Por Jorge Molina Araneda y Patricio Mery Bell

“Las falsas necesidades no están basadas en necesidades reales, como el alimento, la ropa y la vivienda; se generan artificialmente y son imposibles de satisfacer. El contenido real de esas falsas necesidades es propuesto por fuerzas externas; no surge de forma natural en las personas. Los medios de comunicación bombardean con mensajes que nos prometen la felicidad si hacemos esto o aquello, así principiamos a creer que las necesidades falsas son reales”.  Herbert Marcuse, El hombre unidimensional

Muchas veces las concepciones sobre el mundo están subrepticias.; es por eso que el sentido común se termina pasivamente aceptando. El sentido común es un campo de batalla entre diversas cosmovisiones, ideologías y escalas de valores. La ideología de los trabajadores y de los dueños del capital bregan por el corazón y la mente del pueblo, ambas indican un camino en la vida, pero están en las antípodas. Las ideologías tiñen nuestras palabras y opiniones. Cada observación del quehacer cotidiano está impregnada de estas. Podemos tomar conciencia de su existencia o seguir inconscientemente opiniones ajenas, pero la ideología existe. Si no tomamos conciencia la terminaremos aceptando de forma acrítica.

¿Por qué cada día el infierno laboral y económico de una multitud se repite? ¿Por qué si muchos son infelices, estos no toman las riendas de su destino y cambian el sistema? De acuerdo a las interpretaciones deterministas de El Capital, de Marx, resulta incomprensible que el capitalismo no se derrumbe ni haga implosión por sí mismo. Sin embargo existe otra explicación, aportada por el teórico italiano Antonio Gramsci, quien en sus Cuadernos de la cárcel, se refiere al concepto clave de hegemonía. No hay reproducción de capital que pueda prescindir de la hegemonía, la cual equivale a la cultura y la ideología que un grupo social consigue generalizar para otros; además, incluye una relación de poder, jerarquía e influencia. Es un proceso que manifiesta la conciencia, la ideología y los valores de una clase organizados políticamente, que ejercen su influjo y su dirección política y cultural sobre las capas medias y pobres de la sociedad. Está sujeta a confrontación, y la clase dominante debe renovarla constantemente. Si la hegemonía fuese determinante, sería impensable cualquier tipo de resistencia; como dijo Foucault donde hay poder, hay resistencia.

Si la hegemonía no alcanza para neutralizar la resistencia (manifestaciones, huelgas, lucha callejera, etc.), el Estado activa la violencia o coacción respecto de los resistentes, ergo, no hay reproducción económica del capital sin violencia.

Oponiéndose a la concepción liberal de la historia, donde el conflicto interrumpe la armonía y paz sociales, Marx señaló que la coacción está en la base de la sociedad. Economía y violencia son dos caras de la misma moneda. En El Capital dijo: La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica.

La creación del pensamiento dominante es obra de la clase social que tenga supremacía ante las otras. En el contexto actual, aquella clase está representada por los dueños de los medios de producción y del capital financiero global, son los poseedores del Estado, mediante este declaran sus leyes con el objetivo de desarrollarse, justificando sus intereses (existencia de propiedad privada) por un bien común (ajeno a gran parte de la población). Suelen revestirse de diferentes formas, algunas más conciliadoras, otras neoliberales, o también fascistas. En todas perdura la propiedad privada. Dependiendo de la situación de la lucha de clases, a más necesidad de frenar las demandas sociales, más conciliación habrá, sin embargo, cuando los reclamos los desbordan, buscan imponerse sangrientamente ante las masas combativas.

Marx y Engels plantearon, en su La ideología alemana, que “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”.

El sistema de propiedad privada, característica fundamental del capitalismo, tiende naturalmente a reducirse a cada vez menos plutócratas, las crisis son el factor clave para la concentración de la riqueza porque solo pueden resistirla los que mayor capital posean. Esto produce que cada vez haya más trabajadores (más pobres) y menos capitalistas (más ricos). Este proceso que inexorablemente conduce a la concentración de la riqueza, continúa constantemente hasta estallar, momento en el cual hay protestas sociales.

Por otro lado, la ideología dominante interviene en varias instituciones: iglesias, partidos políticos burgueses, escuelas, clubes deportivos, medios de comunicación, entre otros.

Los colegios, por ejemplo, se esfuerzan constantemente en transmitir el nacionalismo como base irrevocable del pensamiento ciudadano, el amor por la patria conlleva inevitablemente a la unión entre todas las clases sociales de una nación, estableciendo como “bueno” todo lo nacional (incluyendo al burgués explotador) y lo “malo”, lo antinacional, es decir, lo extranjero (inclusive a los trabajadores). Además, consecuentemente, provoca xenofobia en gran parte de la población.

