“Los efectos de la pandemia no son iguales para todos”.

Esta es una de las frases que se ha vuelto más famosas en los últimos meses para evidenciar el hecho de que, si bien el virus es un peligro para toda la población, las consecuencias en términos económicos son ciertamente diferentes dependiendo de la condición social de cada individuo.

Sin embargo, atrapados en los bombardeos de una comunicación constante sobre el tema, se corre el riesgo de perder de vista otro hecho igual de claro e importante, el coronavirus no es actualmente una amenaza homogénea en todo el mundo.

De hecho, hay países y continentes en los que el número de infecciones y muertes causadas por el Covid es sumamente bajo en comparación al conjunto de la población, o al menos no representa una cifra alarmante, si se compara con las relacionadas a otras enfermedades con una carga infecciosa igual de preocupante.

El problema en estos países, generalmente ya caracterizados por un contexto social y político que se podría definir como frágil, es el fenómeno mediático vinculado a la pandemia. De hecho, frecuentemente se vería que la situación sanitaria mundial se utilizaría como fachada para una represión institucionalizada de la cultura y el espíritu crítico.

Uno de los casos más emblemáticos en este sentido, es lo que está sucediendo en la República Democrática del Congo (RDC), este país se ha jactado del término democrático en su nombre por más de veinte años y no ha demostrado la correspondencia perfecta con la realidad al ser gobernado por un mismo y único presidente durante los últimos dieciocho años.

Tan rica en minerales como pobre en democracia, la RDC es el segundo país africano más grande a la extensión, gracias a un área geográfica igual a la de Noruega, Suecia, Alemania, Francia y España juntos, es el primer país francófono en el mundo por población, contando con más de 84 millones de personas

Según datos oficiales difundidos por el Ministerio de Salud y UNICEF, los casos de Covid registrados en el país desde principios de 2020 equivalen a algo más que el número de habitantes de Recanati (21.301) y 640 muertes verificadas, lo que supone un puñado más que el número de muertes por Coronavirus registradas en Italia entre noviembre y diciembre de 2020 cada día.

Se puede decir que el problema es la falta de pruebas confiables.

Conviene recordar que nunca se ha planteado una crítica similar a los datos vinculados a las enfermedades presentes en el país desde hace algunas décadas y que registran niveles de contagio mucho más altos.

Solo para dar una idea, en la RDC las muertes por malaria en el año 2020 fueron 45.000 (de los cuales 38.000 fueron menores de 5 años) y las personas que murieron por Ébola (todavía hay un brote de Ébola en el país, una infección altamente contagiosa que registra una tasa de mortalidad del 70%) en el mismo año fueron más de 2.200.

El sistema de vigilancia y lucha contra la propagación del Coronavirus en el país está gestionado por un grupo de trabajadores internacionales encabezados por UNICEF y la OMS, organizaciones que garantizan niveles de cobertura y detalles muy por encima de las normas típicas de África Central.

Gracias a los equipos puestos a disposición, los laboratorios públicos están abiertos para pruebas en las principales ciudades del país y realizan pruebas RT-PCR diariamente por menos de 30 dólares con resultados en 24 horas.

Los estándares internacionales garantizados en las operaciones aseguran la capilaridad y la fiabilidad.

Entonces, ¿Por qué el número de casos representa menos del 0,025% de la población total (cuando Italia superó muy por encima del 4%, una cifra 160 veces mayor)?

No es bien conocido y es triste constatar que la investigación científica internacional parece haber dedicado muy poco tiempo para investigar las causas de los datos.

Las razones pueden ser variadas, desde una esperanza de vida que en promedio no supera los 50 años, hasta temperaturas que durante todo el año son permanentes entre 24 y 28 grados, pasando por una posible resistencia biológica en promedio superior al contagio, debido al estilo de vida sin duda más deportivo y dinámico.

Las razones no están claras, los datos ciertamente sí.

