Con 18 años recién cumplidos ingresaba por primera vez a una cárcel.

Llegaba de madrugada con 4 compañeros en la misma situación. Nos condujeron en un furgón desde el centro porteño a un lugar lejos, en el campo. Llegamos a una compuerta grande donde se levantaba una barrera. Se abrió un portón y el camión entró, se paró entre puerta y puerta y ahí bajaron los agentes a dejar sus armas.

Se abrió el otro portón y ya estábamos adentro de los muros. Una vez adentro recorrimos 100 metros más y el camión volvió a parar. Se divisaban varias ventanas, algunas con luces, y una extensión de campo iluminado por los focos de las torres, que luego sabría que se llamaban garitas.

Alguien vociferaba, y en eso, escuchó mi apellido; era el oficial que me llamaba para invitarme a bajar a las instalaciones. Una vez puesto un pie, en las mismas, se me acercó un hombre que me llevo a una leonera. Nos puso a cada uno en una punta mirando a la pared, con las manos atrás como –cuando era chico y me ponían en penitencia.

Estuvimos así unas horas parados, escuchando como entre ellos se reían, murmuraban y contaban sus anécdotas. Al fin llegó un enfermero que nos fue llamando de a uno y nos revisó.

Una vez firmado el papel del acta medica se acercaron varios oficiales que nos llevaron de a uno a darnos la «bienvenida» a la cárcel.

Ahí estaba esperando escuchando los gritos y llantos de mis compañeros. Me invadieron pensamientos confusos: “Si me dejo pegar hoy me van a pegar siempre, ¿qué derecho tienen a pegarme?, si yo vine a pagar una condena no a que me peguen”.

También se escuchaban las risas de los oficiales: “Hagan gimnasia y griten que no van a robar más”.

Toco mi turno, me metieron en un cuarto en el que había un oficial sentado con los pies arriba del escritorio y otros tres parados. Apenas pasé la puerta uno me gritó: “mano atrás  y mire el suelo”. El que estaba sentado me preguntó por mis datos y ordenó que después de su pregunta yo debería responder “sí señor”, “no señor” porque él era mi dueño a partir de ese momento.

Al parecer no respondí como él deseaba, fui agarrado por sus compañeros y allí fue donde recibí la primera paliza “de bienvenida”.

Foto de Cesar en la celda donde se encuentra confinado en la actualidad (por causas no sanitarias).

Serie de artículos y producciones realizados por personas que se encuentran en situación de privación de libertad y que participan en el Taller Humanista, que se lleva a cabo en todas las en las unidades carcelarias de la provincia de Buenos Aires.