En cuanto a los medios masivos de comunicación, estos son los más importantes en la sociedad actual. El proceso de globalización les ha otorgado el papel fundamental de adoctrinar masas a gran escala, de varias formas: televisión, radio, diarios impresos, digitales, videos, etcétera. Estos llevan a cabo la introducción de la ideología dominante, creada por la clase en el poder, a toda la sociedad. Distorsionan las luchas, las reconfiguran a sus intereses para que otros trabajadores no se enteren y hacen lo posible para crear discordia entre estos.

¿Quiénes reproducen las ideas dominantes? Respuesta: la gran mayoría de las personas. Se canalizan como sentido común, no las reflexionamos, solo accionamos espontáneamente. Nos imponen hechos como si fuesen naturales y el único punto de vista posible. En la sociedad, mediante nuestras relaciones propagamos esas ideas.

Herbert Marcuse no se refirió directamente al pensamiento único, pero describió un concepto emparentado con el uso más actual del término: el pensamiento unidimensional.

En su ensayo El hombre unidimensional Marcuse realiza una crítica profunda del estado de la sociedad tecnológica de su tiempo. Describe los mecanismos a través de los cuales en el discurso público y en el quehacer de la ciencia, validada exclusivamente por la tecnología, se ha impuesto un pensamiento positivista. Esta forma de pensamiento, positivo y operacional, es lo que Marcuse denominó «pensamiento unidimensional«. En este esquema de pensamiento, la reflexión acerca de la complejidad y la contradicción, cuestiones que implicarían elementos cualitativos, carecen absolutamente de importancia o no encuentra lugar en el espacio discursivo. Además, se muestra esencialmente pesimista respecto de la posibilidad de contrarrestar el pensamiento unidimensional y expresa su convencimiento de su triunfo e imposición. Propone, sin embargo alguna alternativa consistente en la incorporación de la negación (la negatividad), principalmente referida al aporte de una segunda dimensión (la crítica), pero que incluye también el “acto de negarse” a participar de la manipulación.

Es la tesis ultraliberal, finalmente, basada en la descentralización y la desregulación total de la actividad económica, que entiende incluso que la libertad individual no depende de la democracia política y que ser libre es, por el contrario, no estar sujeto a la injerencia del Estado, la que finalmente se impone a nivel planetario en la década de 1970, y las razones históricas de ello resultan muy conocidas:

-La crisis económica que se produjo en las economías más desarrolladas en la década de 1970, lo que constituyó el punto de inflexión de uno de los llamados “ciclos largos” característicos de la historia del capitalismo. El sistema entró en una nueva etapa recesiva, con caída de la rentabilidad en los sectores productivos, acumulación de capitales líquidos, inflación generalizada y desaceleración de las tasas de crecimiento.

-La crisis del dólar junto con la del petróleo, significó en los países desarrollados el fin del “boom” de la posguerra.

-Los cambios en la producción, la transnacionalización de las economías y el peso creciente de las empresas multinacionales, la reafirmación del libre comercio con la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, sobre todo, la desintegración del bloque soviético, que puso fin a la Guerra Fría.

Estas razones históricas fueron los otros ingredientes de una notable transformación de la economía mundial, que iba a la par con el cambio en los paradigmas teóricos y en los esquemas ideológicos.

El cambio en las ideas acompaña en realidad una nueva revolución tecnológica que le sirve de sustentación: la revolución informática y de las comunicaciones.

El nuevo punto de vista, que aparece apoyado por una constelación de actores nacionales e internacionales, fue conocido como el Consenso de Washington. Los diez puntos expresados a través de este son para regir las políticas económicas de la economía global, tienen como eje el control del gasto público y la disciplina fiscal, la liberalización del comercio y del sistema financiero, el fomento de la inversión extranjera, la privatización de las empresas públicas y la desregulación y reforma del Estado.

Organismos económicos internacionales o fundaciones de grandes empresas, que financian universidades y cátedras de economía y administración, ayudan a conformar el nuevo credo. Va diseñándose lo que algunos terminarán por denominar “el pensamiento único”.

El politólogo Ignacio Ramonet, definirá las cuatro características principales de este pensamiento: planetario, permanente, inmediato e inmaterial. Planetario, porque abarca todo el globo. Permanente, porque se supone inmutable, sin posibilidades de ser cuestionado o cambiado. Inmediato, porque responde a las condiciones de instantaneidad del tiempo real. Inmaterial, porque se refiere a una economía y a una sociedad virtual, la del mundo informático.

