Por Luis Casado

Hace ya años, escribí una parida afirmando que el invento de las “primarias”, como emplasto contra el desapego ciudadano hacia los políticos parasitarios, daba resultados peores que el mal que suponía sanar.

Visto que los partidos políticos concitan la desconfianza del electorado al punto de no poder ni siquiera designar un candidato de sus filas que pueda invocar alguna autoridad, un poquillo de legitimidad, una pizca de credibilidad… decidieron confiarle esa tarea a los mismos electores, investidos para la ocasión de una “autorización” (empowerment) para dirimir lo que antes dirimía la ‘cocina’ interna. Los candidatos a la candidatura, desde luego, los sigue designando la ‘cocina’ interna.

Con vistas a las elecciones presidenciales del 2017, el partido socialista francés organizó una mega primaria en enero de ese año, en la que participaron no menos de siete candidatos. El PSF convocó a una “Bella Alianza Popular” (sic), lo que explica la presencia de candidatos socialistas, ecologistas, radicales y centristas.

Todos los candidatos a la candidatura se comprometieron –firmando un documento– a apoyar al vencedor. No obstante, dos candidatos derrotados, Manuel Valls, primer ministro (PSF) hasta entonces, y François de Rugy, diputado ecologista, anunciaron que apoyarían a Emmanuel Macron, proveniente del Banco Rotschild, candidato inventado para la ocasión.

Los institutos de encuestas se habían abstenido de hacer pronósticos. Porque hasta entonces sus previsiones habían fracasado rotundamente, y además “porque no tuvimos ningún pedido”, dijo el patrón de uno de ellos, confirmando así que sus calculitos obedecen a los intereses de quien paga.

El juicio de los franceses fue extremadamente severo: 60% estimaron que la “primaria” no respetó las reglas de la transparencia, 62% que no fue bien organizada, 67% que no le permitiría al vencedor aboradar convenientemente la campaña presidencial, y un 83% que enlodaba la imagen del partido socialista francés. Esta vez el sondeo de opinión parece haber dado en el clavo: el candidato socialista llegó quinto y fue eliminado en la primera ronda con apenas un 6,36% de los votos.

No es ni el único, ni el primer caso en que una “primaria” termina en un chasco. En Chile, la democracia cristiana (DC) realizó primarias en las que resultó elegida Ximena Rincón. Tal parece que no entusiasmó a nadie, ni en la DC ni entre los aliados, de modo que no hubo contendores para una eventual primaria entre candidatos de los partidos de la Concertación. Poco a poco, como que no quiere la cosa, la DC desistió de su flamante candidata, y empezó a buscarle remplazante. Para ello echó mano a… encuestas de opinión que señalan a Yasna Provoste como grito y plata.

Las primarias de ayer consagraron a dos candidatos que las encuestas daban perdedores. En Chile Vamos Sebastián Sichel superó ampliamente a sus contendores, y en Apruebo Dignidad Gabriel Boric obtuvo una aplastante victoria.

La participación fue significativa para una “primaria”, sin superar el 10% del electorado que, potencialmente, hubiese podido votar. La pregunta surge naturalmente: ¿tienen ambos candidatos la autoridad, la legitimidad, la credibilidad, para pretender al sillón de O’Higgins?

A mi modesto juicio plantearse la pregunta ya es una respuesta. Estas “primarias” no resuelven la cuestión del desapego de la ciudadanía hacia prácticas electorales concebidas como herramientas de legitimación de los ilegítimos. Me temo que cada candidato, al prestarse a este juego, le resta peso y fuerza a la única institución surgida del vientre de la sociedad chilena que dispone de credibidilidad y concentra lo que queda de esperanza popular: la Convención Constitucional.

¿Qué sentido tiene realizar elecciones mientras la Convención Constitucional decide –o debiese decidir– del futuro institucional del país?

Cuando la costra política parasitaria pergeñó, primero un plebiscito y luego la convención constitucional, sospeché que se trataba de ganar tiempo, de darle largas a las aspiraciones ciudadanas expresadas por millones y millones de manifestantes a lo largo de todo el país.

Ni una de esas dos votaciones atrajo a los electores, que si bien se pronunciaron masivamente por dejar atrás los resabios de la dictadura (entre quienes votaron), no participaron masivamente en ninguna de las dos. Una vez más, la cuestión de la legitimidad se hace presente, dolorosamente, cuando más del 80% del electorado deserta las urnas.

Hay quien estima que ‘la desgana de votar’ es culpa de los electores y sugiere obligarles a concurrir a los locales de votación… ¿Bajo apercibimiento de arresto? Curiosa concepción de los derechos ciudadanos que, negándolos casi todos, pretende hacer obligatorio el que le conviene a la costra política parasitaria para ocultar su propia ilegitimidad.

La salida razonada y razonable, pacífica y democrática, debiese consistir en reconocerle a la Convención Constitucional la plena representación de la ciudadanía, la autoridad para engendrar un nuevo cuerpo institucional, sin ponerle trabas miserables como hace Piñera, sin ningunearla como hace en la práctica la pléyade de candidatos a la candidatura, sin boicotearla como hace la costra política parasitaria.

Todos los magistrados, todas y cada una de las autoridades designadas por el voto ciudadano, deben ser elegidos en el marco de la nueva Constitución republicana y democrática (inch Allah) que surja de la institución presidida por Elisa Loncón.

Las gesticulaciones “primarias”, y las decisiones políticas tomadas por autoridades ilegítimas que contrarían la voluntad general, no hacen sino conducir a los enfrentamientos que dicen querer evitar.

La cuestión de saber dónde está el poder sigue siendo la cuestión esencial. A mi modesto parecer, el poder reside en la ciudadanía, en el pueblo Soberano, sobre el cual nada ni nadie tiene ninguna autoridad.

No puedes tapar el sol con un dedo. Ni con una “primaria”.