En un país donde se registran estas cifras y donde los movimientos internos ya están limitados por la pobreza latente durante décadas, parecería imposible siquiera pensar que el gobierno pueda tener las medidas de contención al estilo europeo.

Pero sorprendentemente el 18 de diciembre del año 2020, justo antes de las vacaciones de Navidad, con una medida impresionante tanto en disposiciones como en razones, el Presidente Félix Tshisekedi «para contener la segunda ola de coronavirus» ha decretado un toque de queda general en todo el país desde las 21 horas hasta las 5 de la mañana, así como el cierre de escuelas y actividades culturales.

Mercados abarrotados, oficinas repletas de gente, bares, iglesias, restaurantes; todo podía continuar su agitada y desbordante vida al estilo clásico centro-africano, mientras que los únicos lugares públicos sometidos a un cierre draconiano eran los frágiles espacios de la educación y el arte.

Desde entonces, más de un mes después, nada ha cambiado.

Parece redundante tener que especificar que, en la RDC, donde el 70% de la población vive sin agua potable y electricidad, y mucho menos una conexión a internet, no es ni remotamente contemplable la hipótesis de cualquier educación a gran escala.

Esto significa el inevitable colapso de las frágiles estructuras educativas del país, así como un aumento vertical de los niveles de inseguridad en las grandes metrópolis.

Millones de niños y niñas de las zonas rurales han sido llamados por sus padres a trabajar en los campos, fábricas de ladrillos y minas de oro comunitarias

Al mismo tiempo, el toque de queda nocturno ha dejado espacio libre para las fuerzas militares, acusadas desde hace mucho tiempo de corrupción y prácticas institucionalizadas de violencia. Sobre todo, en la segunda ciudad más importante del país, Lubumbashi, el número de abusos realizados por las fuerzas armadas han aumentado de manera drástica, causando incluso episodios de violencia dentro de los hogares.  (#Lubumbashi en twitter).

Aquí es donde surge la pregunta: ¿Por qué dejar abandonados a miles de estudiantes en la ignorancia? ¿Por qué negar las pocas posibilidades de reforzar el espíritu a través del arte, en un país culturalmente devastado por la necesidad de sobrevivir? ¿Por qué abandonar los suburbios de las ciudades en manos de militares corruptos y mal pagados?

Parece que se presenciaría el torpe intento de satisfacer la necesidad de homogeneidad mundial haciendo una copia innecesaria de lo que está ocurriendo en Europa o en los Estados Unidos, donde la amenaza es terriblemente real. Queriendo ser objetivos, se enfrentarían a otra estrategia cruel, dirigida a reprimir las únicas herramientas sociales disponibles para los más jóvenes, para que puedan crear una conciencia colectiva verdaderamente capaz de promover la independencia

Tal vez sea una mezcla de ambos. No está realmente claro.

Lo que está claro es que para aquellos que creen en la cultura, el libre intercambio de conocimientos y la estimulación curiosa a la imaginación son las únicas armas capaces de traer la paz en una tierra que se desangra y a una sociedad que sufre, ver los lugares sagrados cerrados durante semanas sin ninguna razón válida es otra derrota desgarradora.

El empleo desmedido de instrumentos vitales de contención a miles de kilómetros de distancia, para tapar un problema que en realidad no existe, es la nueva estrategia utilizada en muchos países africanos para reprimir, oprimir y acosar a todo espacio de libre pensamiento.

Ahí es cuando se logra entender la frase: “Los efectos de la pandemia no son iguales para todos”

«Ndjo vile», realmente lo es. En los países de bajo PIB, sin embargo, la frase se torna de diferentes colores y significados. En la República Democrática del Congo, por ejemplo, la situación mundial de la salud se ha convertido en la pantalla detrás de la cual se hunde un nuevo golpe a la cultura y la independencia civil.

Con el silencio cómplice y distraído del resto del mundo.


Traducido del italiano al español por: Yvonne Toledo

El artículo original se puede leer aquí