por Aram Aharonian

A veces, las formas cambian, pero en el fondo Estados Unidos sigue siendo el mismo, al menos para nosotros, los latinoamericanos y caribeños. Algunos pensaron que en vez del garrote, el muro, las restricciones a los inmigrantes y el discurso ultraderechista, racista, xenófobo y misógino de Donald Trump, llegaría la zanahoria, con declaraciones correctas sobre la democracia, las mujeres y los afrodescendientes de Joe Biden.

Pero fallaron otra vez en los pronósticos. Parece que hay gente que insiste en vivir en el pasado. Habría que avisarles que ya hace tres décadas que la guerra fría llegó a su fin y que hoy transitamos la era pandémica hacia un futuro desconocido. Entonces, ¿porqué, tenemos que seguir viviendo bajo la espada de Damocles de una confrontación mundial como en aquella época?

Héte aquí que el presidente estadounidense, de 78 años, se despachó señalando que su homólogo ruso Vladimir Putin es un asesino, y advirtió que pagará las consecuencias por presuntamente tratar de socavar su candidatura en las elecciones de 2020. También reveló que amenazó a Putin durante la llamada telefónica que sostuvieron en enero pasado, en la cual le habría dicho: te conozco y me conoces; si establezco que esto ha ocurrido, prepárate, en referencia a sucesos que no especificó.

Estas palabras de Biden, al peor estilo del patoterismo y la irresponsabilidad política al límite de su antecesor, Donald Trump, pero con imagen de gente seria. Lo que el mundo espera, es que Biden deje de lado la violencia verbal, las amenazas fuera de lugar y la desmesura en el lenguaje y que se disponga a procesar sus diferencias con Rusia, a través de los canales diplomáticos.

Algunos hablaron de locura, de demencia senil de Biden, pero no: está todo previsto y calculado. Con este golpe mediático, pareciera que el objetivo de la administración demócrata es recalentar el ambiente internacional con el fin de restaurar la hegemonía perdida de Estados Unidos, retroceso imposible dada la actual distribución del poder. Del poder económico, tecnológico, político y militar a escala mundial.

Ya Noam Chomsky había advertido que estas tentativas restauradoras de la hegemonía corren el riesgo de desembocar en una catástrofe nuclear. Los memoriosos no olvidan, tampoco, la crisis de los misiles, en 1962 (conflicto entre EEUU, la Unión Soviética y Cuba, a raíz del supuesto descubrimiento de bases de misiles nucleares de alcance medio de origen soviético en territorio cubano), que puso en vilo no solo la paz mundial sino la supervivencia de la especie.

De haber una guerra nuclear, nos quedaremos sin saber si el Kremlin intentó alterar los comicios estadounidenses de noviembre pasado, una leyenda urbana difundida por el sensacionalismo de medios y comentaristas (quizá preparando las declaraciones de Biden). Hasta ahora no se ha presentado documento alguno.

La reiterada tesis central que se ofrece desde la Casa Blanca es que el mundo necesita un líder y Estados Unidos debe retomar ese papel, otorgado por Dios, y abandonado por Trump que intentó que EEUU “fuese grande otra vez”, abdicando de su responsabilidad de mantener el orden internacional y desairando a sus aliados y amigos.

Biden quiere que su país vuelva a sentarse en la “cabecera” de la mesa de las negociaciones internacionales y así restaurar la hegemonía perdida, aunque esa cabecera ya no exista y en su lugar hayan colocado una mesa triangular donde, en todo caso, debieran sentarse China, Rusia y Estados Unidos.

Pero Biden fue a fondo: en la nota del año pasado en Foreign Affairs calificó al gobierno de Vladimir Putin como una “cleptocracia autoritaria”; pero ahora ya como presidente, en la entrevista televisiva, usa un lenguaje más patotero para insultar a Putin y a la Federación Rusa.

Pero no paró allí. También tenía pólvora para los chinos: de Xi Jiping dijo que “era un matón” que presidía un país que robaba los derechos de propiedad intelectual y los bienes de las grandes empresas y hasta de los ahorristas estadounidenses. La intención era insertar en el imaginario colectivo –al menos de los estadounidenses- que Rusia y China son enemigos de Estados Unidos y se debe tratarlos como tales.

