Como todos los viernes, hoy a partir de las 17 horas también se movilizaron muchos jóvenes ya no para conquistar el espacio de Plaza Dignidad, sino como viene ocurriendo desde noviembre, paralizando la Alameda en ambas direcciones y dirigiéndose hacia La Moneda para exigir la renuncia de Piñera. Fueron cerradas las estaciones de Metro y desde el poniente surgieron muchos carabineros de Fuerzas Especiales, carros lanza-agua, carros blindados para llevarse a los que detuvieron -que fueron más de 40 personas- y los nuevos guanacos con los que reprimieron ferozmente a los manifestantes. De hecho, se reportó que una persona de 45 años fue llevada a la Clínica Santa María por sufrir trauma ocular en las cercanías de la Estación Santa Lucía.

Han pasado ya 14 meses desde que los estudiantes saltaran los torniquetes para evadir el pago del pasaje del Metro. Son catorce meses continuados de protesta y la gente sigue luchando por sus derechos, exigiendo la libertad de los presos de la revuelta, pese a la pandemia, exigiendo la salida de Piñera.

Pero el Presidente se parapeta, no gobierna.

Ha utilizado todo de lo cual pueda valerse para extinguir las manifestaciones en su contra. La represión más brutal, violando sistemáticamente los derechos humanos. Está acusado de múltiples actos de montaje por parte de Carabineros para criminalizar y encarcelar a quienes no pertenecen a organización alguna, son simplemente el pueblo que durante más de un año sigue en las calles en abierta desobediencia civil.

Si hace 14 meses la revuelta comenzó exigiendo dignidad en la cabecera de una larga lista de un pliego de peticiones social, que sintetizaba el rechazo al sistema neoliberal y sus consecuencias que han colapsado a la sociedad chilena, hoy se suma la exigencia de la renuncia de Piñera y la liberación inmediata de los presos políticos. Sí, las cárceles están con presos políticos nuevamente en Chile. Casi todos muy jóvenes.

Cerca de 500 casos de trauma ocular y diversos grados de ceguera, producto del aparato represivo de la policía militarizada.

Un arsenal gigantesco de última generación en armamentos para represión de las movilizaciones y otro arsenal de nuevas leyes para criminalizar la protesta legítima.

A esto se suma la descarada utilización de la pandemia para forzar el control social y encerrar a la población con toques de queda que resultan inútiles para la contención de los contagios.

Y con todo, la gente masivamente aquí está, un viernes más de una nueva semana en Santiago de Chile, que termina con la principal arteria de la capital -la Alameda- a pocos metros del palacio de gobierno, copada por horas y horas por los manifestantes que aún se atreven a desafiar a las Fuerzas Especiales.

El «oasis» del cual se jactaba el Presidente demuestra estar muy lejos, mientras en las encuestas más respetables Sebastián Piñera marca un siete por ciento de aprobación.

El gobierno no gobierna, sino que aguanta y se parapeta en el poder a golpes, manipulación y horror. A la fuerza. Por la fuerza.

Allende tenía razón: los procesos sociales no se detienen.

La última foto de la jornada de protestas corresponde a unos muchachos que secan en una barricada sus camisetas empapadas de agua con ácidos químicos lacerantes, que la policía disuelve en el agua del hidrante o carro lanza-aguas.

El foto-reportaje es de Claudia Aranda: