El genocidio argentino de los años 70 ha sido silenciado por décadas, las decenas de miles de cuerpos desaparecidos aún no han sido encontrados, y quizás nunca lo serán. Los jóvenes que tenían 18 años durante la dictadura militar Argentina (entre 1976 a 1983) hicieron el servicio militar en el Campo de Mayo, y hoy son los únicos testigos que puede romper el pacto del silencio, y demostrar que los vuelos de la muerte existieron realmente, como forma de eliminar las huellas de bastantes víctimas.

«Vi llegar furgonetas de transporte con convictos, una vez vi uno de estos dirigiéndose a la pista de aviones que conocíamos como Fiat (Fiat G222), similares a los Hércules (aviones de transporte) pero más pequeños. Cuando llegaron los camiones, los aviones estaban colocados al principio de la pista con los motores en marcha». Alberto Espila, es una de las cinco personas que declararon el pasado lunes 22 de febrero en el juicio por «Vuelos del Campo de Mayo».

Los ex reclutas, al ser personal temporal en el ejército, no eran personal de confianza y no formaban parte del aparato represivo, por lo que no tenían una participación directa en la máquina operativa con la desaparición de personas. En algunas ocasiones, durante los turnos de guardia, estuvieron lo suficientemente cerca de la pista de aterrizaje de los aviones en el Campo de Mayo, y por lo tanto fueron testigos indirectos de lo que estaba sucediendo. Pero entre ellos todo era un secreto a voces: «la limpieza de los aviones la hacían los propios soldados. Se dice que una vez limpiaron un avión lleno de sangre y excrementos. Los vuelos eran a la 1, 2 o 3 de la mañana«.

Varias personas ya han dado su testimonio durante este juicio, pero en su mayor parte, los relatos han sido un poco vagos o confusos. En cambio, este día, los testimonios fueron más precisos por primera vez, y aunque todavía se puede sentir la lucha interior en sus declaraciones para lograr superar el miedo, empieza a aparecer una grieta en el muro de contención. Detrás de ese muro está la prueba definitiva de cómo funcionó la gran máquina del genocidio. Edgardo Villegas es muy cuidadoso con lo que dice, pero parece que quiere transmitirnos las conclusiones que se desprenden de su relato con la mayor claridad posible. «Nos dijeron que teníamos que llevar pan dulce, antes de Navidad, a la isla Martín García. Viajábamos en la parte delantera de un avión de combate, grande y verde. Lo que me pareció extraño con el tiempo, fue que nunca aterrizó. Aterrizó de nuevo en Campo de Mayo».

Juan Carlos Lameiro fue aún más incisivo: «Me tocó hacer guardia en el aeropuerto, vi situaciones que en mi ignorancia no entendí en su momento, de personas que metían al G222 (el avión). Me pareció verlos, a una distancia de 30 o 40 metros, encapuchados y alineados. Como mínimo, vi estas situaciones unas 10 veces, ya que no siempre hacíamos guardia en las mismas zonas. Teniendo en cuenta la distancia, tuve la impresión de que tenían las manos atadas. Había al menos entre 10 y 20 personas cada vez. Era una situación anómala que no entraba en mi lógica. No era el único que veía, éramos unos 20 los que nos turnábamos en la guardia».

El hecho de que solo un pequeño porcentaje de ex reclutas testifiquen hoy, explica cómo el miedo pudo afectar a todo el grupo. La estrategia de la represión en cooptar al mayor número posible de personas implicándolas en sus crímenes, haciéndolas responsables a su vez y asegurando así su silencio. Por eso, aunque los jóvenes que hicieron el servicio militar no se mancharon las manos con sangre, crecieron con el temor de haber presenciado algo más grande que ellos y que los ponía en riesgo. Sabían que un paso en falso, ya fuera en dictadura o democracia, podía costarles la vida. Por lo tanto, es esencial que finalmente los testimonios salgan a la luz de manera abierta y que sean los ciudadanos los que asuman la responsabilidad, convirtiéndose en una garantía contra el actual clima de impunidad institucional.

Carlos Dornellis se encontró custodiando puestos clave y su declaración nos permitió conocer toda la dinámica de los vuelos: «Recibí órdenes del oficial de la torre de vuelo de abrir las puertas a determinadas horas y de no preguntar nada sobre los vehículos y camiones que entraban. Tuve que dejar pasar a los Ford Falcon y Peugeots que escoltaban a los camiones (refrigerados) con el cartel de «comida. Yo levantaba la barrera y ellos entraban y se dirigían al avión que esperaba al final de la pista (Fiat G222), con los motores en marcha. Los vehículos eran conducidos por personas vestidas de paisano y se comentaba entre nosotros que traían a la gente y la tiraban al suelo.»

Ante tal declaración, el magistrado Marcelo Berro le preguntó inmediatamente: «¿Dónde…? En el mar», fue su respuesta inmediata.

El enorme peso del aparato represivo presente en todos los rincones del Estado, no ha logrado contener la necesidad de Justicia de quienes hoy nos dicen la verdad. Después de 45 años, la máquina operativa puesta en marcha por los líderes militares para hacer desaparecer los cuerpos torturados y asesinados durante el genocidio, comienza a documentarse por lo que era, ante la Justicia.

Agustín Saiz


Traducido del Italiano al Español por: Yvonne Toledo