Para muchos resulta exagerado calificar como discurso de odio a frases que a primera vista parecen inofensivas o incluso divertidas (para algunos) pero que tienen un alto contenido de prejuicios que degradan a la persona aludida y a sus semejantes. No permitamos que el discurso de odio se imponga por sobre la razón.

En junio de 2019, Naciones Unidas lanzó un nuevo plan contra los discursos que incitan al odio entendido como “cualquier tipo de discurso, escrito o conductual, que ataca o usa lenguaje peyorativo o discriminatorio hacia una persona o grupo sobre la base de lo que son”.

Dos intervenciones de amplia difusión en medios de comunicación chilenos ilustran de muy buena forma lo que es un discurso de odio. El primero, la pregunta realizada por noteros del programa de televisión CQC al candidato Mario Desbordes respecto de cómo se sentía “al ser el único candidato de tez morena de la derecha”, mientras que la segunda provino de la constituyente Teresa Marinovic quien escribió en su cuenta de twitter, “Constituyente Linconao hablando en Mapudungun… sabe hablar castellano, pero no importa: no pierde la oportunidad de hacer show”.

El discurso de odio es utilizado cuando se renuncia a la razón y es la antesala de la violencia. Crea el ambiente propicio para que, quienes comparten un prejuicio se sientan empoderados para imponerlo a la fuerza y, por encima de la razón, a quienes ven como personas inferiores o simplemente como enemigos.

El mejor antídoto en contra de los prejuicios y los discursos de odios es el diálogo en la razón, el conocimiento de los demás, el aprender a conocer y valorar la diversidad y en ello, la educación juega un rol fundamental. Como ejemplo podemos citar los resultados del Segundo Estudio sobre Violencias de Género en Contextos Escolares realizado por Fundación Semilla que demuestran que en aquellos establecimientos educacionales que tienen educación sexual hay menos violencia de género y, en específico, en aquellos establecimientos que imparten temáticas relacionadas con población LGBTQI+, disminuye en un 28% la probabilidad de sufrir discriminación.

Y lo mismo sucede con educación en diversidad religiosa, política, étnica o condición socioeconómica. Ningún aspecto de la diversidad debe quedar excluido en la educación. Es una responsabilidad del Estado asegurar que niñas, niños y jóvenes conozcan y valoren la diversidad. Que el conocimiento sea a través de la razón, respondiendo a preguntas de por qué somos diferentes, de si la verdad es única y la misma en el tiempo. Solo así nos enriquecemos en la diferencia.

El orden establecido, así como el Estado de Derecho están siendo legítimamente cuestionados en el proceso constituyente, así como también será en las campañas para elegir presidente, un nuevo congreso y consejeros regionales. No nos alarmemos por el dialogo que a veces podrá llegar a ser áspero e intransigente, pero sí prendamos todas las luces y sirenas de alarma ante los discursos de odio. Denunciemos todos y cada uno de los discursos de odio y evitemos que prime por sobre la razón.