El modelo central del nuevo pensamiento son los mercados financieros. El núcleo duro del pensamiento único es la mercantilización acelerada de palabras y de cosas, de cuerpos y de espíritus.

El nuevo discurso dominante se desentiende de sus consecuencias. El desempleo, la desigualdad de ingresos, la pobreza y aún las diferencias en la educación y el nivel de conocimientos no constituyen una carga social ni deben ser atemperados por políticas del Estado sino en última instancia.

Es el propio sistema, generando una supuesta igualdad de oportunidades a través del crecimiento acelerado de las economías, el que brindará la solución a largo plazo mientras que, en lo inmediato, recae en la sociedad civil, a través de la acción privada y de instituciones no gubernamentales de distinto tipo, la responsabilidad de hacerse cargo de los excluidos del sistema.

Algunos filósofos vinculan el pensamiento único con la actitud posmoderna, vale decir, el pensamiento a contracorriente es incapaz de esgrimir valores y razones sustantivos capaces de enfrentarse a las razones del mercado neoliberal.

El pensamiento único se definiría entonces a través de:

–La primacía del poder económico: se atribuye a la economía la toma de decisiones y se considera que los intereses del conjunto de las fuerzas económicas constituirían los reales intereses de la comunidad global. La política está ligada al poder de los medios de comunicación y estos, a su vez, frecuentemente se subordinan al poder económico-financiero mundial. Las corporaciones transnacionales y las instituciones financieras son muy poderosas y adoptan como ideal unos pseudo procedimientos democráticos formales que carecen absolutamente de significado real. Amén la ciudadanía, en términos generales, no se entromete en la “cosa pública” e ignora las directrices que configuran su vida. Sin embargo, si en algún momento, por utópico que parezca, se devolviese el poder económico a su rol de subordinación a los intereses sociales, podría existir alguna posibilidad de alcanzar una sociedad libre y democrática.

-La indiferencia ecológica: el pensamiento único occidental concibe al ser humano como desarraigado de la naturaleza, por lo tanto, se observa a la misma con afán depredador. La economía capitalista de línea dura no evalúa ni reduce los costes ambientales de la salvaje y malintencionada interacción explotadora del hombre hacia la naturaleza.

–La desigualdad económica: el pensamiento único capitalista es indiferente hacia las secuelas negativas y desestabilizadoras que genera en el ámbito social, es decir, los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. Ergo, aquella brecha provoca una grave segmentación y polarización social.

El pensamiento único, además, se conecta con la llamada razón instrumental, descubierta por los teóricos de la Escuela de Frankfurt, según la cual, y siguiendo a Horkheimer, consiste en una pequeña esfera de la racionalidad humana que ha ayudado a convertir a las personas en amos y señores de la naturaleza, les colma de innumerables medios materiales pero, coetáneamente, les deshumaniza y les domina. El imperialismo de la razón instrumental, del pensamiento calculador y pragmático, ha debilitado el pensamiento crítico-reflexivo, aquél que nos orienta y conduce a instaurar nuestra identidad personal con arraigo en la naturaleza y con pleno sentido de solidaridad social.

El mismo Horkheimer junto a Theodor Adorno, otro eximio representante de la Escuela de Frankfurt, criticaron a la sociedad de su tiempo, señalando que la razón instrumental puso en marcha la industria cultural, que impone sus modelos alienantes a través de los medios de comunicación.

La industria cultural y sus medios de comunicación están formados por: internet, cine, radio, televisión, revistas, música, publicidad y todas las demás actividades de ocio. Merced a estos medios, los grandes magnates de la economía mundial imponen suavemente un monopolio cultural –hegemonía la llamaría Gramsci– que margina cualquier creación que busque emancipar al individuo y estimule la creatividad no controlada por ellos.

Los productos de esta industria están diseñados para que el espectador no disponga de tiempo para pensar, pues lo que se ve, escucha o lee ya ofrece la «panacea» a cualquier interrogante planteada por una mente adormecida por la pirotecnia mediática. La industria cultural implanta valores, conductas, necesidades y lenguajes uniformes y acríticos para todos.

La única solución posible es contar en algún momento con una población sumamente politizada y cuestionadora del sistema mundial vigente, solo así paulatinamente se romperán las cadenas de la tiranía hegemónica del pensamiento único. Recordemos que el mismo Rousseau hace siglos nos advirtió en su Contrato Social que el ser humano nace libre pero en todos lados está encadenado.