Hace sólo un año, conmovidos por el estallido de la pandemia, decíamos frases como «Todo irá bien», «Todos estamos en el mismo barco», «Sólo juntos lo conseguiremos». Y así lo afirmaron también muchos gobiernos del mundo tranquilizando a sus ciudadanos. Pero el predominio del egoísmo nos ha llevado a la guerra de las vacunas.

Todo el mundo puede ver cómo Europa ha fracasado en su gestión, paralizada entre su papel subordinado a la política y los intereses de Estados Unidos y el chantaje de las grandes compañías farmacéuticas. Mientras aumentan las muertes y crece la asfixia económica y psicológica, las vacunas están ahora en el centro de una guerra comercial y geopolítica.

En el caso de la vacuna Sputnik V, por ejemplo, la discusión oficial gira confusamente en torno a cuestiones burocráticas en lugar de centrarse en los aspectos científicos. Y haber bloqueado la exportación de la vacuna de Astrazeneca se presenta sólo como un cambio de rumbo en la gestión de la pandemia, cuando en realidad es una decisión que sigue encerrada en la lógica del beneficio, lo que justifica y agrava la guerra comercial contra la vacuna aumentando las tensiones internacionales.

Si se quiere un verdadero cambio de rumbo, hay que suspender las patentes de las vacunas y producirlas libremente en las numerosas instalaciones de alto nivel que existen en Europa. Y producirlas no sólo para Europa, sino para todo el planeta. ¡No es moral y éticamente aceptable que, mientras muchos mueren y otros terminan en la desesperación del desempleo, quienes tienen en sus manos la solución del problema sólo piensen en el lucro, el poder y el beneficio personal!

Pero veámoslo también desde el punto de vista jurídico. La realización de la vacuna ha sido posible gracias a la contribución científica y económica de los Estados que han aportado centros de investigación y el capital necesario para iniciar el estudio y comenzar la producción. ¿Por qué la propiedad de la vacuna está ahora en manos de empresas privadas? Sin olvidar que la Ciencia es un bien común, no una propiedad privada, y su desarrollo ha sido posible gracias a la contribución de millones de estudiosos que han dedicado su vida al progreso humano a lo largo de la historia.

Y hoy unos pocos individuos se apropian de lo que es un bien de todos, chantajean a los Estados e, indiferentes, observan cómo se extiende el dolor y el sufrimiento de miles de millones de seres humanos, pensando sólo en el «beneficio».

Según algunos, lo que ha permitido el desarrollo del bienestar en nuestras sociedades ha sido nuestro sistema económico. Pero es evidente que esta ideología ya no es sostenible. El progreso ha sido posible gracias a la ciencia y la tecnología, y hoy es el propio sistema económico el que frena el desarrollo de la ciencia y, en última instancia, paraliza el progreso de la sociedad. En resumen: ¡es gracias a la ciencia que hemos producido vacunas pero es culpa del sistema económico si no llegan al pueblo!

Muy diferente es la lógica y la política que está guiando a Cuba en este campo: la vacuna Soberana del Instituto Finlay, que está en la fase final de experimentación, parece que será pública y estará a disposición de la humanidad. Este es el ejemplo que todos deberían seguir. Pero no tengo muchas esperanzas en este momento de que el llamado Occidente pueda salir de las arenas movedizas en las que se ha hundido. No me imagino a los propietarios de Pfizer renunciando a sus fastuosos beneficios actuales y futuros por el bien de la humanidad.

Mientras tanto, China declara su intención de «hacer de las vacunas un bien público mundial» y regala la vacuna de Sinopharm a 27 países que la necesitan.
Mientras que la vacuna rusa, ya aprobada en unos 40 Estados, es, según la prestigiosa revista médica Lancet, eficaz y segura al menos como la de Pfizer, además de ser mucho más barata y, sobre todo, más manejable.

También por eso, a la espera de la vacuna cubana, quiero hacer un llamamiento a Rusia, que ya una vez en la historia ha dado un paso importante para la humanidad, cuando en los años 80 con Gorbachov eligió la vía del desarme nuclear unilateral, abriendo el camino al fin de la Guerra Fría. Este es el camino que Rusia haría bien en tomar hoy: poner a disposición de toda la humanidad la vacuna Sputnik. Así se acabaría en poco tiempo esta cosa desgarradora y vergonzosa de la guerra por y entre las vacunas. Sería una gran ayuda inmediata para los habitantes del planeta y abriría un nuevo horizonte de esperanza para la humanidad, un horizonte de solidaridad, de reciprocidad, donde la frase «Juntos lo conseguiremos» se haría realidad en su significado.

Hacerlo implica superar las resistencias, invertir la valencia de los factores en juego, poner la vida y la salud humanas por encima del beneficio, poner el bien común por encima de los intereses de una pequeña minoría, poner la nación humana universal por encima de los intereses de los Estados nacionales.
Tal vez las señales de esperanza y apertura vengan de China, o de otra nación.

Y mientras los «grandes» juegan al monopolio con la humanidad, nosotros los «pequeños» pero inmensos en las aspiraciones haremos toda la presión posible para que los gobiernos representen al pueblo y no a los intereses de unos pocos sinvergüenzas dueños de las farmacéuticas y las vacunas.