez en la historia de Chile, la derecha no tiene el sartén por el mango para definir la constitución, y es lo que la tiene en ascuas.

La elección de la nueva directiva, al igual que la primera, es por el llamado sistema papal. Cada uno de los convencionales anota un nombre, se contabilizan los votos y si nadie tiene mayoría absoluta (78 votos), se vuelve a fojas cero para una nueva votación. Entre votación y votación, interrupciones de unos 15 minutos, para conversar, negociar, cocinar entre los convencionales de las distintas tendencias, bajar y subir nombres. A la derecha, constituida por una treintena de convencionales solo le cabe tomar palco, votando testimonialmente, viendo como se mueven las piezas en el tablero y eventualmente apoyar a quien les inspire menos temor.

Lo concreto es que en el primer día han transcurrido 8 votaciones sin que nadie emergiera con la mayoría necesaria, por lo que hubo que proseguir al otro día con una novena ronda. Finalmente salió humo blanco, la nueva presidenta es María Elisa Quinteros, de 40 años, odontóloga, que actualmente se desempeña como académica e investigadora en el Departamento de Salud Pública de la Universidad de Talca. Su nombre solo emergió al final luego de la caída de quienes aparecían como favoritos en las primeras instancias. Las negociaciones anduvieron a la orden del día entre los distintos grupos y grupúsculos. El espectáculo brindado no fue de los mejores, e ilustra las dificultades que encierran las negociaciones entre los distintos grupos de izquierda, así como entre éstos y los grupos de centro que se han ido conformando.

Curiosamente, todas estas “conversaciones de pasillo” se están dando particularmente entre quienes han sido muy críticos con las políticas “en la medida de lo posible” que han caracterizado todo el período de transición vivido hasta ahora desde los años 90. Estos mismos críticos son quienes ahora están viviendo en carne propia que otra cosa es con guitarra, que las conversaciones, los diálogos, las cocinas entre los distintos grupos de interés son pan de cada día y muy necesarias cuando de política, cuando de democracia se trata.

Aprovecho de rescatar dos diferencias sustantivas respecto del proceso bajo el cual se elaboró la constitución que nos rige, la de 1980. Una, que la constitución del 80 fue elaborada entre cuatro paredes, entre gallos y medianoches, sin que la plebe, los mortales, tocásemos pito alguno; y dos, sus protagonistas fueron todos personajes del mundo de la derecha, en un 100%. El resultado no pudo ser otro que un traje a la medida de la derecha, el que persiste hasta nuestros días gracias a los cerrojos impuestos y que solo pudieron ser sorteados en virtud de la rebelión social desatada en octubre del 2019.

De lo dicho se desprende que lo novedoso, lo diferente, estriba en que dentro de la convención responsable de elaborar la nueva constitución la derecha está presente con una bancada que no alcanza a ser el tercio del total de convencionales. Su relevancia dentro de la convención estará dada por la capacidad de los otros sectores para ponerse de acuerdo. Si la mayoría de los convencionales, que se agrupan dentro de la izquierda y el centro no se ponen de acuerdo, entonces ahí la derecha puede entrar a tallar. De allí que esté al aguaite.

Al menos por ahora, la manija la tienen quienes adscriben a un pensamiento de centro y de izquierda, siempre y cuando estos tengan la capacidad para ponersede acuerdo. Esto último no parece fácil a la luz de los distintos grupos que se han configurado, de las tentaciones que encierran los pasillos del poder, y de las dificultades observadas para armar una nueva mesa que dirija la convención en esta nueva fase de trabajo orientada a la elaboración de la nueva carta constitucional.

No deja de impresionar cómo están cambiando las cosas. Las nuevas generaciones parecen estar tomando al toro por las astas. Nuestro próximo presidente asumirá con tan solo 36 años y la nueva mesa de la convención constitucional será presidida por una mujer de 40 años. Solo nos cabe desearles lo mejor en beneficio del país.