Llama la atención que hace menos de dos meses, la prórroga del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Start III; con el cual Washington y Moscú se comprometen a limitar el despliegue de sus respectivos arsenales nucleares) permitió un cauto optimismo al indicar que la administración demócrata se conduciría de manera sensata en sus asuntos con la otra superpotencia atómica. ¿Fue un engaño?

Las acusaciones de las agencias de inteligencia estadounidenses de supuesta interferencia de Rusia, Irán, Hezbolá, Cuba y Venezuela están en la misma lógica del registro unilateral de determinadas organizaciones como “terroristas” (Hezbolá) o de determinados países como “patrocinadores del terrorismo” (Cuba, Venezuela), con la consiguiente imposición de “sanciones”, o acciones militares unilaterales por falsos positivos. Quizá olvidando que países de la OTAN han sido y son “patrocinadores” d organizaciones terroristas, como en el caso de ISIS.

Parece ser un reposición de la política internacional estadounidense de las últimas dos décadas, con gobierno demócrata o republicano. Pero antes la llamada diplomacia de portaviones era complemento y ahora tiende a sustituir a la política. Trump cumplió con el trabajo sucio de acelerar la destrucción de lo que quedaba del “multilateralismo”, en línea con la política bipartidista vigente desde el desmembramiento de la URSS.

El “multilateralismo” de Biden y su equipo en realidad es apenas la recomposición de las tradicionales alianzas y/o vasallajes del Atlántico y del Pacífico.

Lo que llama la atención es la pretensión de mantener esa política con una  China mucho más musculosa económicamente que la Unión Soviética, que está en negociaciones con Rusia para un formal pacto militar.

Putin: EEUU, un estado criminal

Con una pequeña sonrisa y un comentario críptico, Putin respondió así a Biden, que lo definipó como un asesino: “¿Qué le respondería? Le digo: ‘Mantente saludable’. Le deseo buena salud”. “Siempre vemos nuestras propias cualidades en las otras personas (…) como si nos miráramos en un espejo”, señaló, tras asegurar que Rusia seguirá trabajando en sus relaciones con Washington, pero protegiendo sus intereses:

“Nosotros, aunque ellos piensan que somos iguales, no lo somos. Somos diferentes, tenemos un código genético, cultural y moral diferente. Pero sabemos defender nuestros propios intereses. Y vamos a trabajar con ellos, pero en aquellas áreas que nos interesan. Y en condiciones que consideremos beneficiosas. Y tendrán que tenerlo en cuenta”.

El presidente ruso afirmó que las acusaciones de Biden reflejan en realidad la problemática historia y el legado de Estados Unido, un estado criminal, con una larga lista de vergonzoso episodios, desde el bombardeo atómico a Japón durante la Segunda Guerra Mundial, a la masacre de nativos americanos o la esclavitud.

Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia y ex primer ministro, indicó que aunque Biden había dado “una impresión adecuada” al principio eso ya se disolvió;. “Recuerdo una cita de Sigmund Freud: ‘Nada en la vida es tan caro como la enfermedad y la estupidez“, añadió.

¡Ay, América latina!

Hubo algunos analistas que creían que las cosas iban a cambiar en el “patio trasero” con la llegada de los Biden boys. Confiaban en que conocía Latinoamérica, por sus viajes cuando era vicepresidente de Obama. Pero lo que conoció fueron varios hoteles cinco estrellas y algunas casas de gobierno.

En América Latina, los golpes de Estado con destituciones ilegítimas de Manuel Zelaya en 2009 en Honduras, de Fernando Lugo en 2012 en Paraguay  y de Dilma Rousseff en 2016 en Brasil, el comienzo de las sanciones contra Venezuela en marzo de 2015, se produjeron bajo el gobierno supuestamente progresista del demócrata Barack Obama, entre 2009 y 2017, con el activo acompañamiento del entonces vicepresidente Biden.

