27 de abril 2021. El espectador

 

¿Por qué encendemos velas? ¿Por qué rezamos o escribimos? ¿Por qué una escultura, una bandera, o un te quiero?

Tal vez, porque nos negamos a ser finitos; no nacimos para darnos por vencidos y si nos dieran a escoger preferiríamos tener más sueños y menos sueño. La resignación es una cara de la derrota y, así nos digan tercos, ilusos o ingenuos, no vamos a normalizarnos en “modo tragedia”.

Amén de más de 400 muertos diarios por el bicho microscópico, la semana que acaba de pasar fue para Colombia especialmente dura: siete exguerrilleros asesinados en 7 días; 22 indígenas heridos en la minga de Caldono; tres niños muertos a machetazos en el Chocó; a Sandra Peña, gobernadora de la Laguna, la matan a bala; una ministra que miente en altos escenarios internacionales deja a los firmantes de paz en más riesgo del habitual; avanza la reforma que empobrecería a los mismos de siempre para que los poderosos tengan con qué ejercer la burocracia y jugar a la guerra; parece imparable la decisión de este pais en contravía, de bañar sus campos en glifosato mientras el resto del mundo lo tiene vetado.

Conciencia de origami ésta que -según quién pague la función- convierte una hoja de papel en destroyer o en colibrí. Doble moral que prohibe el aborto pero da la bienvenida al veneno asociado a la esterilidad y al cáncer. Doble moral que prohibe la pena de muerte pero se comporta como avestruz ante ejecuciones extrajudiciales, ignora alertas tempranas y justifica cierto tipo de masacres. Siento el yugo de una especie de inquisición corrupta por dentro, poco adepta a la democracia, y maquillada por fuera con cara de “yo no fui”.

La buena noticia es que no vamos a ser las sombras huecas de nosotros mismos, ni vamos a dejarles a los hijos de nuestros hijos un ADN con la cobardía insertada en sus cadenas. Preferimos la rebeldía a la rendición; el aula, a los barrotes; la voz firme, al silencio cómplice; el diluvio, a la niebla. Preferimos estar vivos y ser más río que pantano.

Tal vez si somos muchos, si cada vez somos más y no le dejamos tiempo al escepticismo; si nos hacemos fuertes de palabra, obra y misión; si somos capaces de explicar que la violencia no se arregla con más violencia, y que mientras se maneje el país de espaldas a la gente, será imposible un giro positivo a la condición social; si al presidente se le antojara cumplir su juramento de ese tormentoso (literal) 7 de agosto de 2018; si el partido de gobierno entendiera que no puede dárselas de demócrata y comportarse como PacMan, ni afirmar que quiere la paz y respaldar a quienes la cogen a patadas y le ponen un tiro al blanco a los firmantes del Acuerdo…

Si nuestros gobernantes (ocultos o de icopor) fueran más proclives a la empatía que al autoritarismo, y a la responsabilidad que a la ridiculez, tendríamos un país física, emocional y mentalmente viable; no se llamaría solidaria a una reforma que exprime la precaria calidad de vida; tal vez mil líderes sociales no estarían hoy en el cementerio, ni habría caseríos sitiados por las armas; los excombatientes podrían usar las palas para sembrar los proyectos productivos y no para enterrar a sus compañeros asesinados.

Tenemos el deber de cambiar el lado oscuro de la realidad y proteger la vida de los colombianos, Este gobierno ya no tiene remedio, pero Colombia sí. El futuro que nos traiga el 2022 será tan atávico o liberador, como nuestra capacidad de lograr que el miedo que nos ha mentido y desangrado no siga siendo el rey.

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