El 3 de mayo es el Día Internacional de la Libertad de Prensa; en este día solemos recordar el hecho de que, en muchos lugares del mundo, se viola la libertad de prensa, se asesina o intimida a los periodistas, se margina a la prensa critica o se le hace frente.  

Todo esto es absolutamente necesario y oportuno y, además, deberíamos preguntarnos cómo es posible que esto ocurra hoy, en 2021. ¿Cómo es posible que los medios de comunicación no puedan realizar la labor de información y crítica que los ha definido como «cuarto poder»? 

Pero, en este día, me gustaría destacar otro aspecto que hace más significativa y urgente la lucha por la libertad de prensa. 

Lo diré un poco a grandes rasgos: desde que se empezó a hablar de periodismo en el mundo moderno, el acceso a la información ha aumentado progresivamente, y en los últimos años ha sufrido un incremento exponencial con la llegada de la telemática y de Internet, sobre todo de la web. 

Este acceso a las noticias, esta democratización de las noticias y de la información en general es un fenómeno que probablemente aún no hemos comprendido del todo. 

Lo que sí ha cambiado radicalmente es la fiabilidad de las noticias: la tecnología permite difundir las noticias a una velocidad sorprendente y a un gran número de personas, pero no puede hacer mucho por la fiabilidad, la veracidad de las propias noticias. 

Es un tema muy debatido a nivel académico, pero, sobre todo, es un tema que nos implica a todos, tanto a los que trabajan en el ámbito de la información como a los que la utilizan, tanto a las redacciones de los medios de comunicación como a las asociaciones o partidos u organismos que utilizan o producen información. 

A nivel trivial hablamos de fake news, pero el término es absolutamente engañoso y se utiliza cada día peor, sobre todo como herramienta para degradar el trabajo de los demás. 

Incluso antes de cualquier corte político, ideológico, profesional o de otro tipo, el trabajo serio de un periodista debería ser verificar la noticia. Pues bien, este trabajo es cada vez más escaso. 

La pregunta es si el fracaso se debe a la mala voluntad, a las malas condiciones de trabajo o a otras razones. Y, en segundo lugar, ¿cuánto tiene que ver esta deficiencia con el crecimiento de la propaganda? 

En Pressenza nos ha ocurrido haber dado noticias erróneas, inexactas o incompletas y tener algunos lectores que, amablemente, o a veces incluso un poco enfadados, nos lo han señalado. Les dimos las gracias y nos pusimos manos a la obra. Puede ocurrir que confíes demasiado en una fuente, que simpatices con una determinada situación, que tengas una prisa tremenda, que quieras ser el primero en hablar de algo. 

Todas estas motivaciones pueden llevarnos al error, a un error de buena fe, aunque los errores deberían enseñarnos a ser más cuidadosos, a comprobar las fuentes «amigas» así como las otras, a aprender que la prisa es a menudo mala consejera de la profesionalidad y la verdad. 

Pero, por desgracia, lo que estamos presenciando no son errores de danza, sino una forma de interpretar la danza que está muy lejos de la idea de información y que se parece cada vez más a la propaganda. 

Me explico: están viendo un programa de noticias, el programa termina y hay publicidad. Te das cuenta de la diferencia, de la información has pasado a la propaganda. La propaganda no tiene nada de malo en sí misma: alguien quiere vender un producto, conseguir que la gente vote a un partido, llevarte a un concierto. La propaganda no tiene nada de malo siempre que se realice en espacios de propaganda: nadie cree ciegamente en la publicidad, ni en lo que dicen los políticos en los foros electorales. 

El problema que vemos en la actualidad es que la propaganda se ha trasladado a los programas de noticias y se ha movido sobre todo con sigilo. 

Sabemos que los medios de comunicación tienen un punto de vista, tienen una línea editorial y cuentan con personas y entidades que los apoyan de diversas maneras. Esto debería ser evidente cuando leo un editorial del director o un informe en profundidad de la redacción. Es igualmente razonable que no podamos hablar de todo. Pero cuando la cobertura de las noticias toma ciertos caminos creo que podemos hablar no de información, sino de propaganda. 

Asistimos a la desaparición de continentes enteros de la agenda informativa, asistimos a la marginación de noticias de cierto tipo, por ejemplo, sobre multiculturalismo, sobre solidaridad, sobre derechos humanos, sobre la condición de los discriminados. 

Y no por la «relevancia» de la noticia. Un ejemplo que prefiero por sobre otros: Según la FAO y las principales asociaciones internacionales que luchan contra este terrible problema, ¿sabes cuántas personas mueren de media por hambre cada día? Quince mil. Hemos definido acertadamente la pandemia de covid-19 como una emergencia, pero muy pocas muertes por covid en el último año han superado los quince mil. ¿Cuál es la noticia más «relevante»? 

Pero el hambre, que es un problema más sencillo de resolver, no recibe la atención mediática de la pandemia y muy pocos periodistas escriben sobre ella. Declaremos el hambre como la primera emergencia y reorientemos nuestra agenda en consecuencia. Mediática y políticamente. Y si alguien dice, como correspondería, que los pobres no importan, que no generan riqueza y no votan, entonces la hipocresía quedará definitivamente al descubierto. 

Reflexionemos sobre este aspecto y sobre el valor informativo y educativo que debe tener la actividad de los medios de comunicación y sobre sus infinitas posibilidades de ser una actividad útil para el progreso de la sociedad. También en este sentido participemos en la iniciativa del Día Nacional de la Información Constructiva. 

Dejemos la propaganda a los publicistas y volvamos a la actividad de la información, la crítica, la educación, la construcción de un futuro mejor. En el Día de la Libertad de Prensa y los otros 364 días del año. 


Traducido del italiano por Estefany Zaldumbide