Difícil será olvidar a Donald Trump, pero sí hay que recordar que de la mano de Biden, retornan al ruedo personajes nefastos como Victoria Nuland, organizadora del golpe y la posterior guerra en Ucrania. Y aquellos que pensaban que habría cambios radicales en la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA) o en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), seguirán esperando. Hubo cambio de mando, pero la política parece ser la misma.

Como avisos, un submarino nuclear estadounidense –que no se había perdido tan lejos de sus bases- anduvo revoloteando en el Atlántico Sur, frente a las costas argentinas, mientras Biden intensifica la expulsión de familias migrantes a México. Para eludir la negativa a recibirlos, los saca por un sitio distinto al del cruce, a mil 300 kilómetros de donde fueron recogidos por agentes fronterizos. Un fotógrafo de Reuters vio aviones donde iban niños hasta de pañales.

El Departamento de Salud y Servicios Humanos de EEUU reconoció que en 2020 presionó a gobiernos latinoamericanos para que no compraran la vacuna rusa Sputnik V y mencionó a los gobiernos de Panamá y Brasil. Usaron la diplomacia para evitar que países como Rusia, Venezuela o Cuba, “aumenten su predicamento” en la región a través de la vacuna rusa anticovid y de las brigadas médicas internacionalistas de Cuba. La vacuna y los médicos cubanos actuarían “en detrimento de la seguridad de los Estados Unidos”, según el documento.

En el inicio del año, Thomas Shannon, exembajador de Estados Unidos en Brasil cuando Obama y subsecretario para Asuntos del Hemisferio Occidental con George W. Bush, difundió una carta (La delicada verdad sobre una vieja alianza) donde señala que la relación entre ambos países es una de las piezas fundamentales de la diplomacia en el siglo XXI y emprende un feroz ataque al gobierno de Jair Bolsonaro.

Lo acusa de haber  hecho casi todo lo posible para complicar la transición en la relación bilateral, al expresar su preferencia por Trump en las recientes elecciones y por haber criticado a Biden, quien había exigido una acción más enérgica de Brasilia contra la deforestación amazónica.

Va más allá, ya que le dice a Bolsonaro lo que debe hacer sobre la pandemia, el cambio climático y la posición ante China en lo referente a las redes 5G. Es algo que no se perdonará fácilmente ni se olvidará, remata el diplomático. Lo que sorprende es el mutis de la izquierda brasileña frente a esta injerencia estadounidense en asuntos internos, y las dificultades frente al viraje presvito en la Casa Blanca.

No se trata de Bolsonaro, sino de nuestros países, de la soberanía de nuestras naciones, ante las amenazas de nuevas revoluciones de colores, que parece que ya no discrimina sobre gobiernos de derecha o izquierda y parece arremeter contra cualquiera que se ponga en su camino. Ya hicieron su trabajo sucio contra el partido de los Trabajadores, Lula y el progresismo. Trump hizo lo mismo en Estados Unidos: ya no es útil.

No es difícil comprender este procedimiento. En la década de 1980 durante las guerras civiles centroamericanas, el Pentágono apoyó primero a los genocidios militares para luego promover opciones centristas, como las democracias cristianas, para recomponer el escenario ante el fuerte desgaste de los golpistas de Guatemala y El Salvador. Quizá sea hora que alguien le regale una versión en inglés de Las Venas Abiertas de América Latina (la que Hugo Chávez le regaló a Obama estaba en español).

Recordemos también la guerra en Siria, la liquidación de la llamada Primavera Árabe y la invasión de Libia, promovidas y gestionadas por el equipo del partido Demócrata que ahora retorna a la Casa Blanca.

Cuidado: quizá en vez del militarismo descarnado, ¿volverán las revoluciones de color ideadas por la Open Society de George Soros y la Fundación Atlas para promover cambios de régimen que favorezcan los intereses de las trasnacionales estadounidenses?

Lo cierto es que Biden trastabilló varias veces al subir las escalerillas del Air Force One (el avión presidencial) y el mundo empezó a especular sobre la inestabilidad física del septuagenario mandatario.

 

*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

El artículo original se puede leer aquí